A sus diez años, la niña había sido violada por su tío en repetidas ocasiones. La niña les confió a las oficiales que en las veces en que “desinteresadamente” el sujeto se prestaba a recogerla a ella y sus hermanos en la escuela la hostigaba sexualmente, y que la primera vez que la violó la amenazó con matar a su mamá si lo denunciaba.
Temerosa por la vida de su madre, que se había divorciado de su papá meses atrás, la niña calló en todas las veces que el tío abusó de ella aprovechándose de las reuniones y fiestas familiares, y la pateaba y cacheteaba si se negaba a su perversión, como esa mañana en que fue descubierto por la empleada doméstica.
Otra alarma que detectaron los oficiales fue la tendencia autodestructiva de la niña, quien en repetidas ocasiones se había cortado los brazos con objetos punzocortantes sin que su madre lo percibiera, pues la niña luego se arrepentía y se curaba ella misma, usando mangas largas la mayor parte del tiempo para no ser descubierta.
Rosalba se derrumbó en el sofá al enterarse de todo. Su hija había vivido esta pesadilla sola, desamparada y su autoestima estaba destrozada. ¿Qué no es la familia la que debe amarte y protegerte? Una pregunta que madre e hija no podían responderse.
Tras descubrir el infortunio, la policía, Rosalba y su padre acordaron no decirle nada al resto de la familia mientras continuaba la investigación contra Ezequiel. Había que demostrar lo dicho por la niña con un examen médico más exhaustivo que el aplicado por la médica especializada apurada por irse de vacaciones, y remitirla de inmediato a tratamiento psicológico, así como conseguir la orden de aprehensión cuanto antes.
Pero el violador las acechaba. En los días siguientes inició una intimidación digna de un film de Hitchcock. Una noche en que Rosalba y su familia volvían a casa encontraron los vidrios de las ventanas rotos, al ver la destrucción la niña sólo se apretaba sus manos y hundía su mirada en el fondo del vehículo, como tratando de ignorar la huella que había dejado su agresor. Sin pensarlo dos veces, Rosalba mudó a su familia de domicilio.
Pero Ezequiel dio con ellas obteniendo información de su esposa en charlas triviales. Un día, su auto amaneció bañado en aceite quemado, y a los pocos días las pintas con aerosol obscenas volvieron a aparecer en la fachada, a dicho acoso se le sumaban más de quince llamadas y mensajes intimidatorios diarios al teléfono de Rosalba, quien tuvo que mudar a su familia de nueva cuenta para protegerla de un sujeto que parecía conocer la ineptitud de los encargados de procurar justicia.
Aunque la hermana notó su distanciamiento, no reparó en indagar qué le pasaba a Rosalba, ni por qué se cambiaba de domicilio varias veces. Ella comenzaba a vivir su propia novela con su esposo, que sabiendo que había una denuncia en su contra, comenzó a justificar su probable desaparición discutiendo por todo con su mujer.
Sin embargo, Ezequiel pensó quizás que su intimidación surtiría efecto, porque en vez de huir, continuó acechando a Rosalba. Incluso faltaba a su trabajo, en una constructora, para espiarla, seguirla y estar al tanto de lo que hacía en la Procuraduría, donde el sujeto tuvo a su favor la ineficiencia de los servidores públicos que la atendieron. Habían pasado dos meses y la dependencia no consignaba la averiguación, ni siquiera por las pruebas de acoso e intimidación que Rosalba continuaba aportando a su denuncia.
Mientras tanto, la hija de Rosalba seguía sumergida en la tristeza. Se había cortado sus brazos de nueva cuenta y su carácter jovial e inquieto había sido conquistado por una actitud retraída y ermitaña. No quería salir de su cuarto y dormía la mayor parte del tiempo. Pese a su estado, el Centro de Atención a Víctimas del Delito las puso a cumplir una serie de burocráticos trámites, evitándose la fatiga y honrando así su costumbre de negar atención oportuna a las víctimas que acuden en busca de ayuda.
La situación empeoró aún más cuando de pronto aparecieron comentarios de amor a Ezequiel en el perfil de Facebook de la pequeña. “Lo amo y no me importa la edad que tenemos”, “¡Te amo Ezequiel!” eran algunos de los muchos comentarios que Ezequiel escribió y difundió por la red social intentando convencer a las autoridades y a su familia política que no había violado a su sobrina y que su relación había sido “consensuada”.
Los mensajes llegaron a oídas y a la vista de la hermana de Rosalba, quien “picó el anzuelo” de Ezequiel. Verle como “Abusivo” era mejor que como “violador”, así que la hermana le perdonó la “infidelidad” a su esposo y vertió su rabia en su sobrina, a quien fue a buscar hasta su casa para reclamarle el atrevimiento.
