viernes, 28 de enero de 2011

LO QUE LOS SOBREVIVIENTES TIENEN QUE DECIR

Participo en un foro de ayuda mutua para víctimas de abusos sexuales infantiles. Y entre otros hilos y sugerencias, encontré uno muy interesante donde los sobrevivientes descargan de alguna manera su frustración con algunas de las preguntas que (con intención o sin ella) les hace la gente al conocer su situación personal. Algunas son especialmente sangrantes. Yo me limitaré a contestar, en la medida de lo posible, las más habituales, siempre desde un punto de vista totalmente personal. Que puede estar equivocado.

¿Por qué no lo contaste entonces?

¿Por qué no lo denunciaste si tanto daño te hizo?

Es sencillo. Por la misma razón por la que ninguna víctima habla: el miedo. En mi caso fue el miedo a no volver a ver a mis padrinos.

Tú, que me estás leyendo te supongo una persona adulta, con miedos racionales y lógicos, pero yo hablo del miedo infantil, ese miedo irracional que la imaginación de un niño alimenta con su fantasía. Intentad, por un momento, volver a vuestra infancia. A la época en que creíais firmemente en la existencia de los Reyes Magos, o el Ratoncito Pérez, o Papa Noel… ¿acaso no estabais convencidos de que eran reales? Y ahora en la madurez, aunque sepáis la verdad, seguramente guardáis un entrañable recuerdo de esos personajes, por la nostalgia en esa creencia que os evoca.

A nosotros, creo que nos ocurre algo parecido. Nuestro abusador nos inculcó el temor, más o menos explicito, a que si lo contábamos mataría a nuestra madre, o se romería la familia, o nunca más nos iban a querer, o jamás nos creerían… como en lo bueno, nos ha quedado la reminiscencia de ese temor hasta bien entrada la madurez. Incluso diría que ese miedo irracional permanece en el subconsciente, acechando por el resto de nuestra vida.

En mi caso, lo conté cuando era una niña (creo que la primera vez que se lo dije a mi madre tendría nueve o diez años) pero cuando lo hice, mi madre me dijo que era culpa mía, que si lo contaba, no volvería con mi Madrina, y opté por callar temerosa y avergonzada. Creo que incluso previamente que mi madre lo pusiera en palabras, yo ya percibía ese riesgo mucho antes, por parte de mi padre. Porque era él quien en última instancia decidía que yo volviese con mi Madrina a estudiar, y si me resistía a sus abusos, además de su violencia, podría castigarme con su propia prisión, junto a él.

Solo iba a casa de mis padres en vacaciones. Hasta los doce años estudiaba en la ciudad donde vivía mi Madrina. Así que opté por “pagar” a cambio de volver con ella. Sólo pensar que no volvería a verla ni a ella ni a su familia me provocaba un pánico enorme.


De hecho, el último año de mis abusos, (el más espantoso que recuerdo) mi Madrina se había casado y esperaba su primer hijo. Y aprovechando esa circunstancia, mi padre decidió que me quedase con mis progenitores. “Solo hasta que nazca el bebé”, me dijeron.

La situación empezó a ser insostenible para mí, y conseguí que mi madre lo denunciase. Pero el resultado fue precisamente el contrario del lo que esperaba: mi padre, al conocer la denuncia nos amenazó a todos de muerte. Estaba seguro que mi Madrina había tenido algo que ver en aquella denuncia y tomó la decisión de que yo no volviese a ver ni a mi Madrina ni a su familia. Incluso llegaron a decirme que ahora que mi Madrina tenía su propio hijo, ya no quería saber de mí.

No os podéis hacer idea de lo que sentí en ese momento. Creí que había cometido el mayor error de mi vida, que al contar lo que me hacía mi padre todo mi mundo se había roto y había perdido el único refugio que poseía. Fue la primera vez, con doce años, que me plantee la muerte como una alternativa. Incluso deseé, en una de sus palizas, que mi propio padre me matara.

Durante muchísimos años he sido incapaz de hablar. Y no porque alguien me lo impidiese, sino porque mi mente no me lo permitía. Yo no era consciente ni tenía edad para entender lo que pasaba, y terminé por esconderme, por callar y asumir lo ocurrido.

He pasado años disimulando cuando algo me traía un recuerdo que me paralizase. He pasado horas enteras encerrada en el cuarto de baño, esperando a que las náuseas y los temblores de mis manos se detuvieran, sólo para que nadie de mi familia adoptiva se diese cuenta de que me ocurría algo. Sin duda un comportamiento recuerdo de mi infancia.

