miércoles, 4 de julio de 2012

Realidades del abuso sexual infantil e iniciativas necesarias


PAÍS: CHILE

Hasta hace menos de 20 años, el abuso sexual contra los niños y niñas era considerado en la legislación como un delito menor, con niñas de 12 años posibles de ser legalmente abusadas y una escasa cantidad de condenados, menos aún encarcelados. Quienes impulsaban políticas de endurecimiento de las condenas, junto a una mejor investigación de los casos y que buscaban perfeccionar el sistema judicial para darle credibilidad a los relatos de los niños, casi no eran escuchados en los medios, en el parlamento y el gobierno. Esto fue cambiando lentamente hasta que se logró el endurecer las penas, que el Estado abriera algunos programas de atención a los niños víctimas y se comenzaran a especializar los procedimientos investigables y  el lugar que ocupaban los menores de edad en ese proceso. 

No obstante, en el imaginario colectivo seguía predominando la idea que estos abusos eran pocos y ejecutados por personas desconocidas y violentas. El endurecimiento relativo de las  penas no resolvió el problema, sino sólo concretó la señal de que ese delito es repudiable Socialmente, pero no produce escarmiento en los hechores. 

En la experiencia del Centro de Defensa de Niños, Niñas y Adolescentes Maltratados, CEDENIM, de ACHNU, para 336 casos atendidos, 246 lo fueron por abuso sexual y violación. De éstos, 97 víctimas fueron niños y 239 niñas. Hay casos en niños de 1 a 4 años (31), concentrándose la mayoría en las edades de 8 a 13 (45%) y en la educación básica (55%). En cuanto a la relación de parentesco con el agresor un 71% era el padre y el lugar del hecho más frecuente es el domicilio de la víctima o del agresor.  Como se puede apreciar los principales denunciados, en este programa, son los familiares directos.

Tanto las cifras de delitos sexuales contra menores de edad como la reciente avalancha de denuncias por los medios de comunicación, nos plantean muchas y complejas cuestiones.

Una primera es que la capacidad de respuesta de la sociedad y las instituciones se ha mostrado lenta e insuficiente para contener un fenómeno conocido, pero hasta ahora no transformado en un problema público, que afecta nuestra convivencia social y que revela en toda su magnitud una de las formas más perversas de vulneración de los derechos de niños y niñas.  

El segundo problema es que pareciera que los niños “viven con el enemigo”, pues las cifras muestran que los agresores sexuales principalmente son conocidos de ellos y sobre todo tienen un lazo de parentesco, lo que pone en tela de juicio una cuestión clave en los afectos y las relaciones sociales: la confianza. 

La tercera cuestión es que no hay una política activa de prevención del abuso sexual infantil, toda vez que las resistencias de los sectores conservadores a incluir en los curriculums escolares desde prebásica la educación sexual –por considerarla de exclusiva responsabilidad paterna- hacen que la ignorancia o las distorsiones sean el alimento para los perpetradores de estos delitos. 

Un cuarto factor es que este fenómeno no sólo desnuda la fragilidad de la vida de los niños en este aspecto frente al colegio, su familia o grupo de pertenencia (iglesia, asociación infantil, club, etc.), sino que también desenmascara el que los niños y niñas no tienen una ubicación privilegiada en la sociedad, si no más bien auxiliar a la satisfacción de los proyectos de vida de los adultos.  

Puede parecer una exageración, pero desde el punto de vista cultural e incluso sociológico, lo que está demostrando la actitud societal frente al abuso sexual infantil, se expresa en voces que dicen: “no lo puedo creer”, “nunca pensé que esto pasaría aquí”, “creí que esto pasaba en otras familias”. Pues bien, estos hechos han provocado rupturas profundas en las creencias instaladas en el sentido común de los padres y una sociedad golpeada por esta realidad que era invisibilizada porque como adultos no nos convenía ver: hacerlo implicaba cuestionar nuestro propio orden, pauta de valores y conductas. 

Tal es así que los colegios, antes de creerles a los niños o a los padres, calcularon los “daños” que produciría en la matrícula; así mismo, cuando se sabe que el padre proveedor de la casa abusa de algún hijo o hija, se calculan también las consecuencias para la estabilidad familiar si es que se denuncia. Relatos justificatorios para no hacerlo hay muchos, tales como “debe estar exagerando”, “puede haber sido una vez pero no ocurrirá nuevamente”, “si lo denuncio no tendremos qué comer”; en fin, nada relacionado con el proyecto de vida del propio niño. 

Si se quiere expresar un consenso contra el abuso sexual infantil, hay que declararlo legalmente imprescriptible, pues los procesos de elaboración de este tipo de experiencia-agresión está muy relacionado con la intimidad, subjetividad y desarrollo de la víctima, la que puede tardar más de una década en procesar una experiencia ocurrida en la infancia. 

Si se quiere hacer prevención, debiera abordarse en los proyectos educativos obligatorios desde pre básica y tener una glosa en el presupuesto, además de incluir normas respecto de criterios de contratación y formas de relación en toda institución que agrupe niños.

Si se quiere combatirlo, las fiscalías deben dejar de usar la “suspensión condicional del procedimiento” para los casos de abuso sexual infantil (160/2009, Nº 8), y debiera impedirse el uso de la causal “no perseverar” cuando los fiscales estiman que hay escasez de pruebas, pues ha implicado la impunidad del acusado en innumerables causas. Hay, también, jueces “garantistas” que moviéndose en el límite del arbitrio interpretativo de la ley son conocidos por otorgar la libertad a estos delincuentes.

En definitiva, esta coyuntura noticiosa sobre los abusos sexuales contra niños debiera permitirnos mirarnos a nosotros mismos como país y evaluar el tipo de convivencia social que hemos construido para ellos, las respuestas institucionales que nos hemos dado para estos casos y el grado de importancia que tiene en la agenda pública.  Cuando el vendaval mediático pase, todo quedará a prueba de nuestra capacidad para tomar las medidas apropiadas, pensando siempre que cada día hay 38 niños abusados sexualmente. El tiempo apremia.