martes, 16 de marzo de 2010

Tú me enseñaste a llorar.

Hace 40 años que vivo con un grito encofrado en la garganta, yo lo quería parir como las raspas del pescado que si se dejan se infectan y se hacen pus que arrastran toda tu sangre y por más que lo intentaba, sólo sabía mascullar contra mi saliva, la tuya, padre.

Hace tanto tiempo que olvidé qué es permitirle a la boca liberarse en un “papá”, que cuando quería hacerlo, aun en la más plena soledad, como un ensayo, sólo dejaba volar un resuello quiebro, que concienciándome de lo espeso de la distancia, de este hálito de bruma en que tú me dejaste, se transformaba en un “por qué” infinito como el cielo, siempre de ojos perdidos y flema.

Te he odiado “padre”, tú destapaste la caja de los mil demonios y fantasmas, cuando aún no tenía edad de pensar en esas cosas. Tú me negaste el perfume, que yo guardé sin querer, con el albornoz de su juventud con bigote, con las anginas y las sábanas, los “frigodedos” y las acuarelas y al que yo sin saber invocaba en las noches de pesadillas. Sin embargo me diste otros olores que ahora son nausea y que hoy en mi memoria pugnan por salir a flote.

Tú me enseñaste a llorar.

Te he odiado con la fiebre del sarampión sin regalos, y de la varicela sin abrazos y con el terror de mirarte a los ojos y saber que llegaría la noche y tú visita sería inevitable.

Te he odiado con la arrogancia de la adolescencia, con la ira del traslado forzoso y las notas en mi estuche. Tú me enseñaste a escribir a la pena cuando no sabía qué era pena y me robaste los dientes de leche y toda la alegría de volver a casa para verte, porque sabía que estarías esperando con el cinturón en una mano y el cigarrillo en la otra.

“Papá”, te odié hasta desearte la muerte y yo era un corazón precoz, pero sabía que aquello no estaba bien y conseguiste que la culpable fuese yo.

“Te he olvidado”.

Miento, nunca lo hice, nunca se olvida la sinrazón de mi desdicha, ni se evade la frialdad de este pasado que hemos perdido para siempre.

No puedo mirarte, padre. Ayer encontrarte era el temor del puño y la desidia, la taquicardia, el abismo, era el reencuentro con la única verdad, la que quise arrojar como un escupitajo al vacío y escupiendo hacia arriba, pero siempre me cayó en la frente.

¿Sabes? Un año entero, soñé tu muerte, noche tras noche, y lloraba el caudal de esta pena, que ya no es rencor, ni es venganza. Que ya no tenía ningún nombre…

“Te he visto, padre” y tú no lo supiste, hasta después, cuando creíste ser joven de nuevo y enamorarte otra vez de mi madre, mirándote en mí. Porque mi piel es como la de ella, y mis ojos son profundos como los suyos, pero te hablan de otra tristeza, por eso no puedo mirarte y ver, padre… Te dejé, las copitas de anís, los seises de Reyes Magos, hoy ya no puedo más… odiarte.

Te ví, sangre de mi sangre… frente arrugada, pelo cano y tu mirada aguileña aflojaba el paso de los años, el vencer de las noches, de no saber dónde ir… eres viejo, padre, y yo no puedo mirarte y descubrir, que nos hemos perdido, que esta vida nos ha partido de raíz, distante y vacío, doloroso como tú, como este dolor que me infligiste, quiero llamarte… no puedo, no sabes que sangra tu nombre en mi garganta, que mi garganta es muda a tu encuentro…

Pero necesito decirte que ya no te odio, que tampoco te quiero, que no te necesito...
 
http://forogam.blogspot.com/2010/03/carta-al-agresor-de-ali.html

Cuando los monstruos son de la familia.

Una de cada cinco niñas ha sufrido algún tipo de abuso sexual. Desde un tocamiento hasta una penetración. Y en el 95% de los casos, el autor ha sido alguien de su familia o del grupo de conocidos de sus padres. Todos recordamos espeluznantes casos de padres que han abusado de sus vástagos: desde el llamado ´monstruo de Amstetten´, que violaba sistemáticamente a su hija y con la que tuvo seis hijos-nietos; hasta ´la casa del terror´ de Llucmajor, donde una pareja abusó durante varios años de sus tres hijos de entre dos y ocho años. Pero los monstruos de estas historias no son siempre los padres.
Un tío, un abuelo, un amigo de la familia, un vecino. Cualquiera del círculo cercano del crío puede convertirse en un depredador, mientras sus padres viven ajenos a lo que le está pasando. Al descubrirse, los padres pueden convertirse en uno de los puntos de apoyo del trabajo de Elena y Carolina, dos psicólogas de Asuntos Sociales que trabajan con niños que han sido abusados por personas de su entorno, pero no por sus progenitores. En un lugar que la Administración guarda en el más absoluto de los secretos, Elena y Carolina ayudan a los pequeños a entender qué les ha pasado, a interiorizar que es malo, a evitar que vuelva suceder. Les ayudan "a vivir sin dolor".