Si hablas ahora de esto es para vengarte, o para dar pena…

Te gusta hacerte la víctima. ¡Te encanta llamar la atención y ya no sabes por dónde salir!

Creo que ahora empiezan a cambiar las cosas. En el foro cada vez entra gente más joven para buscar ayuda, y eso me alegra muchísimo, porque significa que las victimas empiezan a darse cuenta mucho antes de la importancia de lo ocurrido.

Yo he tardado casi cuarenta años en asumir lo que me sucedió, y aunque mi familia adoptiva conocía los abusos, nunca les conté detalles de ningún tipo. He estado “adormecida” durante años, hasta que me desperté. Y hablo, porque al despertar… necesito vomitar. Como todas las víctimas.

¿Crees que lo hago para llamar la atención, por venganza? ¿Opinas que después de cuarenta años aún busco represalias, o lástima?

Si tuviese alguna razón que implicase poner en evidencia a todos aquellos autores y cómplices de mis abusos, no sería por venganza, sería por justicia.

Pero ya ni siquiera busco eso: yo hablo porque necesito sacarlo fuera, porque si sigo guardando el secreto un minuto más acabaría devorándome, consumida por el dolor. Y… ¡qué diablos!, porque no tengo de qué avergonzarme. Que callen otros que si tienen de qué sonrojarse.

Pobrecita…

¡Odio inspirar lástima! Nos degrada aun más la autoestima, porque nos hace sentirnos lo más bajo de la sociedad, los marginados.

Debes tratar de superarlo. Pero eso fue hace un montón de tiempo. No sirve de nada remover el pasado.

El problema es que cada vez que me levanto, cada vez que me enfrento a un reto, por simple que sea, tengo un bicho en la cabeza que me recuerda lo que me han hecho. Y tengo que hacer el ejercicio diario de apartar ese pensamiento de mi mente que se impone cada minuto.

Sé que lo haces con buena intención, porque crees que si lo entierro, lo olvidaré y seguiré con mi vida, pero esto no funciona así: todos cuando nacemos somos una hoja en blanco, un ordenador vacío, en el que los adultos escriben. Nuestros padres escriben las normas que debemos conocer y cumplir, la sociedad escribe nuestras tradiciones, en el colegio escriben los conocimientos que nos servirán en nuestra vida de adultos.

Y todo queda marcado en el disco duro, TODO. Y las víctimas de abusos tenemos un borrón en nuestra hoja que no nos permite leer bien las normas del comportamiento. Nuestro disco está dañado. La desgracia de las víctimas es haber sobrevivido a aquello y vivir el resto de nuestra vida con la duda de si somos útiles, o por el contrario se nos debería tirar a la papelera, por ser un proyecto mal acabado.


Es como llevar una silla de ruedas. La gente, que no sabe de tu minusvalía, se extraña de tu comportamiento, sobre todo los más allegados, los amigos más cercanos, que con el trato se dan cuenta de que algo no va bien. Y además algunas personas, al conocer la razón, sugieren que se esconda la silla.

Porque así nos sentimos los sobrevivientes de A.S.I. Nuestra silla de ruedas es mental, y poca gente la ve. Pero está ahí, y es para toda la vida, no podemos decir: ya está olvidado, ya pasó. Tan solo podemos mejorar nuestra calidad de vida, pero para eso necesitamos que gente como tu quite las barreras arquitectónicas, y ayude en las campañas de concienciación que ayuden a proteger a los niños, a meter a los degenerados entre rejas para asegurarse que no vuelven a acercarse a un niño y a ayudar a las víctimas, a los sobrevivientes de ese horror a superar el daño y eliminar secuelas.


Porque cada vez que alguien me dice que ha pasado mucho tiempo, que es hora de pasar página me pone un escalón delante. Se podría decir que mi recuerdo es la frase de presentación de mi página del facebook. Y por más que se actualice, siempre es lo primero que leemos.

"Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio."

Proverbio indio.

EL MONSTRUO DEL CASTILLO

EL MAYOR TRIBUTO QUE PUEDO HACER A LOS VALIENTES SOBREVIVIENTES ES PUBLICAR SUS RELATOS.

MIGUEL ADAME VÁZQUEZ.


