jueves, 8 de abril de 2010

EL ABUSO SEXUAL INFANTIL Y LOS JUECES

Los jueces no están dispuestos a juzgar este tipo de hechos. Se amparan en que en muchas ocasiones no es evidente el maltrato. Puede que los rastros físicos menores, como eritemas e incluso fisuras anales, sean atribuidos a los pañales y la higiene del niño, y que desgarros discretos en los labios vaginales sean juzgados como dudosos por algunos servicios médicos de urgencias.

Los jueces solamente contemplan la violación del menor como penetración y laceraciones importantes. No se han parado a informarse que el abuso a niños tan pequeños está más cercano a la seducción que a la violación física.

Tampoco se toman la molestia de pedir a sus psiquiatras forenses un análisis del estado mental del acusado (al igual que debería hacerse también con el acusador). Todo queda circunscrito a un rastreo superficial del victimario y de las condiciones de vida del mismo, pasando por alto que la mayoría de los abusadores infantiles de primera infancia abusan exclusivamente de sus hijos (casi siempre de las niñas), todos ellos tienen antecedentes de violencia de género, además de tener en su conducta hábitos de consumo de alcohol y cocaína.

Si la Justicia quiere saber lo que juzga ha de ampararse más en sus peritos psiquiatras y en la obligación de rastrear conductas de riesgo presentes y pasadas en el abusador. Y poner remedio social y sanitario. No creo que una condena penal arregle la situación. Lo que hemos de buscar es una imposición legal de tratamiento del victimario, amén del resto familiar de víctimas.

Precisamente porque el abuso de primera infancia se basa más en los tocamientos y en las coerciones verbales del abusador, no dejando apenas huellas físicas, y porque el menor no tiene credibilidad jurídica al declarar, he intentado diseñar un protocolo psicométrico de medida del Trastorno de Estrés Postraumático, que es la manifestación emocional al sufrir el trauma. En estos niños de primera infancia es diferente del de los adolescentes y adultos.

El abuso se sigue dando con la misma frecuencia, pero ahora la gente tiene más información y cree tener más derechos.

Es cierto que la afluencia a nuestro servicio de Psiquiatría Infantil sufrió un crecimiento exponencial: el primer año vimos 12 casos y el segundo 50.
Creo que se debe a que las organizaciones que “cuidan” de estos problemas se han sintonizado excesivamente con los jueces y circula el planteamiento de que “Si es verdad, ya se manifestará en toda su gravedad más adelante”. Estos profesionales han olvidado que el TEPT infantil por abuso pederástico deja secuelas indelebles, manifestándose en los trastornos del comportamiento graves de la adolescencia tales como el coqueteo con las drogas, las conductas de promiscuidad y riesgo y, por supuesto, en un fallo estruendoso en el paso a la edad adulta tanto en el plano académico como de adaptación social.

La falta de implicación y pusilanimidad por parte de los servicios sociales que han orientado a los jueces, motivando que todo se ralentice y se produzca una segunda y una tercera victimización del niño, que jamás ha sido explorado con detenimiento y, mucho menos, por los adultos que le rodeaban. Gracias a esta tibieza, durante este tiempo la mayoría de los abusadores ha seguido teniendo “el derecho inalienable de ver a sus hijos”.
La segunda victimización se produce cuando el denunciante no es escuchado, tratado como un delincuente potencial de levantar falsos testimonios y amenazado con perder la tutela de su hijo.
La tercera victimización la provocan aquellos servicios de detección que no se implican ni escuchan a las víctimas, enlenteciendo el proceso y volviéndolo insidioso.

De ser víctima yo también de la tibieza de los jueces que, al no proteger a la víctima condenando u obligando al abusador a tratamiento emocional y de drogas, permiten con ello que el agresor denuncie al perito. Es cada vez más frecuente la denuncia de los abusadores a los colegios profesionales y a los centros de trabajo, etc. A los profesionales que hacen peritajes de Psiquiatría-Psicología y a los de la Sanidad.

Se necesita tiempo y buenos profesionales para dirimir correctamente si ha existido abuso sexual. El menor ha de ser explorado lo más sutilmente que se pueda y en un solo proceso e, igualmente, han de ser observados quienes le rodean. Las sanciones al delincuente han de ser de tipo social y sanitario. Hay que empezar a olvidarse de las condenas penales.

Tal como están las cosas ¿vale la pena denunciar? ¿Hay suficientes garantías de que se resuelva favorablemente para los intereses del menor?

Hoy por hoy no hay garantías. Ya hemos hablado del dolor de la impotencia de sentirse desamparado durante años por la Justicia y de los que les siguen el juego. Y lo costoso del proceso. No nos olvidemos que muchos abogados sin escrúpulos han hallado en la tibieza y en la insidia de los jueces una mina de oro.

