martes, 11 de mayo de 2010

¿Qué me oprime?

Laura Jiménez*

Anoche me pasó algo raro. Entré a la parte trasera de un jeep. Apenas me senté, me empecé a sentir sofocada. A pesar del espacio, de que iba con gente estimada, de que me conocen y de que abrieron rápidamente las ventanas delanteras.

El viaje era corto, sólo serían dos kilómetros de distancia, y aún así me sentí claustrofóbica. A pesar del tiempo, del trabajo invertido en mi proceso... me sorprendía estar viviendo nuevamente esta sensación de estar oprimida, de querer salir corriendo de ese lugar a toda costa.

Hace tres años y medio tuve una crisis espantosa que no me permitía ni siquiera subir a un bus. Era el clímax de la opresión del abuso sexual que viví de niña, que apenas me permitía medio respirar llena de mucho miedo. Nunca imaginé que ser obligada a complacer sexualmente a mi tío, siendo yo una niña de 4 años, me oprimiría tanto. Ahora como sobreviviente que he estado trabajando todas las secuelas que me dejó el abuso, soy consciente de que vivimos como autómatas, enterramos tan profundamente todo el dolor, furia, frustración, opresión que sentimos con cada abuso sexual al que fuimos sometidas, que no nos damos cuenta de que en realidad no vivimos.

Sobrevivimos, simulamos que vivimos, obviando esas sensaciones extrañas que de repente sentimos: Enfermarnos, enojarnos, llorar, ser ansiosas, tener miedo a la oscuridad, o a estar solas, no poder decir lo que sentimos o pensamos aún cuando queremos, o sentir un vacío que no sabemos por qué lo tenemos ni cómo llenarlo.

Poco a poco he ido superando la opresión que he vivido por el abuso, por eso me sentí mal al volver a experimentar esta claustrofobia. Traté de ver lo positivo de mi actitud anoche: ¡Logré sobrevivir al viaje! Pude haberme bajado, llorado, entrar en pánico, tener un ataque de no poder respirar, o quedarme completamente paralizada anhelando vehementemente llegar ya a mi destino, como me ocurrió muchas veces. Pero no fue así. Le dije a mis compañeras que me estaba empezando a sofocar, ellas comenzaron a hablarme de cosas agradables, yo traté de dejarme llevar, como una forma de confrontar mi miedo. Traté de estar la mayor parte cerca de la ventana sintiendo el aire y diciéndome a mí misma “tranquila, es un viaje corto, aquí nadie te va a hacer daño”.

Al bajarme del jeep, estaba contrariada, entre la alegría por haber logrado viajar en la parte trasera del jeep, sobrellevar esa sensación claustrofóbica y entre las ganas de llorar por volver a sentirme así. Al abordar el bus que me lleva a mi casa, dudé en tomarlo porque se veía lleno. Pero, decidida a enfrentar mi propio miedo, lo abordé. Nuevamente mi “yo mujer” estaba diciéndole a mi “yo niña”: “Tranquila, respirá, el viaje es corto, no te va a pasar nada”. Logré llegar a mi casa, sana y salva, pero aún con la contradicción entre la celebración y la tristeza, situación que me llevó a llorar, una vez más, para sanar.

Hablé con mi psicóloga, quien me dijo ¿qué te oprime?. Durante años me oprimió la sensación de ser usada, de ser aplastada por el cuerpo del abusador. Ha pasado mucho tiempo desde que sufrí el último abuso, pero esa sensación ha estado presente en mi vida, en mi cuerpo, en mi pecho, en mi estómago, en mi boca, en mi garganta que se enferman constantemente diciéndome a gritos que no aguantan el dolor. Lo único bueno es que ahora he superado bastante la sensación claustrofóbica y he aprendido a escuchar a mi cuerpo, intentando sanar.

En mi deseo de estar bien, vencí el miedo a hablar de mi experiencia dentro de un grupo de sobrevivientes, es decir, mujeres que como yo también sufrieron abuso sexual pero que también quieren sanar. Reconozco que he avanzado un montón, aunque todavía me falta convencer a mi consciente, a mi mente, de que ya casi nada me oprime, de que tengo la fuerza para defenderme y de que puedo respirar libremente.

No es justo tener que sentir el dolor en mi cuerpo y en mi alma, y tampoco es que al menos 4 de cada 10 niñas y 1 de cada 7 niños nicaragüenses han sufrido abuso sexual, es decir que también viven oprimidos como yo. A eso sumemos que también sus familias, e incluso en el futuro, sus parejas, sus hijos y hasta sus vecinos o compañeros de trabajo convivirán con las secuelas del abuso de estas personas sobrevivientes.

¡Estamos hablando de cientos de miles de nicaragüenses sintiendo, injustamente, esa opresión! Víctimas de los abusadores sexuales que se creen dueños de nuestros cuerpos y nuestras vidas, sin ser conscientes de que nos marcan para siempre y de que el daño es para toda la sociedad.

*Soy mailto:yotecreo@gmail.com
hablemosde.abusosexual@gmail.com