-Tú lo sedujiste!-, le gritó la enfurecida tía a la niña, a quien mantenía encerrada en su recámara, aprovechándose de que Rosalba estaba en ese momento en la PGJE exigiendo hablar con Miguel Ángel García Covarrubias para reclamarle la tardanza en arrestar al sujeto, pues ya se había girado la orden de aprehensión pero los ministeriales “no lo encontraban”, o argumentaban que la colonia Julián Carrillo -donde se escondía el violador- era “muy peligrosa”.
Rosalba llegó a su casa y todavía encontró a su hermana reprimiendo a la menor, por lo que de inmediato se aprestó a defenderla. Ni la explicación a detalle de la propia víctima sobre las veces que había sido ultrajada, ni los mensajes de texto amenazantes a la madre, ni los antecedentes penales descubiertos pudieron convencerla de que su esposo simplemente era un delincuente, psicópata y violador.
A partir de ese día, la familia de Rosalba se fracturó. Su padre y su hermano la apoyaron, pero su madre y una hermana creyeron en la inocencia del agresor y se pusieron del lado de la hermana. Con todo lo que duele el tener un ser querido dándole la espalda, Rosalba sumó a sus problemas la incapacidad de la Procuraduría General de Justicia para bloquear los mensajes que el violador había subido a Facebook tras robarse la identidad de su hija.
-Váyase a la PGR, ahí es donde hacen eso-, le dijeron. Luego de la Prodem, el Cavid, y la Subprocuraduría “Especializada” para la Atención de los Delitos Sexuales, Contra la Familia y Derechos Humanos -donde también recibió atención a medias- la Procuraduría General de la República sería la cuarta instancia a la que Rosalba tendría que recurrir para hacer valer la justicia.
Casi derrotada, y como último recurso, Rosalba tuvo que tomar a su hija y llevarla ante la entonces directora de la policía Ministerial Cristina Hurtado Barrera para pedirle protección, pero la funcionaria, quien poseía una guardia personal de cuatro elementos, se negó a asignarles vigilancia a las víctimas argumentando que no estaba en sus facultades “ponerles guaruras a todas las personas”.
-“¡Entonces ponga a sus policías a detener a este sujeto, nos ha acosado durante tres meses y ustedes no han hecho nada!”- le espetó la madre a la funcionaria, quien se preguntaba por qué son asignadas a cargos de servicio público personas que no pueden o no quieren hacer su trabajo, pero que reciben el sueldo y las prestaciones nada despreciables de la sociedad a la que se niegan a atender.
Rosalba aún no salía de la PGJE cuando el enésimo mensaje de texto llegó a su celular: “No me van a hacer nada pen…a ya compré a los policías”, el cual incluía la foto de uno de los policías ministeriales asignados a su caso conversando con el agresor sexual. Encorajinada, Rosalba se dirigió al despacho de Miguel Ángel García Covarrubias para mostrarle el mensaje, pero fue interceptada por el jefe del grupo de policías que estaban a cargo de la investigación, quien le pidió el celular para “imprimir” la foto y “comprobar” si se trataba de su elemento. La chamaquearon.
Antes de que Rosalba pasara al despacho de García Covarrubias, el jefe de grupo llegó a la oficina con el teléfono de la joven madre aduciendo que no había ningún mensaje. Lo habían borrado. -A lo mejor se equivocó señora- justificó el jefe policial. La madre de la víctima se echó a llorar y aunque aseguró que el mensaje estaba en su teléfono y que el policía que aparecía era parte del grupo policial que investigaba el caso, lo único que logró de la dependencia fue que le asignaran otros policías. Al tercer día lo arrestaron.
Pero no todo acabó con el violador en la cárcel. Rosalba y su familia llevan una vida difícil. Aunque la niña, re victimizada a todas luces por la Procuraduría General de Justicia del Estado y sus instancias recibe apoyo sicológico y el amor incondicional de su madre, le ha sido muy difícil superar esa desgracia.
La familia de Rosalba sigue separada y debe ser cauta con lo que dice o hace para evitar que sus detractores se enteren, pues ha recibido amenazas a pesar de que el violador está en la cárcel. A Rosalba le duele el infierno que su hija está pasando. Le duele que parte de su familia continúe creyendo en la inocencia de Ezequiel y rechacen a la niña. Atrás quedaron las vacaciones, las fiestas, la confianza y el apoyo que se supone debe haber en ese núcleo primordial llamado familia.
El enemigo en familia http://pulsoslp.com.mx/2013/09/11/el-enemigo-en-familia-2/ vía @pulso_mx
"Esto no debe pasar, desgraciadamente es una historia que se repite día con día, lo indefenso de la victima, la falta de apoyo de las familias la nula sensibilidad y capacidad de las autoridades"
HASTA CUANDO¡
"Esto no debe pasar, desgraciadamente es una historia que se repite día con día, lo indefenso de la victima, la falta de apoyo de las familias la nula sensibilidad y capacidad de las autoridades"
HASTA CUANDO¡
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