Entrevista a Isabel Quiles, publicado en Salud mental pertenece a Joan Montane Lozoya.

EL ABUSO SEXUAL INFANTIL EL ABORDAJE TEORICO

El abuso sexual infantil se considera una conducta en la que un menor de edad es utilizado como objeto sexual por parte de una persona adulta con quien generalmente mantiene una relación de desigualdad, sea en cuanto a la edad, a la madurez o a las relaciones de poder. Los abusos sexuales no son sucesos
aislados sino que ocurren a lo largo de mucho tiempo, meses o años. La sexualidad abusiva se produce en el momento en que el menor pierde el control sobre su propia sexualidad para ser instrumentalizado en beneficio del placer del adulto.

Lamentablemente, se trata de un problema universal presente en todas las culturas y sociedades.
El abuso sexual constituye un fenómeno complejo por las huellas profundas que deja en la memoria de la víctima ya que es una experiencia traumática vivida por el menor como un atentado contra su integridad física y psicológica.

Si la víctima no recibe un tratamiento psicológico adecuado, puede arrastrar sus efectos hasta la adultez.

La gravedad de esta situación suele favorecer su ocultamiento, sumándose a esto que la mayoría de lo abusos se producen sin testigos, por lo que la única vía para su revelación es la declaración de la víctima. Además, la condición de menor del abusado implica que pocos casos sean los denunciados, ya sea por su incapacidad para comunicarlos, por el miedo que sienten o por que no son conscientes de haber sido sometidos al abuso sexual.

A esto se agrega el hecho de que la mayoría de este tipo de abusos se produce en el interior de las familias o en círculos muy próximos al menor y frecuentemente se crean eficaces estrategias de ocultamiento induciéndole la idea de que lo que ha ocurrido es un secreto compartido.

Es decir que el silencio del menor obedece a diversos motivos entre los que se encuentran el miedo a no ser creído, los chantajes por parte del adulto, la vergüenza, los sentimientos de culpa, el temor, la manipulación que ejerce el adulto sobre su sistema perceptivo mediante la confusión. Respecto de esto
último, el menor es inducido a dudar de sus propias percepciones, a negar su autenticidad hasta lograr que no sepa qué está experimentando, cuáles son sus sensaciones reales, perdiendo la noción de lo que es correcto. Entonces, el menor se persuade de que la realidad más acertada es la del adulto que la interpreta para él y no la suya. Esta negación del propio sentimiento, a veces puede generar trastornos psíquicos de menor a mayor gravedad.

Con todo esto, los menores tienen graves problemas para comunicar esta experiencia con coherencia y de manera inmediata. No obstante esta falta de verbalización de los sucesos, es posible que el menor revele el abuso de manera enmascarada a través de síntomas de tipo psicosomáticos y conductuales.

La violencia puede provocar dolor físico y por tanto generar reacciones de rechazo, miedo o terror. Las segundas pueden ser de distinto tipo, hasta el punto de que algunos niños ni se percatan de que un adulto los ha tocado o los ha tratado de manera impropia.

Los tipos específicos de abusos sexuales pueden ser con o sin contacto físico.Cuando se producen sin contacto físico, se utiliza la exhibición, la masturbación delante del menor, observación del niño desnudo y/o la narración al menor de historias con contenido erótico o pornográfico. Mientras que se produce contacto físico mediante tocamientos, masturbación, contactos bucogenitales y/o penetración.

Un menor de edad víctima de abusos sexuales puede perder sus puntos de referencia afectivos y sufrir una alteración del equilibrio psíquico presente y futuro provocando la pérdida de su autoestima, la incapacidad de establecer relaciones afectivas armoniosas y las dificultades para acceder en el futuro a
una vida sexual y paternal satisfactoria.
Las consecuencias del abuso sexual a corto plazo son en general devastadoras para el funcionamiento psicológico de la víctima. Las consecuencias a largo plazo son más inciertas, aunque existirá una correlación entre el abuso sexual sufrido en la infancia y la aparición de alteraciones emocionales o de perturbación en los comportamientos sexuales durante la edad adulta.

Existen dos grandes tipos de indicios que pueden sugerir la existencia de abusos sexuales sobre un menor. Por un lado, los problemas conductuales como el fracaso escolar, la negativa a hablar o a interrelacionarse afectivamente con los demás, la tendencia a la mentira, la promiscuidad y la excesiva reactividad sexual, los ataques de ira, las conductas autolesivas, la a la fuga y el vagabundeo. En segundo lugar, se presenta dificultades como la depresión, la ansiedad, la baja autoestima, los sentimientos de impotencia, la desconfianza, síntomas psicosomáticos como la aparición de dolores en diversas partes del cuerpo, trastornos del sueño o deseo constante de refugiarse en él.

