Brigitte Hauschild*
En todo el mundo, también en Nicaragua, el abuso sexual sigue siendo el crimen más silenciado y menos condenado. Sigue siendo una endemia.
Desde hace tiempo reflexiono sobre una pregunta que no se aparta de mi mente: ¿Quieren los
hombres realmente que el abuso sexual termine? ¿Quieren los hombres realmente una vida sin violencia? ¿O se queda esta lucha para una vida sin violencia siempre una lucha de las mujeres?
Hace poco tuve un encuentro en Berlín con un hombre, psicólogo, “especialista en traumas
causados por las torturas políticas”, y le hice la misma pregunta. Y él me contestó: “Los hombres no tienen que hacer nada, ya que ellos tienen el poder”. ¿Es cierto eso, o cuándo empezarán los hombres a hacer algo en contra del abuso sexual? Y no sólo pienso en esos hombres que son los abusadores. Pienso en todos los hombres, seres humanos que no abusan de su poder y que, por eso, podrían solidarizarse con nosotras, las víctimas y sobrevivientes de abuso sexual en la niñez, con facilidad y en voz alta. Podrían expresar públicamente su rechazo al abuso sexual, su preocupación por este problema, sus reflexiones dirigidas hacia sus congéneres. ¿Por qué no lo hacen? Esta cuestión me ocupa y me preocupa. En Nicaragua las cifras son alarmantes.
En un taller de capacitación que realizamos en 2007, casi un 45 % de las 205 participantes nos contaron que sufrieron abuso sexual en su niñez de parte de hombres, familiares o cercanos a la familia. ¿Será éste el promedio en todo el país? ¿Reflejarán estos números lo que está sucediendo por todas partes?
Cuando invitamos desde el Movimiento Contra el Abuso Sexual (MCAS) a toda la población
nicaragüense a compartir en esta columna semanal sus ideas sobre cómo erradicar esta epidemia, estábamos llamando también a los hombres a que hablaran.
Como sobreviviente, acompaño a otras y a otros que sufrieron abuso sexual. Habiendo pasado por un doloroso camino para sanar, sé que jamás borraré de mi memoria los peores años de mi vida; sé que perdí definitivamente los años alegres y felices de la niñez y la adolescencia. Pero también sé que tengo mucha vida por delante, ofreciéndome la alegría y la felicidad que no tuve entonces, aunque la merecía. Por la experiencia de incesto que sufrí en mi niñez, y por la felicidad que siento ahora después de mi proceso de sanar, trabajo desde algunos años con las mujeres y para las mujeres que llegan a Wildwasser, en Berlín, y apoyo los esfuerzos de las mujeres que se dedican al mismo trabajo en Aguas Bravas Nicaragua. Muchas mujeres trabajan en esta misma dirección en Nicaragua.
Pero no es suficiente. La tarea de erradicar el abuso sexual y la violencia sexual contra niños, niñas y mujeres es una tarea de toda la población, de todas las personas, de políticos, de funcionarios, de juezas, de maestras, de científicos, de artistas. Debería ser también un esfuerzo priorizado en los movimientos sociales y comunitarios de Nicaragua, tanto entre los que se agrupan en la Coordinadora Civil como en los que se organizan en los CPC. Las consecuencias del abuso sexual no sólo causan dolor y enfermedades en las víctimas y sobrevivientes, afectan emocional y económicamente a toda la comunidad, a la sociedad entera.
Esto no es sólo tarea de mujeres, debe ser también una tarea que los hombres prioricen. En
Nicaragua existe una organización de Hombres contra la Violencia. ¿Es suficiente? ¿Basta con “una” organización de hombres que reflexionan sobre sus propios comportamientos violentos y sobre una nueva masculinidad? ¿Cómo hacer llegar esta inquietud, esta responsabilidad a muchos otros hombres que han empezado a preocuparse por este problema y que están regados por todos los rincón hablar de cómo viven su ser masculino, cómo están creciendo, qué piensan de todo esto?
No dejo de soñar con el día en que los hombres que no abusan de su poder se integren a la lucha contra el abuso sexual con voz alta y hechos coherentes, y también sueño con el día en que los hombres que han sido abusadores sexuales formen “grupos de abusadores anónimos”, espacios en los que reflexionen y analicen juntos qué los convirtió en abusadores y qué necesitan hacer para no continuar abusando de su sexo y de su poder.
Son sueños. Sueños que nos deben llevar a reflexionar y a actuar para cambiar la sociedad, para construir una sociedad que respete las diferencias, que elimine el hambre y la pobreza, que aprenda a resolver los conflictos con el diálogo y no con la violencia. La cultura patriarcal que domina el mundo desde hace miles de años ha legitimado las guerras y todo tipo de mecanismos violentos y de abuso de poder, diseñados por hombres y controlados por hombres. Si queremos una sociedad sana, si la queremos realmente democrática y verdaderamente digna, los hombres que no abusan de su poder deben comenzar a hablar.