lunes, 26 de octubre de 2009

EL ABUSO SEXUAL INFANTIL, UN HORRENDO CRIMEN QUE CONSENTIMOS.


Desde el saber de las ciencias sociales siempre se ha reconocido que los dos segmentos etarios más frágiles y expuestos a sufrir daños irreparables y hasta la misma muerte, son los niños y los ancianos.
Los primeros porque su vulnerabilidad física y emocional obedece a su incipiente e inconcluso grado de desarrollo, y los segundos porque en el atardecer de la vida aquel desarrollo se ha convertido en su propia debilidad, acechada por las enfermedades y la finitud que inexorablemente determinan los años. Los primeros pueden resbalar por falta de firmeza en una escalera o caerse en plena calle por sus propios achaques, y sufrir daños físicos sin solución. Los segundos, precipitados y pletóricos de energía, tal vez crucen corriendo distraídamente una esquina o se zambullan irreflexivos en un torrente tempestuoso, perdiendo -por la impredecible lógica del accidente- la vida que no llegaron a vivir.

Esto es así en todas las sociedades del mundo y casi se diría que es propio de la condición humana. Es muy poco lo que se puede hacer para remediarlo. Desde hace un tiempo, aunque con una repitiencia pavorosa en los últimos meses, contemplamos azorados e impotentes un mal mucho mayor, acaso la vejación más alevosa que pueda sufrir un ser humano: el abuso sexual de menores. Los casos se repiten casi a diario no sólo en las ciudades sino también en parajes remotos del interior, muchas veces con una vesania verdaderamente asqueante. La crónica periodística refleja estos horrendos sucesos con azorada seriedad, pero no logra provocar el escándalo y la reacción colectiva. Simplemente puede y debe mostrarlos.

Es preciso reconocer en ello un imprescindible gesto de sinceramiento, porque todos sabemos que por décadas estos desgraciados temas se silenciaban, muchas veces por la vergüenza o pudibundez de las víctimas y otras por un ocultamiento cómplice que nos hacía creer que nuestra sociedad era moralmente sana y que aún no estaba inficionada por estas depravaciones tan compatibles con la degradación de las costumbres, la pérdida de muchos de nuestros valores esenciales, y ese permisivismo falazmente libertario que nos ha hecho renegar del orden natural.

El rey andaba desnudo por la plaza pero nadie se animaba a gritarlo. La casuística es en verdad compleja pero siempre resulta posible enumerar los perfiles más frecuentes de esta lacerante realidad. A la cabeza se ubica desde luego la más denigrante de estas prácticas de diabólica perversidad: el abuso sexual paterno filial (padres que abusan de sus hijas núbiles o más pequeñas aún y hasta llegan a sodomizar a sus indefensos hijos varones; otras prácticas de no menor perversidad de progenitores que obligan a sus hijas, sin llegar a la violación, a provocarles mezquinas y deleznables autosatisfacciones; y madres que amenazadas e incluso golpeadas que son forzadas al silencio, una forma larvada de complicidad que de hecho las convierte también a ellas en abusadoras, aunque pasivas).
Se han dado con frecuencia casos, que también ocurren en el seno de los hogares, de empleadas domésticas con idéntico perfil de perversión, que manosean u obligan a niñas y niños pequeños que quedan a su cargo, en ausencia de sus padres, a “juegos” parasexuales inequívocamente abusadores. Un segundo escalón del abuso sexual compromete a adolescentes, que formalizan patotas patológicas para realzar su supuesto machismo o virilidad y llegan a violar a compañeritos menores. La gradación de la ignominia del abuso no se atenúa cuando la víctima es una alumna encerrada en un aula vacía, que es vejada con violencia por estos grupitos desprovistos de todo hiato moral. Estos jóvenes reproducen, a 30 años de distancia, la malévola saga del enajenado protagonista de “La naranja mecánica”: un juego de sexo y violencia en el más absoluto de los descontroles. Finalmente están los abusos horrendos de los depravados, que sorprenden a una menor en algún descampado, en un camino vecinal, en medio del monte o acaso en un lóbrego solar abandonado. En todos estos casos la violencia es consustancial al abuso, que constituye en sí mismo el mayor acto de violencia contra un ser humano. La psicología avisa, con certero diagnóstico, que es mucho mayor el trauma que acompañará de por vida al abusado que el daño físico provocado. ¿Cómo podría un niño abusado por su padre mantener intactos sus mecanismos de “identificación”, tan elementales para mantener la sexualidad de su género?
Es muy probable que en su adultez repita la historia, en un claro mecanismo de compensación. ¿Cómo podrá una niña considerar a su madre como su espejo, después de haberla visto mirar cómo la violaba su progenitor? La herida narcisística recibida (con frecuencia decenas de veces) la acompañará de por vida. Todas estas laceraciones que tanto nos conturban como sociedad nacen en permisivismos o desviaciones que arrancan inexorablemente en la casa o en la escuela. Y constituye un grave error echarle la culpa de todo al gobierno, una costumbre demasiado afirmada en el país todo. Es muy poco lo que puede hacer. No se puede edificar una política de estado para controlar la condición humana. Pero al menos se trabaja con contención y perseverancia sobre las víctimas. Son numerosas las instituciones tanto oficiales como privadas que trabajan en la prevención de los niños y niñas abusados, con conmovedora generosidad. El abusador ya está lamentablemente entre nosotros. No podemos predecir cuándo pegará el próximo zarpazo. Ni clamando al cielo ni exigiendo más protagonismo al gobierno esta lacra desaparecerá.

