martes, 6 de octubre de 2015

La cuenta larga en el abuso de los niños




En 1874 la Sociedad Protectora de Animales de los Estados Unidos consideró que Mary Ellen Wilson (Nueva York, 1864-1956), de diez años de edad, "pertenecía al reino animal". La niña recibía severos y reiterados maltratos físicos por parte de su familia adoptiva, los Connolly. Una nueva vecina, Mary Smitt, oía día tras día los gritos desgarradores de una niña que jamás había visto salir a la calle, por lo que alarmada llamó a Etta Angell Wheeller, una misionera metodista de la caridad (lo que hoy sería una asistente social) para pedirle ayuda. Cuando Etta entró en la casa de los Connolly se encontró con una escena horrenda: una niña parcialmente atada, mugrienta y cubierta de harapos inmundos ante un montón de loza sucia que, sin apenas fuerza para hacerlo, intentaba fregar. La pequeña estaba escuálida y diferentes cicatrices recorrían todo su cuerpo. Sobre la mesa descansaba un pesado y rígido látigo de cuero con el que la disciplinaban. Aterrada e indignada, denunció el caso ante la policía y los juzgados, mas ninguna ley protegía a un niño contra las torturas, el abuso, el maltrato y la explotación infringidas por sus padres. La niña carecía de derechos propios. De forma lamentable todavía se contemplaba lo enunciado dos milenios antes por Aristóteles (384 a.C. - 322 a.C.): "Un hijo o un esclavo son propiedad y nada de lo que se hace con la propiedad es injusto". Por fortuna, irrumpió Henry Bergh, el líder de una asociación para la prevención de la crueldad con los animales, sociedad que había conseguido se dictasen leyes para prevenirla. La alegación era sencilla y eficaz: Mary Ellen, como humana, era de forma indiscutible parte del reino animal y merecía el amparo de estas leyes. Los Connolly fueron llevados a juicio. La niña salió de su casa-cárcel por primera vez después de largos años de encierro. Su declaración fue espeluznante: "Nunca me han acariciado, ni besado, ni nunca he hablado con nadie que no fueran mis padres. Me pegan y azotan casi todos los días con un látigo y no sé ni me dicen el porqué mientras lo hacen. No he salido de casa en mi vida, solo por la noche al patio interior. La cicatriz de la cara me la hizo mamá con unas tijeras?". Doce días después el tribunal dictó la primera sentencia de la historia contra unos padres maltratadores. Mary Ellen quedó al cuidado de la familia de Etta Angell y llegó a ser una niña muy feliz. Años después se casó, tuvo dos hijas y adoptó otra más. Su caso revolucionó a la comunidad de su tiempo y surgió la primera organización en Estados Unidos, la Sociedad para la prevención contra la crueldad hacia los niños. Poco tiempo después se crearon sociedades semejantes en otros países.
A partir de entonces la situación a favor de los niños ha evolucionado en todo el mundo pero queda mucho por hacer. En 1959, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó por unanimidad la Declaración de los Derechos del Niño. El espíritu del documento es recogido en su preámbulo: "La humanidad debe al niño lo mejor que puede darle". La Declaración no tenía carácter obligatorio y debía ser ampliada por lo que en 1989 se elaboró un texto de 54 artículos, la Convención internacional sobre los derechos del niño (CIDN). Se trata de un verdadero tratado internacional que recoge los derechos de la infancia, con carácter jurídicamente vinculante -o lo que es lo mismo cuyo cumplimiento es obligado-, que reconoce a los niños y niñas como agentes sociales y como titulares activos de sus propios derechos. La Convención se convirtió en ley en 1990 y ha sido ratificada por todos los estados del mundo, con la excepción de Somalia -en ratificación- y EEUU -por cuestión de soberanía, si bien la apoya y la respalda desde el inicio-. Un buen número de estas naciones han articulado las leyes necesarias para ponerlos en práctica. En España se acaba de promulgar una nueva Ley de la Infancia y la Adolescencia, en la que se crea un cuerpo normativo que incluye nuevas medidas y aglutina las ya aplicadas por las comunidades autónomas. ¿Cuál es la razón de leyes distintas en cada comunidad -la mayoría simples "refritos"- si todos los niños españoles son iguales? ¿Forma parte de la endogamia social, cultural y geográfica que algunos nos quieren imponer? La Convención Internacional tiene tres protocolos que la complementan. El protocolo relativo a la venta de niños y la prostitución infantil, el protocolo relativo a la participación de los niños en conflictos armados y el protocolo relativo a un procedimiento de comunicaciones para presentar denuncias ante el Comité de los Derechos del Niño.