Las víctimas de abusos tienen muy poca autoestima. La agresión te marca de tal manera te hace sentir menos que nada. Y yo no iba a ser menos, mi autoestima roza siempre la línea de flotación. Con los años he llegado a reconocer que es una consecuencia de los abusos, pero al principio, cuando no lo asociaba a ello me sentía perdida en mis etapas de depresión. Y eso, unido a otras secuelas lo he llegado a visualizar en un personaje inventado por mi imaginación: mi Monstruo.

La equivalencia me la enseño una amiga de la infancia: la mente es como un castillo encantado con miles, millones de habitaciones que cambian de lugar a su antojo. Cuando se tiene un recuerdo, es como entrar en la habitación que lo guarda para poder revivir ese momento. Pero en mi cabeza existe un monstruo atroz que de vez en cuando se escapa y campa a sus anchas por el castillo, y puedo encontrármelo en cualquier habitación.

Asoma con cualquier tontería: puede ser un objeto, una persona, el estampado de una prenda, una frase, tocar ropa de cama húmeda, un ruido... por ejemplo los escupitajos me ponen enferma, no puedo evitar que me recorra un escalofrió oír el sonido gutural que los produce. Son solo décimas de segundo, pero entro en la habitación y… ¡zas! El aullido de mi monstruo me traspasa. Es un flash, una imagen, un sonido. Un recuerdo de mi padre.

 
A veces sólo lo oigo porque está encerrado en las mazmorras y grita para que no le olvide, para que sepa que él está ahí; pero a veces está presente enseñando los dientes y amenazando con devorarme de un bocado para luego eructar sonoramente.

Es cuando me siento peor. Tengo nauseas, temblores, ansiedad… porque en mis más bajos momentos, mi monstruo practica además un juego macabro: es como estar encerrada en una sala de cine donde solo proyectan alguno de mis recuerdos, y la película se repite una y otra vez sin que pueda pararla; llegado ese punto, antes optaba por quemar el cine y salir por la pantalla, aun a riesgo de mi vida. De ahí las drogas sin control, los intentos de suicidio, las prácticas de riesgo, los retos al destino.

Ahora escavo túneles buscando una salida negociada bajo el suelo. He aprendido que no es real, que ya no puede hacerme daño, pero siempre está ahí, y actualmente me agrede más a menudo de otra manera.

Cuando emprendo un proyecto nuevo, cuando conozco a alguien, lo primero que me asalta la mente son pensamientos negativos que el monstruo me impone: “no saldrá bien, fracasarás, no te merece la pena, solo te conoce para reírse de ti porque eres fea por dentro…” o por el contrario, me “anima” a seguir adelante, pero con la seguridad de que es una estupidez lo que voy a hacer, que me arrepentiré el resto de mi vida… pero que es lo único que merezco. Y entonces comienza el trabajo de reestructuración. Es como vivir una lucha interna entre mi monstruo y yo, como si hubiese dos personas dentro de mi cabeza, y es agotador.

Siempre es el mismo proceso mental. El primer pensamiento invariablemente es negativo. Con la practica he conseguido que muchas veces esa parte dure apenas unos segundos. Logro apartar esos pensamientos con rapidez de la cabeza, pero están ahí esperando el primer resbalón para decir: “te lo dije”, y a veces el monstruo toma el control. Lo hace sin darme cuenta, no soy consciente de su presencia hasta que es demasiado tarde, tal vez porque forma parte de mí, y no le reconozco cuando actúa, hasta que la oportunidad de tener, conseguir o conocer algo o a alguien nuevo se ha desvanecido.

Y eso siempre me limita. Tengo la sensación de que me coarta las decisiones que tomo. Que no soy libre de elegir la mejor opción.

Mi marido dice que me valoro muy poco. Por eso nunca me promociono en mi trabajo, y soy conformista con lo que tengo. Nunca aspiro a grandes cosas. Admiro a aquellos que se ponen metas y dedican su tiempo a ellas. Yo apenas puedo predecir que prepararé para comer la próxima semana.

 
El último ejemplo lo tenéis aquí. Llevo años escribiendo. Tenía diarios y libretas escondidos entre mis cosas para que nadie los encontrase. En ellos descargaba pensamientos de todo tipo. Cuando tuve mi propio ordenador, dediqué muchas horas a pasar y poner en orden esos pensamientos. Ha sido como vomitar.