Hasta ahora no existía ningún tratamiento específico para estos niños cuya tutela sigue en manos del padre, la madre o ambos. En los casos en que los progenitores eran los abusadores, el Consell asumía la tutela de los menores ¿Y el resto? Antes tenían que ir a unidades de Salud Mental de los hospitales o acudir a psicólogos privados. Desde el pasado mes de diciembre, Elena González y Carolina Moñino velan por ellos. Estas dos psicólogas trabajan ahora con nueve niños y niñas: el mayor tiene 14 años; el pequeño apenas llega a los cuatro.
Son muy pequeños y les queda mucha vida por delante ¿Cómo ayudarles a "vivir sin dolor"? Los instrumentos son básicos: pinturitas, juguetes, casas de muñecas, palabras y trabajo con los padres, que también tienen un arduo proceso de superación por delante. "Con ellos trabajamos el tema de la culpa", explica Elena, quien también enseña a los progenitores a evitar la reacción más común tras un despiadado sentimiento de culpa: la sobreprotección. "Les enseñamos qué decir, qué hacer, para que nos ayuden con la terapia", prosigue, "les decimos que no les presionen a hablar. En breve, comenzarán sesiones en grupos donde los padres podrán intercambiar experiencias, apoyándose los unos en los otros.
Con los niños, la terapia varía con cada uno pues cada caso es un mundo. El primer reto es "conseguir ver su mundo interior, mirar si hay muchos elementos sanos o de odio", explica Carolina. A partir de ahí, toca buscar vehículos para que vayan expresando lo que les ha pasado. Con los más pequeños, utilizan las pinturas en primer lugar para "desbloquear su resistencia", luego quizás acaben pintando lo que les ha pasado. También les dan muñecos para que cuenten historias que, poco a poco, pueden ir pareciéndose a su propio drama. Con los adolescentes el tratamiento se centra en el manejo de la ansiedad. Uno de los principales objetivos es evitar la "revictimización", es decir, evitar que con el tiempo se consuelen del trauma vivido convirtiéndose ellos en abusadores.
Este nuevo servicio también está preparado para recibir y trabajar con jóvenes que quizás fueron víctimas de abuso hace mucho tiempo, pero que van a enfrentarse de nuevo a ese pasado porque tienen que ir a declarar al juicio. Elena y Carolina les ayudan a controlar la situación, hacen simulaciones del juicio, les acompañan si hace falta. "Hay que evitar que el juicio se convierta en un nuevo trauma".
La casa del terror de Llucmajor es uno de los casos recientes más tenebrosos de las islas, pero en las páginas de sucesos no paran de publicarse historias así ¿Hay más casos ahora que antes? En el juzgado de lo penal de Palma cada semana hay, de media, tres juicios por abuso a menores. La consellera de Asuntos Sociales, Fina Santiago, explica que Balears es una de las comunidades con más niños tutelados por haber sido víctimas de abuso. Ella entiende que eso no quiere decir que el archipiélago sea la región con más casos de abuso, sino que es la región donde más se detectan. Y tanto ella como la directora general de Familia y Menores, Francesca Vanrell, creen que comenzarán a detectarse más casos gracias al protocolo de colaboración entre instituciones que comenzó a funcionar en noviembre. Este protocolo facilita que profesores, personal sanitario o policías puedan identificar y notificar en seguida cualquier posible caso de abuso. La segunda fase del protocolo contempla la formación de los profesionales para aprender a detectar los indicadores de que un niño es víctima de abuso.
No se sabe si es por el protocolo, pero lo cierto es que los psicólogos del Consell están evaluando ahora a "muchísimos" casos, tratando de identificar si realmente esos niños han sufrido un abuso, apuntan estas psicólogas de Asuntos Sociales que saben que en breve puede aumentar su lista de usuarios. "Cada niño reacciona de forma diferente", señala Carolina. Con algunos bastan unos meses de tratamiento; con otros, hacen falta años. "Hay niños super resilentes y te sorprende mucho su madurez, sobre todo en los abusos crónicos", prosigue Elena: "Te sorprende su manera de sobrevivir".