Contesta algo temerosa, arrastrando un poco la palabras y bajando la voz al teléfono, no tanto por ella sino porque desconoce cómo encajará la respuesta su interlocutor. «Sufrí abusos sexuales de los 9 años a los 17 y cuando, a los 33 años, lo verbalicé busqué ayuda especializada y no encontré lo que quería. Necesitaba saber que no estaba sola. Me di cuenta que los adultos éramos invisibles», narra Vicki Bernadet para explicar por qué creó la fundación que lleva su nombre. De eso hace ya 15 años y, aunque la entidad ha crecido a pasos de gigantes para dar respuesta a las necesidades de las las víctimas y la sociedad, pero ésta última sigue sin afrontar el problema y llamarlo por su nombre.
Cuatro estudios realizados en España coinciden en señalar que entre un 23 y 25 por ciento de las niñas, así como entre un 10 y un 15 por ciento de los niños sufren o han sufrido algún tipo de abuso sexual. La Organización Mundial de la Salud considera que estamos frente a una epidemia mundial –cabe destacar que en países latinoamericanos o africanos los porcentajes antes señalados pueden ser mucho más elevados–. Lejos de lo que la sociedad pueda creer, apunta Noemí Pereda, miembro del grupo de investigación en Victimización Infantil y Adolescente (GReVIA) de la UB y colaboradora de la Fundación Vicki Bernadet, entre otros, «los abusos sexuales no son sólo una violación, también lo son los tocamientos, proposiciones sexuales o el exhibicionismo». De hecho, cuando existe penetración el abuso pasa a ser agresión sexual, según tipifica el Código Penal.
Confianza y proximidad
En ambos casos se trata de delitos, aunque la pena y la prescripción del ilícito varía, explica el magistrado de la Sala Penal de la Audiencia de Barcelona, Santiago Vidal. Sin embargo, el volumen de denuncias no encaja con el de víctimas. En España, y según datos del Consejo General del Poder Judicial, se denuncian alrededor de 3.000 casos de abuso sexual que está penado con entre 6 y 12 años de cárcel. Las querellas por agresión ascienden a unas 250 al año en España. La pena mínima es de 12 años de prisión y la máxima es de 20. Tanto Pereda como Vidal coinciden en afirmar que los abusadores suelen tener una relación de parentesco o de confianza con el menor.
El perfil del pedófilo no es tan común, aunque sí más mediático, como el del abusador situacional, «aquel que tiene y se vale un contexto favorable, que está frente a un niño vulnerable y que, además, puede encontrar en las drogas o el alcohol el punto de desinhibición que necesita», detalla Pereda y añade «a ojos del resto, se trata de una persona normal, no marginal, que podría ser cualquiera». Alguien que se aprovecha de la confianza y la protección que el menor supone para someterlo.
Pero, ¿por qué los niños no verbalizan lo que les ocurre? «Al principio se le vende que se trata de un juego, secreto entre el abusador y él», explica Pereda. En ese momento, aunque el menor se da cuenta que algo no está bien, «no puede o no sabe cómo explicar qué ocurre con esa persona que está abusando de él, más cuando confía en él».
Con el tiempo, se da un desajuste y el niño «retorna a estadíos que ya había superado», como hacerse pipí en la cama o chuparse el dedo como un bebé. Luego todo vuelve a la normalidad de cara a la familia y la víctima pasa a vivir dos vidas paralelas, «la normal y la que vive bajo los abusos y es, en la adolescencia, cuando el joven junta ambas vidas y asume que eso no es normal, que no todos los niños han pasado por ello». Pero, quizás, ya se trate de un adolescente problemático, por lo que si habla de lo ocurrido no se le toma en serio. «Se dice que la verbalización del abuso sexual es tardía, conflictiva y poco creíble». O, quizás el adolescente, en su duelo, no encuentra un entorno en el que expresarse sin miedo. De hecho, la mayoría de las víctimas prefieren guardar silencio a lo largo de su vida y tratar de interiorizar que nada de lo que sufrió existió. «Curiosamente, se endurecen las penas contra los abusadores, pero no se ayuda a la víctima», resalta Pereda.
Un problema de todos
«El problema dejará de ser un tabú cuando pase de ser considerado un problema individual a un problema social, porque a todos nos puede pasar», declara Bernadet. Y, de ahí, su fundación, que asiste a las víctimas, pero también a sus familias e incluso a los abusadores; que forma a especialistas y sensibiliza en escuelas, además de dar visibilidad al problema.