domingo, 8 de febrero de 2015

Silencio, miedo y culpa en el abuso sexual infantil.



Dado que en el abuso sexual infantil, generalmente el perpetrador es un conocido de la víctima (padre, padrastro, hermano, tío, primo, amigo cercano de la familia), éste recurre a la humillación, la vergüenza y la culpa para acallar al niño o niña. En casos extremos, incluso recurre al asesinato.  En la mente de un niño no es fácil comprender que el abuso, la manipulación, el chantaje , la explotación y la violencia nada tienen que ver con él o con su sexualidad. Además, cuando la relación con el abusador es muy cercana, surgen sentimientos encontrados. Por un lado, la niña o el niño víctima del abuso quiere a esa persona, confía en esa persona y no lo considera capaz de provocarle un daño. Hasta que llegamos a la adolescencia, nuestros padres y muchos otros adultos y figuras de autoridad, como por ejemplo nuestros profesores, nos parecen perfectos y confiamos en sus juicios, decisiones y acciones. Tomando esto en cuenta, el niño menor de doce o trece años, no tiene elementos para saber que un momento dado, el adulto a su cargo o cercano a él, está actuando de manera equivocada y enferma. Sin embargo, su intuición le dice que algo no está bien pero como no puede siquiera cuestionarse las acciones del adulto, entonces se culpa a sí mismo y siente vergüenza. 

Por su parte, el perpetrador juega con lo más delicado que hay, la mente del niño. Sabe que no puede ser del todo abusivo y necesita desarrollar una relación “amistosa” con su víctima. Así, se convierte en el tío lindo que le lleva dulces y lo invita al cine o al circo; en el padre que lo defiende de los regaños de la madre; en el hermano mayor que lo protege en la escuela - de tal manera que la víctima llega incluso a sentirse en deuda con su victimario.

Cuando, por alguna razón esto no se da, entonces el perpetrador amenaza y se vuelve violento tanto verbal como físicamente. Las amenazas pueden ir directamente dirigidas a la víctima o a personas o animales que la víctima valora y quiere. Recuerdo un caso en que un padre lanzó como si fuera pelota al perro de una niña para quien ese animal significaba mucho. La pequeña observaba la escena con horror y terminaba por doblegarse ante las peticiones perversas del padre. Aquí las amenazas tenían como fin lograr que la víctima se sometiera, en otras ocasiones son empleadas como un medio para silenciar a la persona.

Con el tiempo, la víctima va creciendo y recibiendo información en la escuela, en Internet, en libros, artículos, a través de amistades, y empieza a ver su realidad de otra manera. Poco a poca va comprendiendo que quizá su victimario no está actuando de manera correcta, que quizá transgredió límites, que posiblemente hasta está cometiendo un delito… En su afán de confirmar su nueva realidad, muchas veces acude a otras personas cercanas como pueden ser la madre, un abuelo, una abuela, etc. Si tiene la fortuna de que esta persona le crea, valide su experiencia y lo ayude a sacar la verdad a la luz, ahí terminará el abuso y podrá empezar el largo proceso de sanación mediante una serie de terapias. Desgraciadamente, en ocasiones, la víctima se va a topar con una persona que está en absoluta negación y que, de hecho, hasta puede haber sido un cómplice silencioso del abuso. 

Hay madres que prefieren que su marido abuse de sus propias hijas a que le sea infiel con otras mujeres. También hay madres que son capaces de sostener a una hija mientras el padre abusa de ella. Otras, simplemente se hacen las que no ven nada, no escuchan nada y no perciben nada. Por esta razón, muchas veces los niños víctimas de abuso sexual, se sienten atrapados entre su necesidad de detener el abuso y su miedo a que no les crean. Esto hace que guarden silencio mientras se da el abuso e incluso, mucho tiempo después. 

Ese silencio a veces se ahoga en medio de depresiones recurrentes, a veces toma la forma de enfermedades graves y mortales, y a veces termina cuando la víctima decide que su vida no tiene más sentido y se suicida. Afortunadamente, muchas veces también termina cuando la víctima, en su edad adulta, decide contarse su propia historia, validarla, y confrontar a su victimario. Como mencioné anteriormente, el proceso es largo. La víctima necesitará de terapias, de mucha honestidad y de un profundo valor para revivir el abuso sufrido y por fin darle voz a su dolor, a su frustración, a su enojo y a su rabia. Es inútil hablar de perdón. Quizá venga con el tiempo, quizá no. Lo primero  y lo más importante es validar los sentimientos de la víctima y de ser posible, que confronte a su victimario y le devuelva todo su culpa, su vergüenza y su violencia.

DANIELLE MELGAR
Colaborador de la Red Hispanoamericana contra el abuso sexual infantil 

Miembro de Asi nunca mas A.C