Pero lo cierto es que contemplamos impotentes la contradicción y la distancia que existen entre lo que las convenciones, las leyes, las normas y los protocolos formulan "oficialmente" para proteger a la infancia, y la realidad existente. Numerosos países no cumplen los documentos suscritos. Para los niños, y en especial para los grupos excluidos o minoritarios, esto supone con bastante frecuencia vivir en situaciones de pobreza, sin hogar, sin protección jurídica, sin acceso a la educación, en situaciones de abandono o afectados por enfermedades prevenibles, entre otras vulneraciones. En el mundo existen cerca de 215 millones de niñas y niños a quienes se les ha robado su infancia. El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) elaboró a finales del pasado año el informe Niños en peligro: actúa para poner fin a la violencia contra los niños, en el que se afirma que un niño muere cada cinco minutos en el mundo a causa de la violencia, teniendo lugar cerca del 75 por ciento de esas muertes fuera de las zonas de conflicto. Además explica cómo millones de jóvenes de edades inferiores a los 20 años se sienten inseguros en su día a día en sus casas, escuelas o comunidades. Advierte incluso de que alrededor de 345 menores podrían morir cada día a causa de episodios de violencia durante el año 2015 que ahora transcurre. "El mundo ha ignorado durante demasiado tiempo los niveles extremadamente altos de violencia a los que se enfrentan los niños. En dicha violencia se incluye el abuso físico, emocional y sexual, que se produce en los hogares, calles e incluso en las escuelas. A esto se añaden los niños que se encuentran en grave peligro en las zonas de conflicto de todo el mundo; desde Gaza, Siria e Irak a Sudán del Sur, miles de niños han sufrido la violencia de la guerra. En España la prevalencia de maltrato infantil estimada en las distintas comunidades autónomas oscila entre un 5 y un 15,19 por cada 10.000 menores. No obstante, las cifras reales son mucho más elevadas, debido a que los datos se obtienen de los expedientes de protección al menor, los cuales no llegan al 20% de todos los casos. Además cada niño victima puede sufrir uno o más tipos de maltrato cuya distribución aproximada sería: maltrato físico: 19%, negligencia: 86%, abuso sexual: 3,6% y maltrato emocional: 35%. En el caso particular del "bullying" o acoso escolar el porcentaje aproximado está alrededor del 17%. Y lo peor, un número elevado de las victimas infantiles sufren los abusos en secreto, en unas ocasiones porque no son denunciados, en otras porque los propios profesionales somos incapaces de diagnosticarlos. Un ejemplo elocuente es la baja prevalencia del abuso sexual infantil en contraste con las encuestas a adultos, de los que el 18,9% manifiesta haber sufrido abusos sexuales en la infancia.
La doctora Cyndy W. Christian y sus colegas del Comité de la Academia Americana de Pediatría sobre el Abuso y Negligencia Infantil han publicado recientemente en Pediatrics una guía actualizada, que al igual que otras muchas elaboradas por esta Academia son intachables. En su presentación la autora principal explicó de modo textual: "Las lesiones menores en los niños son muy comunes, y la mayoría no son el resultado de abuso o negligencia [?]. Pero, lamentablemente, también sabemos que es muy común que a los médicos les pasen inadvertidos casos de maltrato físico infantil. Cuando estas lesiones no se identifican correctamente, los niños acaban volviendo después para recibir atención médica con lesiones más graves o incluso mortales". El informe incorpora las investigaciones recientes que demuestran que los eventos traumáticos durante la infancia afectan a la salud física y mental de un niño durante décadas. Asimismo hace referencia a los estudios retrospectivos y prospectivos publicados en los últimos años, que han identificado fuertes asociaciones acumulativas entre episodios infantiles traumáticos, que incluyen maltrato, disfunción familiar y el aislamiento social, y la enfermedad y la salud física y mental en la edad adulta. La guía actualizada hace hincapié en la necesidad de que los pediatras estén alerta para detectar factores de riesgo y los signos de que los niños están siendo maltratados y resume las maneras en que los médicos pueden proteger a los niños contra el abuso. El informe debería ser estudiado detenidamente por todos los pediatras y profesionales relacionados con la salud de los niños. Pero la realidad será otra. Muchos ni la leerán, mientras ahora como siempre, asistiremos a la elaboración de nuevos protocolos por cada comunidad, sociedad o institución, a cargo de personas con formación y experiencia limitadas. Tales protocolos, en su mayoría, no son más que "refritos" bien intencionados o si se quiere, al modo de hoy, el fruto de "cortar y pegar" textos elaborados por otros. Tal actitud supone una pérdida de tiempo, cuando lo único que habría es que adaptar al medio y a la legislación documentos como el que comentamos, del que son autores verdaderos expertos en la materia. Nos hace buena falta el tiempo para el estudio y el trabajo que será lo que al final nos permitirá lo que los autores de la guía expresan: "El reconocimiento de los abusos y la intervención en nombre de un niño maltratado que puede salvar una vida y puede proteger a un niño vulnerable de toda una vida de consecuencias negativas".
Y termino con lo que en una ocasión escuché en un congreso médico de boca del sabio pediatra argentino Florencio Escardó (Mendoza, 1904-1992). Nos recordó cómo los mayas tenían dos maneras de medir el tiempo y los ritmos, la "cuenta larga" y la "cuenta corta". De forma gráfica, en la línea del sociólogo francés Alfred Sauvy (1898-1990), Escardó reflejó las cuentas mayas en las agujas del reloj y su velocidad, en las que el minutero señala las duraciones cortas y el horario las largas. Cuanto hagamos o dejemos de hacer con el niño, que es sismógrafo social de la comunidad, parece lamentablemente padecerlo como consecuencia de ambas duraciones. Un ejemplo es el del abandono y al abuso que el niño ha sufrido y sufre a lo largo del tiempo.