sábado, 6 de febrero de 2010

¿Cómo son los agresores sexuales?. Señales de un pedofílico

No es fácil descubrirlo, porque la víctima en oacsiones y dependiendo de su corta edad (2, 3, y 4 años) confunde las abusos con juegos de seducción, y porque frecuentemente hay amenazas por parte del agresor. Entran en una dinámica de espada y pared, el abusador manipula mucho las emocione:
"Si tu mamá se entera, a ti te van a castigar, y yo voy a matar a tu madre y nunca más la volverás a ver".
O les dicen que lo hacen porque los quieren mucho.
Lo primero que hay que hacer:
Dejar muy claro que no tiene la culpa de lo que le ha ocurrido. El adulto es el responsable.
Decirle y agradecerle de que se lo haya contado.
Transmitirle que siente que le haya pasado esa experiencia y que a otras niñas y niños también le ha ocurrido.
Decirle que va a ayudarle y protegerle.

Animarle de forma tranquila a que hable de ello y no se muestre enfurecida porque podría sentirse culpable de haberlo contado.
Si no es su madre, pídale permiso para hablarlo con ella o para pedir ayuda profesional especializada.
Es especialmente doloroso para una madre saber que el abuso fue cometido por su esposo. En este caso, también ella es otra víctima.
Además tendrá que decidir:

si es necesario hacer un reconocimiento médico a su hija o hijo,
si presentará una denuncia y
si demandará judicialmente al agresor.
Todas estas decisiones que debe tomar después de un caso de abuso sexual son muy difíciles. Para asumir este terrible hecho y tomar las medidas oportunas, ella también necesitará apoyo.
Es frecuente que las madres nieguen sistemáticamente el conflicto a pesar de las señales enviadas por el hijo.

¿Cómo son los agresores sexuales?

Los agresores sexuales no siempre son los "viejos verdes" que imaginamos.
Son personas consideradas "normales" desde casi todos los puntos de vista.
Muchas veces son personas respetadas, incluso aparentan firmes valores morales y religiosos. (caso típico)
Señales de un pedofílico
La pedofilia abarca un sector de abusadores sexuales que optan por fijarse en niños de cierta edad.
No obedecen a un perfil psicológico determinado, pueden ser muy funcionales en algunos ámbitos y no son de personalidades extremas.
Son personas inmaduras emocionalmente, con poca capacidad de contactarse con el otro, centradas en sus necesidades. Incluso son valoradas socialmente -aclaran.
A esto hay que sumarle la habilidad para lograr mantener sus agresiones en secreto.
En su mayoría los pedofílicos son hombres, menos agresivos que los violadores; su edad fluctúa entre los 30 y 40 años; generalmente, de fuertes convicciones religiosas.
En general, son hombres débiles, inmaduros, solitarios y llenos de culpa .
La personalidad del agresor de mediana o mayor edad es de un individuo solitario y con dificultad para establecer relaciones heterosexuales normales, suele tener baja autoestima, con pocos recursos para enfrentar situaciones de estrés y frecuentemente abusa del alcohol y/o sustancias.
Por lo general, no presenta trastorno psicopatológico. De ahí la importancia que ante un caso de estos se pida sin MAYOR DILACIÓN la correspondiente evaluación psiquiátrica obligatoria.Sin embargo, se ha visto que dos tercios de los reclusos pedofílicos maduros llevaron a cabo esta conducta en momentos que sufrían de situaciones estresantes
El pedofílico puede llegar a sentirse culpable, pero no es capaz de detenerse porque adictivamente empieza a necesitar otros niños cerca suyo.
CAUSAS:
Poco se sabe de las causas, pero se dice que una de ellas es el aprendizaje de actitudes negativas hacia el sexo, como experiencias de abuso sexual durante la niñez, sentimientos de inseguridad y autoestima baja, con dificultad en relaciones personales, etc.; lo que facilita la relación adulto-niño. En cuanto al condicionamiento, éste no se extingue por condiciones gratificantes. Suelen tener padres a su vez dominantes y con ferreas creencias de clase y religiosas.
La mayoría de estos agresores niegan el abuso con vehemencia.
Suelen intentar a toda costa hacer ver que la madre o el menor abusado están locos, lo acosan... y
que el es la víctima
Esto unido al perfil que en muchas ocasiones tiene dentro del grupo social, resulta mas dificil para los ignorantes en la materia, apoyar la version de una madre, logicamente desbordada , angustiada y desesperada en todos los casos.
Sólo bajo evidencias legales y presión, algunos aceptan la acusación parcialmente, pero afirman que:
"no fue nada grave, nada de importancia".
"no le hice daño".
"la culpa fue suya".
Cuando se ven descubiertas gracias al informe psiquiátrico, o informe forense de las lesiones....suelen afirmar que lo sienten muchísimo, que nunca lo volverán a hacer, que ocurrió porque estaban borrachos o drogados.
Los agresores sexuales son muy convincentes, hasta tal punto que quizás hagan dudar seriamente del menor.
Pero recordemos que las niñas y niños no mienten sobre una cuestión tan grave, ya que poco o nada sabían sobre el sexo y su lenguaje.
A pesar del remordimiento que puedan sentirlos agresores sexuales, sabemos que suelen reincidir y repetir sus abusos, a no ser que intervenga alguien y los frene.
Prácticamente ninguno desistirá voluntariamente sino que necesitará una intervención judicial.
Instituto Europeo Campus Stellae

