Un primer aspecto sobre el abuso sexual es que éste tiene que inscribirse en el amplio espectro del maltrato infantil, sino se quiere correr el riesgo de fetichizar el abuso, de descontextualizarlo y deshistorizarlo, o reducirlo únicamente a su componente sexual, sin tomar en cuenta la complejidad de su constitución.
El maltrato infantil es una práctica normalizada a nivel social, solo recientemente puesta en duda en consonancia con los avances en el reconocimiento de los derechos humanos, y en las consecuencias clínicas y psicosociales de dichas prácticas. Junto con el abandono, el maltrato psicoemocional, el castigo físico, entre otros, el abuso sexual es una modalidad de maltrato infantil, de hecho es probable que el niño o niña abusada sexualmente cuente con antecedentes de maltrato, o que el abuso se realice en un contexto de maltrato infantil.
La inscripción del abuso sexual dentro del espectro del maltrato infantil nos remite necesariamente al campo familiar, en particular a la configuración del sistema y la estructura familiar, a los vínculos paterno y materno filiales, a los riesgos psicosociales y al perfil caracterológico de los padres. Lo anterior debido a que el maltrato infantil es una expresión de graves alteraciones al alguno de estos campos o en todos, configurándose así un espacio de impunidad posibilitador del maltrato infantil y del abuso sexual.
De esta forma tenemos dos inscripciones: el abuso sexual como una forma de maltrato infantil, y el abuso sexual en el contexto del maltrato infantil. Estas dos particulares inscripciones nos permiten complejizar el abuso sexual crónico-vincular dentro de la familia, normalmente de tipo incestuoso, pues este tipo de abuso forma parte de una cadena de abusos familiares, no solo sexuales, sino psicológicos y fisiológicos. Esto da pie a considerar las formaciones familiares organizadas por traumas y los traumas transmitidos transgeneracionalmente.
El abuso sexual deja de ser un evento aislado, un acto solipsista de un sujeto trastornado donde el niño o la niña solo son espectadores afectados de esas perversiones. Esto nos plantea serios problemas en la comprensión de la dinámica tramatogénica del abuso sexual, pues la trasgresión vincular antecede por mucho al acto mismo del abuso. Por eso, podemos decir, que el abuso no inicia propiamente durante la interacción sexual, ni siquiera aún durante la etapa de acercamiento o confianza, sino que inicia desde la configuración de los fantasmas inconscientes referidos a traumas sexuales no resueltos en los sistemas familiares transgeneracionales.
En mi experiencia clínica he podido constatar este tipo de antecedentes a través de ciertas operaciones clínicas, una de ellas, la de una historiografía psicogenealógica, nos permite rastrear los traumas y subtraumas transgeneracionales que producen ciertos síntomas, ya sea toxicomanía, alteración de los vínculos amorosos, duelos inconclusos, rituales compulsivos, secretos, exclusiones, etc. Aún más, es posible entrever la presencia casi sutil del fantasma incestuoso y sus múltiples paradojas, las cuales revelaran una especie de radiografía clínica de las estructuras psíquicas familiares, muchas veces neuróticos, otras psicóticos, a veces perversos o simplemente limítrofes.
La cuestión del sistema y la estructura familiar y sus correspondientes fantasmas inconscientes, también nos remite al campo psicosocial de las políticas subjetivas y de las políticas familiares. La familia en tanto unidad sociológica es proclive a los cambios históricos, no solo de aquellos marcados por los acontecimientos imprevisibles, sino por los modos de producción simbólica. En este caso, la familia es el lugar por excelencia de producción subjetiva, a su vez, un mediador operativo de los discursos ideológicos hegemónicos.
La cuestión resulta de fundamental importancia en la comprensión del abuso sexual infantil, pues esto supone cuestionar las políticas familiares que producen estos perfiles sistémicos de familias maltratadoras y abusadoras, pues pareciera que esta familia no son una desviación, sino la normalidad de las familias. Resulta preocupante, pues esto supone admitir que el abuso sexual viene preformado en el propio código de barras de la familia. De aquí que la lucha en la prevención del abuso sexual vaya más allá de este epifenómeno y nos remita a sus aspectos estructurales, históricos y psicosociales, en particular, al modo de producción subjetiva de la familia.
Desde este punto de vista es posible concebir a la familia como un aparto ideológico, y también como un espacio posibilitador de subjetividades alternativas, así como productor de nuevas prácticas sociales y discursivas. Sin embargo esto aún es muy incipiente, sobre todo en lo que respecto al análisis y reflexión crítica que puede suponer el abuso sexual, que como podemos ver, al profundizar en esto nos lleva cada vez más a una crítica social e ideológica.
Las puntualizaciones agudas del feminismo con respecto a las estructuras patriarcales, al falogocentrismo, al perfil machista y misógino de la cultura, son aspectos que recobran su cabal importancia al momento de circunscribir el abuso sexual dentro del maltrato infantil y las estructuras sociales productoras de cierto tipo hegemónico de organización familiar. De alguna forma la perspectiva de género ha posibilitado dicha crítica, pero ha sido el movimiento feminista el que ha nos ha ofrecido las herramientas de análisis desconstructivo de un sistema social y cultural productor de dispositivos de control y sometimiento de lo femenino, de lo infantil, de lo animal. Dominación, control, disección, violación. Procedimientos propios del paradigma falogocentrico, de su epistemología colonizadora y conquistadora.
La sexualidad infantil es pues objeto de esa episteme perversa, expropiada por una pulsión dominante que necesita ser justificada en sus motivaciones, disponiendo de un aparato simbólico que permite su comisión de forma impune y perpetua.
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