Hace semanas me planteé la posibilidad de hacer este blog. Pensé que si había decidido no callar más mi condición de víctima, de superviviente, y contarle a mis amistades lo que me había ocurrido de niña, no había razón para no sacar a la luz mis pensamientos. Así que me marqué el reto de hacerlo, y enseguida mi monstruo entró al ataque.

Primero me puse escusas: no tengo ni idea de ordenadores, no sé nada de internet, es un asunto que no le interesa a nadie, no les va a gustar como escribo… después me puse plazos: esperar a un ordenador nuevo, o a que pasen las vacaciones, o después de navidad… un día me sentí valiente y me decidí, ahora o nunca. (Debí pillar al bicho dormido, o el monstruo me pilló dormida a mí) y en una tarde, colgué el blog.

En ese momento me hundí. Al leer mis propias palabras flotando sobre el faro, siendo consciente de que eran visibles a todos, me derrumbé.

Hacía muchos meses que no me sentía tan mal. He vuelto a llorar y vomitar siempre a escondidas, que nadie se dé cuenta, he vuelto a pasar noches en vela por miedo a dormir, porque las pesadillas han regresado. He vuelto a tener doce años, y me he visto otra vez en mi cama, sin hacer ruido, inmóvil, mirando las moscas revolotear bajo la lámpara, esperando a que él entre en mi habitación cerrando la puerta. Mi monstruo estaba tomando el castillo.

Pero esta vez ha ocurrido algo extraordinario. Ahora que ya no escondo mi condición de víctima, ahora que me he quitado la mordaza de la boca, no me ha dado vergüenza decir a mis conocidos que estaba mal, incluso alguno de ellos se ha dado cuenta, y me han preguntado, sin problemas si me sentía mal por mis abusos. He tenido algunas conversaciones con ellos, sin tabúes, consolándome, haciéndome sentir querida y apreciada, y ha sido realmente reparador.

Poder hablar de cómo me sentía en ese momento ha sido la mejor “terapia de choque” que he tenido en mi vida. Pero no ha sido fácil, debo confesar que casi fueron ellos los que me arrastraron fuera del pozo, porque estaba otra vez construyendo la barrera, formando la coraza en la que esconderme hasta nueva orden.

Y de hecho, mi familia más cercana continúa en la más absoluta ignorancia de la existencia de este blog, y aunque me han visto mal, y no me he visto con fuerzas para contarles la razón exacta, jamás he estado presionada por ellos. Saben que algún recuerdo se ha reactivado, y que solo necesito su ternura, su consuelo y esperar que yo les hable de lo que siento, o de lo que callo, y me hacen ver que son como un rincón seguro donde acurrucarme cuando me siento herida. Y eso para mí, es muchísimo. Creo que mi próximo reto será contarle a mi marido mi aventura en internet, pero eso será otra historia, y otra batalla contra el dragón.

Afortunadamente, éste asalto ya está pasando. Hace tres noches que duermo mejor, y las aguas vuelven a su cauce. Supongo que el trabajo extra, que me mantiene entretenida, también me ayuda a ocupar mi mente. Y los métodos de relajación funcionan, pero me siento como si saliese de una noche de resaca, aún en medio de la bruma, y sin saber muy bien qué dirección tomar.

Aún quedan resquicios. Una parte de mí sigue diciéndome que no debería haber hecho el blog, que los más cercanos pensarán que es un asunto personal, íntimo, que nadie tiene porqué conocer, porque demuestra que estoy sucia por dentro; otra parte me dice que sí, que está muy bien, que no importa lo que opinen los demás, si con esto alguna víctima se siente un poco más valiente… y a veces no sé reconocer a mi monstruo.

 
He recibido muestras de apoyo, ni un solo correo ha sido negativo, por lo tanto creo que ha sido una buena idea, o al menos no el desastre que me vaticinaba mi monstruo. Pero sigo aterrada. Cada vez que veo mensajes nuevos, entro en un estado de ansiedad enorme, y a medida que la relación que tengo con el remitente es más estrecha, esa ansiedad es mayor. Y a veces me siento como cuando tenía dieciocho años, y esa ansiedad me empujaba a hacer tonterías y a correr riesgos innecesarios.


Pero creo que ahora los “riesgos” que corro son buenos para mí. Mi pareja no siempre me apoya, lo que me demuestra que empiezo a ser capaz de tomar mis propias decisiones (errores incluidos) y que el monstruo no forme parte de ello.

