Otras veces, algún tiempo después, yo hacía mi tarea en la mesa del comedor y él llegaba de visita de rutina, como casi todas las mañanas. Se sentaba bien pegadito a mi silla. Mi mamá estaba de espaldas a la mesa, preparando el almuerzo, cortando, picando, trozando, lavando, mientras yo trataba de concentrarme en mis sumas, en mis oraciones, pero ese olor a… ¿sexo? No sé, sólo sabía que ese era su olor cuando tenía pretensiones conmigo. Ese olor empezaba a distraerme y me paralizaba; me quedaba quietita, como una estatua, procurando sólo toser o mover un poco más ruidosamente los lápices para que mi mamá no escuchara el ruido de su masturbación, ni el de su respiración. A veces, mi mamá se daba la vuelta y él continuaba con sus manos abajo, apoyado con los hombros en el filo de la mesa, su boca semiabierta y la lengua asomada, con cara de lobo sediento y hambriento, mientras yo hacía grandes esfuerzos para concentrarme en mi tarea, mientras mi corazón latía desbocado ante el temor de que mi mami lo advirtiera, ¡PERO NO!, ¡nunca advirtió nada!, hasta el punto que se sacaba el delantal y le pedía la gauchadita de cuidarme y ayudarme a terminar la tarea, mientras iba al centro de compras y volvía. Y se iba… ¡Siempre se fue! Entonces, mi pulso se aceleraba aun más, y aunque me aliviaba porque mi mamá no nos hubiera descubierto, temía por lo que vendría después. Sabía que tenía que dejar que las cosas pasaran, que era sólo un ratito. Cerraba los ojos y pasaba.
Me sentaba en la punta de la mesa y me penetraba. Yo no veía la hora para que terminara e irme corriendo al baño a lavarme. A veces dolía tanto que hasta llegaba a sangrar. A veces el olor era tan fuerte y nauseabundo que tenía que cambiarme la bombacha. Cuando al fin me dejaba, corría asustada a encerrarme en el baño. Me impregnaba con jabón para que nadie sintiera aquel olor cuando saliera de allí, siempre tratando de ocultar cualquier evidencia que pudiera develar aquel secreto… ¡¿por qué?!
Mis recuerdos más nítidos los ubico en aquellas mañanas en las que yo dormía… Escuchaba su chata llegar, escuchaba cómo entraba en casa. Entonces, yo me tapaba, aunque me muriera de calor. Me retorcía como un nudo, tratando de tapar cualquier hueco que quedara para entrar bajo el cubrecama… Sabía que vendría. Y así era. Antes que cualquier otra cosa, y como de costumbre, preguntaba por la chinita. Y mi mamá lo mandaba a despertar a la remolona. Oía cómo sus pasos se acercaban y en unos segundos se desbarataban todos mis esfuerzos con el cubrecama. Siempre encontraba el modo. Empezaba a deslizar su mano por mis piernas, mi pecho… Yo me hacía la dormida… ¡¿por qué?! ¿Por qué no me levantaba antes?, ¿por qué no gritaba?, ¿por qué no le miré a los ojos y lo corrí de mi cama?, ¿por qué no hice eso recién a los doce, a los catorce, a los quince?, ¿por qué no pude hacerlo antes?
Y acá lo más terrible que he debido afrontar: ¿disfrutaba? Era placer corporal, sensaciones desconocidas. La vida se me está yendo tratando de entender, de reconocerme como una criatura erógena, incapaz de distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal. Y es que ¿cómo podía estar mal algo que causaba tanto placer? Todavía hoy me cuesta encontrar respuestas. A pesar de toda la lógica y la racionalidad de mis años, sigo perdiéndome en el vacío. Si esto es así, ¿qué respuestas podía encontrar mi pobre niña?
¡Maldita sea! Siempre me dijeron que no comiera tantos caramelos porque se me caerían los dientes, pero nunca me dijeron que no dejara que me tocasen porque me arruinarían la vida.
Cuando advertí que aquello no era normal, ya era demasiado tarde. Él seguía insistiendo, aunque entonces ya podía hacer uso de buenas artimañas para esquivarlo, evitarlo, rechazarlo, correrlo… La última vez que intentó tocarme tendría yo alrededor de quince años, quizás. Pude pegarle una cachetada, mirarlo fijo a los ojos y advertirle que no volviera a intentarlo, que no se acercara más, porque todo el mundo sabría lo que me había hecho.
Imagino que seguirá viviendo con total impunidad, quién sabe si haciéndoles lo mismo que a mí a otras criaturas. Para todo el mundo fue lo mismo que esto saliera a la luz. Todos siguieron no estando, no viendo.
Y yo acá, tratando de reconstruirme desde otro lugar, desde otros afectos, otras emociones…; cometiendo errores, cayendo una y otra vez…, pero sigo en pie, buscando desesperadamente todos aquellos abrazos, el refugio y la protección que no tuve en su momento.
Duele. Este nuevo proceso es sumamente doloroso, pero estoy dispuesta a destapar y a dejar de evitar para que nunca más vuelva a dolerme. Ansío poder encontrarme con lo más hermoso y más espantoso que tengo dentro para elegir de una vez y para siempre aquello que me pertenece de verdad y con lo que quiero quedarme.
1 comentario:
Espeluznante y horrible. Mira mi testimonio en mi blog "Recuerdos de una Cubanita".
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