Sábado por la noche: sentí mi cuerpo estremecerse con una caricia de su mano en mi rostro, sentí la energía de su cuerpo y el mío palpitar cuando llegó el abrazo, el beso despertó miles de alas en mi vientre, mi aliento se perdió cuando me di cuenta del cúmulo de sensaciones que estaba viviendo y de lo placentero que era todo. Después todo acabó y comenzó la batalla de mi mente por recuperar el control, empecé a ahogarme.
Domingo por la mañana: siento que el pecho me va a estallar, el corazón me duele, tengo ganas de gritar y estoy llorando, me siento muy sola. En estos momentos doy infinitas gracias por estar viva y poder sentir todo esto.
Por muchos años mi cuerpo y sentimientos fueron negados por mi mente y pensamientos, todo lo analizaba, lo entendía, lo comprendía, pero no sentía nada.
Llegué a considerar que tenía un umbral de sensibilidad alto, pero realmente era tan bajo que casi no existía. Sabía de qué manera debía sentir acerca de determinada situación y respondía a eso, por lo que la sociedad espera, no porque lo sintiera realmente.
Me disociaba en cuanto la circunstancia era más de lo que yo podía soportar, por lo que vivía disociada. Me perdí todos los momentos más importantes de mi adolescencia, desde la primera fiesta a la que asistí hasta el nacimiento de mi hija, en el cual no sentí las contracciones y no porque las doctoras no lo quisieran ya que me pusieron cuatro sueros abortivos en un día, sino porque simplemente mi cuerpo estaba sedado desde los seis años, cuando me negué a sentir el abuso. Me perdí todo lo doloroso, pero también lo placentero.
Desde hace años si yo quería enfermarme solo se lo mandaba a mi cuerpo y respondía con lo que quisiera: asma, infección en los riñones, gastritis, migrañas, entre otras. Luego descubrí que podía enfermarme “de verdad” con solo tomar pastillas para determinadas enfermedades, que yo por cierto no padecía. Todo con tal de saber en mi mente la enfermedad que padecía mi cuerpo, ya que no podía hacerle frente a lo que inconscientemente sabía.
Cuando me fue imposible seguir encubriendo lo que estaba pasando con mi cuerpo, mi mente decidió que era mejor sentir dolor físico que emocional, la primera vez que me golpee fue lo más extraño que pudiera pasarme, me pegaba en las piernas una y otra vez y era como estar de espectadora de otra persona, a la mañana siguiente cuando los morados aparecieron y sentí el dolor que estos provocaban al presionármelos, sonreí.
Así empezó mi adicción. Cuando mi realidad se convertía en algo que ya no podía soportar buscaba las maneras de evadirla: analizando, leyendo, durmiendo y al final los castigos a mi cuerpo por darme sensaciones que no debía sentir ya que yo debería estar muerta, no viva. Las autoagresiones fueron avanzando en intensidad y frecuencia, de golpearme y rascarme muy fuerte pasé a cortarme con cuchillos, quemarme, rasparme la piel. Fue creciendo mi necesidad de sentir dolor…de sentir algo, lo que fuera.
Nos pueden explicar porqué las sobrevivientes necesitamos evadir la realidad y disociarnos, ya que son mecanismos de defensa que utiliza el cerebro para reducir las consecuencias de un acontecimiento estresante y permitir a las personas un funcionamiento normal ante la sociedad. Pero lo difícil no es encontrar ese mecanismo y saber por qué y para qué inconscientemente lo tenemos, sino deshacerse de él cuando no nos deja crecer como personas.
Después de años trabajando mi proceso de sanación aun mi racionalización es muy alta, me cuesta tanto responder a lo que mi cuerpo siente que muchas veces lo paso por alto. Ha sido con la terapia de trabajo corporal que he logrado despertar mi cuerpo y tratar de sentir lo que está pasando en el momento.
Aun no tengo la clave para silenciar mi mente y escuchar solo a mi cuerpo, pero tengo la confianza de que con el tiempo lo voy a lograr. Por el momento estoy empezando a conocerlo y respetarlo.
Sentir las emociones de nuestro cuerpo es al principio muy aterrador, porque para mí ha sido vivir todo lo que nunca antes sentí y ni concebí que otra persona experimentara, desde el dolor hasta el placer, desde la impotencia hasta la libertad, el temor de dar un paso y la esperanza de poder lograr lo que yo quiero.
Puede que muchas veces no nos gusten las emociones que percibimos, pero en definitiva es lo que nos permite decir realmente que somos humanas y que vivimos. No importa lo difícil que sea el camino lo peor que podemos hacer es no caminarlo.
*Soy mailto:sobrevivienteAguasbravas_nicaragua@yahoo.com yotecreo@gmail.com
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