Empiezo a tomar el control, Aunque a veces haya bajones, aunque a veces él me envenene la cabeza y necesite volver a rehacer mis pensamientos, tengo la sensación de que ahora eso ocurre cada vez con menos frecuencia, y esa sensación me encanta. Porque cuando estoy bien, cuando pienso en positivo, me siento realmente orgullosa de lo que hago. Tengo la sensación de que nada puede pararme y me siento muy poderosa.

"Los monstruos son reales, y los fantasmas también, viven dentro de nosotros, y a veces, ellos ganan"

Stephen King. Escritor estadounidense

Soy una víctima de abusos sexuales infantiles.


Digo "soy" porque aunque éstos cesaron cuando entré en la adolescencia, para mí sigo sintiendo a veces, como el primer día, la sensación de que estoy rota por dentro, desgarrada, como una muñeca de trapo viejo que sólo sirve para nido de ratones, que me faltan piezas... mi padre me las fue arrancando una a una durante trece años.
Y ha llegado el momento de encontrar esas piezas, de reunir los pedazos de mi alma que aun se pueden rescatar y mostrar cómo mirar a través de un espejo roto.
Este blog os enseñará cómo se siente una sobreviviente de A.S.I. (Abuso Sexual Infantil)

Soy la menor de cuatro hermanos y todos hemos pasado por la misma situación, pero con distintos resultados.
Mi madre, víctima de violencia “de género”, como ahora le llaman, pero también cómplice, por omisión durante toda la vida.
 Mi hermano primogénito, doce años mayor que yo, terminó de voluntario con 17 años en la legión, ahora está retirado por problemas psicológicos.
 Mi hermana, ocho años mayor, jamás ha salido del circulo de fuego, sigue con mis padres, (ahora solo con mi madre) tiene problemas psiquiátricos graves, cree que dios le habla, defiende a capa y espada a nuestro agresor y a su cómplice y me reprocha que yo no haya “pasado por el aro” y no quiera tener relación alguna con ellos.
Mi segundo hermano, tan solo un año mayor que yo, se dedicó a recorrer el mundo con una mochila a la espalda. Pero con el paso de los años, el bloqueo de su mente ha sido tan brutal que ni siquiera sabe que es una víctima de abusos. Apenas recuerda su infancia y primera juventud.  
Y yo.
Mi padre era un completo tirano, de los que se quitaban el cinturón a la primera ocasión. Tengo la fortuna de que sus latigazos jamás me dejaron marcas permanentes.
Pocos días después de que yo naciese, mi madre sufrió un accidente que la postró durante nueve meses en un lecho de escayola, mas el tiempo de rehabilitación. (En mi familia biológica existen dos temas de los que está totalmente prohibido hablar: el accidente de mi madre y la muerte de una hermana acontecida cuatro años antes de mi nacimiento) Fui ingresada en una institución gubernamental.
El destino quiso que esos años fueran los últimos en que las jovencitas hiciesen una especie de servicio social obligatorio, y que una muchacha de 17 años que pertenecía a otra clase social estuviese allí en ese momento. Cuando hablo de esa persona de mi infancia siempre me refiero a mi Hada Madrina, porque como en los cuentos, ella se encargó de rescatarme de las fauces del dragón. Así que si alguna vez os hablo de “Mi Madrina”, a ella me refiero. Ella es la persona más importante de mi vida, la madre que debería haber tenido, y no el útero del que salí. Me conoció en la casa-cuna donde me ingresaron al nacer, y vivió quince años luchando por rescatarme.
No sé qué es lo que percibió mi Madrina en mí cuando aún era un bebé, pero empezó a llevarme los fines de semana a su casa, con sus hermanos, para que yo tuviera un contacto más familiar, y enseguida se percató de lo que ocurría.                                             
 