Si todos nosotros, en lugar de escandalizarnos con cada noticia de un abuso sexual, no cargamos sobre nuestras espaldas, en conjunto, la pesada mochila de que este drama es patrimonio del colectivo social, que es la comunidad la que debe tomar conciencia, que el daño que inflige un abusador no es sólo contra el niño o niña abusado sino contra todos nosotros, deberemos concluir en que nunca podremos hacer nada contra este flagelo. Pero si, por el contrario, nos abroquelamos como Fuenteovejuna y reconstruimos entre todos nuestra esencial escala de valores, es entonces muy probable que aquella ominosa profecía de Gelman jamás nos alcance.
© EL LIBERAL S.A.
Director Editorial: Lic. Gustavo Eduardo Ick
Santiago del Estero / República Argentina

EL GRAN DESAFIO ES ATREVERSE.


El abuso sexual infantil (ASI) es uno de los aspectos más dolorosos en lo que respecta a vulneración de derechos de niñas, niños y adolescentes.

Es evidente que en todo el espectro del desempeño profesional se ha avanzado en la consideración y el debate de esta temática y por la publicidad dada a esta tipo de hechos se logro una mayor sensibilidad social, sin embargo la detección y asistencia se realizan aún hoy en un marco de prejuicio y desconocimiento.


La experiencia clínica y diversas investigaciones muestran que los autores de los abusos son, en más de un 80% de los casos, adultos conocidos de la víctima y en su mayoría, miembros de la familia.Si bien es fácil explicarle a un niño/a que debe desconfiar de personas extrañas, es mucho más difícil cuando lo que se le debe explicar es que debe estar atento y ser crítico hacia el mundo adulto en general y los miembros de su familia en particular. Esto produce una gran confusión y sentimiento de desprotección.

El abusador sabe que esta transgrediendo y se protege como todos los delincuentes para no ser descubierto. Su alternativa es imponer la "ley del silencio". La víctima, al ser un menor, inmaduro y dependiente, a merced del adulto que tiene una posición de poder o autoridad sobre él, queda indefenso ante esta situación, termina aceptando y adaptándose a ella para sobrevivir, esto se denomina "acomodamiento de la víctima".

Es para destacar que este fenómeno atraviesa todos los estratos sociales, económicos y culturales, como dice la doctora Intebi, ocurre "en las mejores familias".Hay que tener en cuenta que los que los niños/as tienden a ocultar los hechos por vergüenza, sentimiento de culpa, amenazas de castigo o el miedo a no ser creídos, lo que contribuye a que el abuso siga manteniéndose en un hermetismo difícil de develar, por eso cuando un niño/a relata, siempre hay que creerle.


¿Qué se debe hacer si se sospecha o se conoce un caso de ASI?

Tener en cuenta que nunca se debe trabajar solo, hay que denunciar siempre, el silencio sólo protege al abusador.Es de vital importancia como medida preventiva, la educación sexual desde temprana edad,el conocimiento del cuerpo y el concepto de lo que es intimo, privado.Hay mucho por hacer, recién la sociedad esta tomando conciencia. En un tema en el que no se puede andar con posturas tibias, no no debemos perder de vista que los únicos que no tienen voz propia son las víctimas.Todo lo que podamos hacer desde nuestros lugares de trabajo, desde nuestros hogares, por poco que parezca, significará un gran avance en esta lucha por los derechos de nuestros niños y niñas.