La mayoría de las víctimas infantiles de abusos sexuales tienen dificultades para crecer con autonomía, pueden tener excesos de estimulación debidas a las brutales manipulaciones y presentar emociones perturbadas o frustrantes que los dejan en un estado sensorial confuso y evanescente, con sentimientos de ser prisioneros de la voluntad ajena, sintiendo una constante amenaza.

Para los especialistas, todas las referencias sensoriales, afectivas y representativas se confunden cuando un menor es víctima de un abuso.Cuando un adulto usa su propia fuerza y poder, el menor no puede oponerse en un plano de igualdad. El adulto utiliza al niño como objeto sexual, asustándolo y sobreexcitándolo cuando aún no es libre de elegir, cuando aún no está en condiciones de simbolizar las experiencias a nivel cognitivo, de verbalizarlas y de valorarlas por lo que son. El impacto de la agresión sexual produce una petrificación emocional con consecuencias graves cuyos efectos pueden hacerse sentir durante muchos años.

Los especialistas explican que las víctimas quedan emocionalmente alteradas después de la agresión. Los efectos que se producen a corto plazo pueden ser los siguientes: reacciones ansioso depresivas, fracaso escolar y en la socialización y conductas violentas. Es decir que las consecuencias son las características de cualquier trauma, entre ellos, los pensamientos intrusivos, el rechazo a estímulos relacionados con la agresión, alteraciones del sueño, pesadillas, irritabilidad, dificultades de concentración, miedo, ansiedad, sentimientos de culpabilidad, que pueden materializarse físicamente en forma de dolores en algunas partes del cuerpo como el estómago o la cabeza.

Se han identificado además cuatro variables como causas principales del trauma por abuso sexual:

 a) la sexualización traumática, ya que el abuso produce una interferencia en el desarrollo sexual normal;
 b) la pérdida de confianza hacia el agresor y también al resto de personas cercanas que no fueron capaces de impedir los abusos;
 c) la indefensión, ya que la víctima se considera incapaz de defenderse ante cualquier situación provocando actitudes pasivas y de retraimiento;
 d) la estigmatización por los sentimientos de culpa o vergüenza, que minan su autoestima.

Respecto de los efectos a largo plazo, el trauma no solo no se resuelve sino que suele transitar de una sintomatología a otra. Los fenómenos más regulares son las alteraciones en el ámbito sexual, como la inhibición erótica, disfunciones sexuales y menor capacidad de disfrute, falta de control sobre la ira, hipervigilancia en el caso de tener hijos, incluso la adopción de conductas de abuso o de consentimiento del mismo y los síntomas característicos del estrés postraumático. Puede suceder también que el abusado experimente retrospecciones, la aparición de recuerdos traumáticos que se imponen vívidamente en contra de la voluntad, inestabilidad emocional, trastornos del sueño, hiperactividad y alerta constante. También puede ocurrir que la víctima se aísle, que se vuelva insensible afectivamente, que se produzcan trastornos en su memoria y en la concentración, fobias, depresión y conductas autodestructivas. A raíz del abuso del que ha sido víctima, el inicio de su vida sexual es traumático por lo que puede presentar sensaciones y conductas distorsionadas en el desarrollo de su sexualidad y trastornos de la identidad sexual.

Incluso las víctimas pueden olvidar las agresiones sexuales o tener recuerdos invasivos de los sonidos del acontecimiento y simultáneamente ser incapaces de recordar las imágenes o viceversa, o pueden recordar los sentimientos experimentados durante el abuso, pero no los acontecimientos exactos que los
provocaron.

Respecto de los abusadores, en términos generales, suelen ser del sexo masculino, heterosexuales y homosexuales, entre treinta y cincuenta años, -aunque pueden presentar conductas proclives al abuso sexual desde la adolescencia-. Su apariencia es la de una persona de inteligencia y vida normales. Este tipo de personas utilizan la confianza y familiaridad que tienen con el menor, acercándose mediante el engaño y la sorpresa como estrategias para someterlo y son individuos conocidos para el menor con los que tiene una relación de asimetría de algún tipo. El agresor sexual suele usar a los menores como sustitutos de adultos.

Se ha señalado que la personalidad del abusador que disfruta sometiendo a un niño y causándole sufrimiento, se encuadra dentro de lo que se denomina estructura psicológica perversa.

Sólo unos pocos pueden ser diagnosticados como psicópatas sexuales. Generalmente suelen ser personas razonablemente integradas en la sociedad sin antecedentes delictivos. Su actitud habitual ante el hecho abusivo es negarlo o minimizarlo, con el objeto de no ser identificado por la sociedad e impedir la intervención judicial ya que el abuso sexual de menores es un delito incluido en las legislaciones nacionales y también a nivel internacional que prevén sanciones con pena de prisión, en caso de condena.

Todos los días se producen actos de esta naturaleza, sin embargo, muy pocos y en contadas excepciones, salen a la luz y menos aún, se imparte justicia.