lunes, 20 de septiembre de 2010

El otro femicidio

Lorna Norori Gutiérrez

“Sé que estoy viva porque respiro, a veces hasta tengo problemas para respirar y siento que me ahogo; pero también siento que con todo lo que me quedó no tengo vida y tampoco tengo ganas de vivir…. antes no lo entendía, ahora sé que es porque el abusador no solo me abusó, si no que me quitó mi vida”.

Ésta es la expresión de una mujer que vivió abuso sexual en su niñez, en ella se deja ver su dificultad de vivir una vida digna y feliz. Regularmente, las mujeres que llegan a consulta hablan de la vida como algo que les ha sido arrebatado, sintiendo que lo que viven no es vida, que no vale la pena vivir o que no merecen vivir. Y no pocas han realizado intentos suicidas.
Efectivamente, el abuso sexual toca la vida de las personas; por eso, como parte de la secuela traumática sienten que no vale la pena vivir, que están muertas en vida, que el abuso sexual les robó la vida.

Cotidianamente veo estas situaciones en la consulta y ahora me decido a escribir sobre el tema, para llamar la atención sobre la forma en que viven las personas que han sufrido este horror, mientras por otro lado, hay una atención tan limitada y se mantiene una actitud displicente en las personas y las instituciones que deben atender esta problemática.

El femicidio es la muerte de las mujeres por la única causa de ser mujeres, en que se trata de hacer más evidente el poder de dominio del agresor, donde ellos muestran desprecio por la vida de las mujeres. Cuando las sobrevivientes comienzan a llegar a la consulta, siempre me preguntó ¿Acaso el abuso sexual no será una forma de femicidio? ¿Acaso el abusador sexual, en su propósito de ejercer poder de dominio sobre una niña o una adolescente, no está limitando la vida de una persona?

Los miedos, la autoculpabilización por no haber podido evitar el abuso, la confusión afectiva, el sentimiento de estar sucia, de ser diferente, de haber “nacido mal”, el obligado autocontrol para no hablar del abuso y que les lleva a guardar silencio por años, el sometimiento al abusador, la tristeza, el dolor psíquico, la afectación de su sexualidad que les lleva a vivir inhibición o excesos sexuales; la culpa que sienten por estos excesos, por ser “inválidas”, el rechazo de su propio cuerpo que les lleva muchas veces a autoagredirse, el enojo con la vida, la vulnerabilidad y el riesgo de vivir nuevas situaciones de violencia.

¿Cómo puede una persona vivir de esta forma y además asumir cotidianamente que todo “está bien” en ella? Frecuentemente se asume que el abuso es algo abominable, he escuchado que se refieren a niñas y niños como “pobrecita” o “pobrecito”, las expresiones están más orientadas a la vivencia del abuso y no a las secuelas traumáticas que éste genera.

Las secuelas que deja el abuso sexual merecen que el agresor purgue una pena de cárcel larga, para así aprender que ha destruido una vida. Pero la realidad es que muchas veces se deja en la impunidad al abusador, sobre todo si es alguien que tiene poder. ¿Es que la vida de una niña o adolescente vale poco o nada?

Igualmente, en las instituciones del Estado se asume que el problema se termina con algunas visitas a la psicóloga, no importa si ella tiene o no alguna preparación para atender personas que han vivido abuso sexual.

Cuánto puede afectar el abordaje de los medios de comunicación y limitar a niñas, niños y adolescentes para que denuncien el abuso sexual, cuando tienen tanto temor de verse expuestas/os, como lo hacen algunos medios de comunicación, de tal forma que continúan atrapados en el silencio impuesto por el abusador.

En esto hace falta valorar cuál es la afectación que genera el abusador con el abuso sexual, cómo limita la vida de una persona, cómo la marca desde su esfera cognitiva, desde su voluntad, sus emociones y sentimientos y desde su sexualidad. Es decir, desde toda su vida, hasta hacerla sentir que no vive o que es mejor estar muerta.

Pienso que es una responsabilidad de todas/os en esta sociedad, poder entender la trascendencia del abuso sexual en la vida de una niña ó adolescente; que luego se convertirá en joven, adulta, mujer de la tercera edad y que la carga del abuso sexual para ella continua. Entonces, es verdad que estamos ante otra forma de femicidio, y que la vida de las mujeres está siendo despreciada.

Todas y todos debemos juntar mejor los esfuerzos para apoyar a las personas que han vivido abuso sexual, para visibilizar de la gravedad del problema, para hacer más efectiva la prevención desde la casa, la escuela, la comunidad, las instituciones, las organizaciones y el Estado en su conjunto; para ofrecer una atención de mayor calidad y reconocer todo lo relacionado al abuso sexual como problema de salud pública de quienes han estado ante este femicidio.

Puedo asegurarles que esto es lo que esperan las sobrevivientes de abuso sexual, para poder sentir que vale la pena y es posible volver a vivir.

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