El gran desafío de Atreverse es arriesgarse a decir o hacer algo, y cuando de abuso sexual infantil hablamos es arriesgarse a ir del silencio al grito. El abuso sexual infantil es un delito que se produce puertas adentro, en el marco de una relación de poder, de confianza, donde quien abusa en general tiene un deber de cuidado y de protección, por ello es posible el engaño y el abuso propiamente dicho.En el abuso el adulto usa a los niños, niñas y/o adolescentes, no respetando sus intereses, la propiedad de sus propios cuerpos, sus necesidades y derechos, sometiéndolos para su propia satisfacción sexual.

El abuso sexual infantil incluye: llamadas telefónicas obscenas, imágenes pornográficas, ofensa al pudor, contactos sexuales, manoseos, violación, incesto, voyeurismo y/o prostitución del niño.

Los niños, por su condición de tales, no pueden dar su consentimiento, por ello se convierten en víctimas, no pueden darse cuenta de que esta experiencia no es normal.

El abuso sexual es un problema innegable que provoca hondas repercusiones, en las víctimas y en su entorno afectivo; es un daño que se proyecta en su vida futura, humilla, quita la esperanza, la autoestima, la proyección de futuro.

Si bien muchas víctimas desarrollan conductas que les permiten vivir sin presentar serios trastornos, ello no significa que las situaciones traumáticas vividas se olviden.

Por ello es necesario acompañar y atender la crisis familiar que se produce cuando se rompe el secreto, desde el trabajo en equipo e interinstitucional en red, sumándose la intervención legal que juega un rol reparador para las víctimas. No hay posibilidad de cura sin justicia. La sanción social civilizada ayuda en la reconstitución psíquica de la víctima.Atreverse también es creerles, y éste es el primer paso protector y reparador. Esta es una responsabilidad de todos como integrantes de la sociedad y garantes de los derechos de los niños. ¿Seremos capaces de esto? ¿Nos atreveremos?


Hay maestras que enseñan a leer, a escribir, promueven valores, hacen bandera de la vida en familia, y tantas otras cosas que a diario proponen en sus aulas; pero también hay docentes que descubren cambios de hábitos en el comportamiento de sus alumnos.

Y hasta son las primeras en ver las marcas que deja en sus cuerpitos el abuso sexual al que son sometidos muchos de los niños.

También hay "seños" a las que les ha tocado oír de la boca algún alumno/a como es que el "novio de su mamá" se toca las partes íntimas mientras los observa, estando su madre dormida.

Las anécdotas están "suavizadas" con el fin hacer circular información que está cerrada bajo siete llaves y que hemos considerado importante compartir con el fin de quitarle velos a un tema que todavía los tiene, pero que ha comenzado a recoger los frutos de ir quitándolos, a medida que se los denuncia, se castigue a los culpables, como así también se asista a las víctimas y a su familia.

Este desgraciado y criminal fenómeno no es exclusivo de ninguna clase social, lo saben quienes tratan a diario con un cúmulo de información discrecional que les permite asegurar que no han faltado casos de abusos escalonados -por ejemplo- de un progenitor de "familia bien" con tres de sus descendientes.


La angustia que provoca en las víctimas este tipo de acontecimientos que suele ser soportado por largos años, cuenta en ciertas ocasiones con conflictos de credibilidad.


Entre ellos, las estadísticas demuestran que un 95% de los abusos denunciados, tienen como imputados a personas del entorno intrafamiliar. Allí se ubican padres, padrastros o "el novio de la madre", "tíos", y hasta "amigos de la familia".


Situación y estadística"Hay más casos, más información que le llega a la sociedad y más denuncias. Son todos abusos que van desde un manoseo hasta la penetración, todos son horrendos", subraya un profesional encargado de tratar diariamente con el tema, pero que no tiene autorización para hablar sobre el mismo, desde que cambiaron las reglas para la Justicia de menores.

Por propia decisión de la víctima, o una mirada aguda del docente a su cargo que nota cambios en el comportamiento o actitudes determinadas del menor en cuestión, se da lugar a un trabajo extraoficial que desemboca en el develamiento tan temido.


Asimismo sostienen que el papel de la prensa en poner en consideración de la opinión pública este tipo de problemáticas, ayuda a que la gente se anime a contarlo, y también se transforme en otra forma de poder fomentar el valor de la denuncia.