En las pocas ocasiones en que venía a visitarme al orfanato, mi padre aprovechaba para “meter el dedito” donde no debía, con la consiguiente infección vaginal.
A partir de ahí, mi Madrina y su familia trasladaron su vivienda a otra ciudad, y empezaron una cruzada por sacarme de allí y que no volviese con mis padres, hasta que un juez dictaminó, demasiado tarde, que ella tuviera mi Patria Potestad.
En esos años no fue posible evitar el daño, porque fue un constante movimiento de vida, ahora con mi Madrina, ahora con mis padres, ahora con mi Madrina… Siempre digo que tuve dos infancias: un cuento de hadas y una película de terror, en el cuento vivo con mi Madrina feliz, muy feliz; en la peli vivo con mi monstruo…
Obviamente no recuerdo cuando empezó, porque siempre ha sido una reminiscencia de mi memoria desde mi más tierna infancia. Tengo asociada la casa de mis progenitores con el cinturón de mi padre y sus manoseos.
Si recuerdo que, con los años, a los tocamientos habituales se sumó mi primera experiencia oral (aun tengo náuseas al recordarlo) y las violaciones, agresivas, perturbadoras, terroríficas. (“hoy te voy a estrenar. Para que cuando seas mayor, no te duela”…) Hasta que con 13 años aquello salto por los aires.
Mi Madrina vino a buscarme en su Renault 5 azul y ahí se acabaron los abusos, pero no el dolor.
Yo los llamo “mis años oscuros” que para mí son casi mucho más perturbadores que lo ocurrido en sí. Con noches en vela por miedo al sueño, por las pesadillas, o de dormir en exceso, para no tener recuerdos recurrentes, que me rompían como una nuez. Y con comportamientos que distan mucho de ser normales. Conductas de riesgo, intentos de suicidio…
Afortunadamente, ahora, a mis 44 años, creo que llevo una vida normal.
Y creo que el hecho de que mi vida esté asentada es lo que por fin me ha llevado a buscar la mejor forma de ayudarme a mí misma. Porque si algo debéis tener claro, es que las víctimas de abusos infantiles de cualquier tipo, jamás nos recuperamos del todo. Siempre habrá una fisura, una sombra negra que de vez en cuando nos envuelve la mente, y tenemos que volver a reconstruirnos. Mi herida siempre estará abierta.
Yo tuve la inestimable ayuda de Mi Madrina que estaba en el lugar adecuado en el momento justo, y gracias a ella, y a toda su familia, que me acogieron como una más de ellos, creo que he conseguido reconocer y valorar lo que me ocurrió en su justa medida, y de esa manera poder curar mis heridas con mayor o menor acierto. No es una tontería: la mayoría de las víctimas de abusos sexuales infantiles viven escondidos y se llevan su secreto a la tumba, tras una vida triste e incompleta.

Pero he descubierto que desde que hablo y escribo sobre lo que me ocurrió de niña, me siento mejor, mas "limpia" mas liberada. Por supuesto mis amistades lo saben y tengo la sensación de que es la hora de hablar, de gritar y de no esconderse. El único que debería haberse avergonzado es mi padre, que no merece ni la tumba en la que está enterrado.
Ahora, soy una mujer con una pareja estable y con un hijo, que vive en familia, con una vida tranquila y con todo mi pasado sobre mis espaldas, pero feliz.
Este blog quiere ser la prueba de que los malos tratos y los abusos se pueden superar, con voluntad, y sobre todo con ayuda de personas como mi Hada Madrina,  que no miran hacia otro lado.
Y no pido que todos introduzcamos a una víctima en nuestras vidas, basta solo con hablar abiertamente de los abusos infantiles sin tabúes. Si hemos superado hablar de sexo, también se puede hablar de algo mucho más grave.
La gente me cuestiona que mi hijo no debería conocer la historia. En general, no les gusta que se trate ese tema, les incomoda, y sutilmente sugieren que debería esconderse como un secreto inconfesable. Mi repuesta es siempre la misma: los únicos que deberían esconderse por vergüenza son los pederastas. Yo no soy responsable, no tengo que esconderme de nadie, y si tú, que me estás leyendo, te avergüenzas de hablar del tema, estas ayudando a que esos cabrones se mantengan en su urna de seguridad, y a que las próximas víctimas de abusos sexuales sigan teniendo sobre ellos una losa (la culpabilidad y el secreto) que les enterrará vivos en alguna catacumba de tu barrio.

 Si alguna víctima lee este blog, quiero que sepa que se puede escapar. Que no pierdan la esperanza.
 Y para los que no son víctimas, tenéis que saber que junto a vuestras vidas existen lobos con piel de cordero. No miréis para otro lado.
Y proteged a los niños. Lo que les ocurre en su infancia marcará su futuro de por vida, aunque ni ellos mismos lo recuerden. Jamás creáis que lo que hacéis con ellos lo olvidan. Por muy pequeños que sean, son mellas en el alma que no se quitan.