Área Violencia Doméstica y Maltrato
Formación-Becas-Asesoramiento
http://www.campus-stellae.com/

Testimonio de Lorena (2ª parte)

Testimonio de Lorena (2ª parte) Publicado por JoanMontane .
Otras veces, algún tiempo después, yo hacía mi tarea en la mesa del comedor y él llegaba de visita de rutina, como casi todas las mañanas. Se sentaba bien pegadito a mi silla. Mi mamá estaba de espaldas a la mesa, preparando el almuerzo, cortando, picando, trozando, lavando, mientras yo trataba de concentrarme en mis sumas, en mis oraciones, pero ese olor a… ¿sexo? No sé, sólo sabía que ese era su olor cuando tenía pretensiones conmigo. Ese olor empezaba a distraerme y me paralizaba; me quedaba quietita, como una estatua, procurando sólo toser o mover un poco más ruidosamente los lápices para que mi mamá no escuchara el ruido de su masturbación, ni el de su respiración. A veces, mi mamá se daba la vuelta y él continuaba con sus manos abajo, apoyado con los hombros en el filo de la mesa, su boca semiabierta y la lengua asomada, con cara de lobo sediento y hambriento, mientras yo hacía grandes esfuerzos para concentrarme en mi tarea, mientras mi corazón latía desbocado ante el temor de que mi mami lo advirtiera, ¡PERO NO!, ¡nunca advirtió nada!, hasta el punto que se sacaba el delantal y le pedía la gauchadita de cuidarme y ayudarme a terminar la tarea, mientras iba al centro de compras y volvía. Y se iba… ¡Siempre se fue! Entonces, mi pulso se aceleraba aun más, y aunque me aliviaba porque mi mamá no nos hubiera descubierto, temía por lo que vendría después. Sabía que tenía que dejar que las cosas pasaran, que era sólo un ratito. Cerraba los ojos y pasaba.

Me sentaba en la punta de la mesa y me penetraba. Yo no veía la hora para que terminara e irme corriendo al baño a lavarme. A veces dolía tanto que hasta llegaba a sangrar. A veces el olor era tan fuerte y nauseabundo que tenía que cambiarme la bombacha. Cuando al fin me dejaba, corría asustada a encerrarme en el baño. Me impregnaba con jabón para que nadie sintiera aquel olor cuando saliera de allí, siempre tratando de ocultar cualquier evidencia que pudiera develar aquel secreto… ¡¿por qué?!

Mis recuerdos más nítidos los ubico en aquellas mañanas en las que yo dormía… Escuchaba su chata llegar, escuchaba cómo entraba en casa. Entonces, yo me tapaba, aunque me muriera de calor. Me retorcía como un nudo, tratando de tapar cualquier hueco que quedara para entrar bajo el cubrecama… Sabía que vendría. Y así era. Antes que cualquier otra cosa, y como de costumbre, preguntaba por la chinita. Y mi mamá lo mandaba a despertar a la remolona. Oía cómo sus pasos se acercaban y en unos segundos se desbarataban todos mis esfuerzos con el cubrecama. Siempre encontraba el modo. Empezaba a deslizar su mano por mis piernas, mi pecho… Yo me hacía la dormida… ¡¿por qué?! ¿Por qué no me levantaba antes?, ¿por qué no gritaba?, ¿por qué no le miré a los ojos y lo corrí de mi cama?, ¿por qué no hice eso recién a los doce, a los catorce, a los quince?, ¿por qué no pude hacerlo antes?

Y acá lo más terrible que he debido afrontar: ¿disfrutaba? Era placer corporal, sensaciones desconocidas. La vida se me está yendo tratando de entender, de reconocerme como una criatura erógena, incapaz de distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal. Y es que ¿cómo podía estar mal algo que causaba tanto placer? Todavía hoy me cuesta encontrar respuestas. A pesar de toda la lógica y la racionalidad de mis años, sigo perdiéndome en el vacío. Si esto es así, ¿qué respuestas podía encontrar mi pobre niña?

¡Maldita sea! Siempre me dijeron que no comiera tantos caramelos porque se me caerían los dientes, pero nunca me dijeron que no dejara que me tocasen porque me arruinarían la vida.
Cuando advertí que aquello no era normal, ya era demasiado tarde. Él seguía insistiendo, aunque entonces ya podía hacer uso de buenas artimañas para esquivarlo, evitarlo, rechazarlo, correrlo… La última vez que intentó tocarme tendría yo alrededor de quince años, quizás. Pude pegarle una cachetada, mirarlo fijo a los ojos y advertirle que no volviera a intentarlo, que no se acercara más, porque todo el mundo sabría lo que me había hecho.
Imagino que seguirá viviendo con total impunidad, quién sabe si haciéndoles lo mismo que a mí a otras criaturas. Para todo el mundo fue lo mismo que esto saliera a la luz. Todos siguieron no estando, no viendo.

Y yo acá, tratando de reconstruirme desde otro lugar, desde otros afectos, otras emociones…; cometiendo errores, cayendo una y otra vez…, pero sigo en pie, buscando desesperadamente todos aquellos abrazos, el refugio y la protección que no tuve en su momento.
Duele. Este nuevo proceso es sumamente doloroso, pero estoy dispuesta a destapar y a dejar de evitar para que nunca más vuelva a dolerme. Ansío poder encontrarme con lo más hermoso y más espantoso que tengo dentro para elegir de una vez y para siempre aquello que me pertenece de verdad y con lo que quiero quedarme.