martes, 5 de agosto de 2014

Conviviendo con el enemigo



La mayoría de las agresiones son cometidas por cercanos como padres, hermanos o tíos; y en estos casos no suele haber denuncia por temor a romper la familia 


En 2011 su hijo tenía cinco años. Un día, tras haber llegado de una visita paternal, Libertad notó que se tocaba con frecuencia los genitales. Fue necesario un insistente pero cariñoso interrogatorio. Al final su hijo le contó que le dolía su “colita”, había ‘jugado’ a “los penes” con su padre. “Nos tardamos muchas horas para que él pudiera platicar de lo que ese juego se había tratado, había sido largo con mucho dolor”, detalla la madre. El niño le dijo que su papá puso una película donde había ‘doctores’ desnudos y que estaban viendo cómo nacía un bebé.
Libertad enmudeció. Tenían que ir al médico. El niño no quería, sentía miedo de que regañaran a su papá; “le dije que no, pero que tenía que platicarme cómo habían sido las cosas”.
Libertad estuvo casada y se separó por violencia intrafamiliar. Cuando creyó que había más calma entre ellos, dejó al padre frecuentar al niño. Más allá de la relación filial, los veía como buenos amigos. “Siempre pensé ‘¿quién era yo para quitarle a mi hijo la posibilidad de ver a su papá?’… Teníamos muchos problemas de índole sexual como pareja pero pensé que se habían quedado entre él y yo”, cuenta. Pero se equivocó.
En cuanto su hijo acabó de narrar el grotesco episodio, Libertad optó por ir al Centro de Apoyo a la Violencia Intrafamiliar (CAVI) donde le indicaron que no era el espacio de atención, tenía que acudir a una agencia de delitos sexuales.
Fue para allá. La encargada escuchó la versión del niño pero le informó que no había médico ni perito para revisarlo. Además, le recomendó pensar bien si quería denunciar, “me dijo que era muy grave”. Libertad salió enojada y aturdida. Marcó a su ex pareja: “Haz lo que quieras”, le contestó él. “Estás loca. Denúnciame, no vas a poder probar nada”, la retó.
Buscó una clínica particular. La doctora confirmó inflamación y laceración en el pene del niño. Le sugirió denunciar. Se dirigió a la agencia 51 del Ministerio Público pero tampoco hubo revisión médica ni perito. Regresó al CAVI y ellos condujeron al niño y a la madre al Centro de Terapia de Apoyo (CTA).
Ahí, una abogada le leyó lo que su hijo había declarado. Tenía que denunciar para no convertirse en cómplice. “Si no lo hace usted lo vamos a hacer nosotros”, le dijeron. De memoria se sabe la descripción: “me narró 85 palabras, las más dolorosas de mi vida. ¡Era más de lo que él (el menor) me había dicho!”.
Libertad toca cuanta puerta tiene enfrente. Busca justicia. Su recorrido incluye procuradurías, tribunales, cámaras legislativas, secretarías de gobierno, comisiones de derechos humanos. Nada ha resuelto desde hace tres años, cuando su hijo fue abusado por su padre.
Agresores, muy cercanos
Más del 60% de las agresiones sexuales a menores es cometida por personas muy cercanas: padres, padrastros, hermanos, primos, tíos, abuelos, incluso vecinos o visitas, dice en entrevista Alicia Rosas Rubí, fiscal para la Investigación de Delitos Sexuales de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF).
Aunque en el DF la estadística dice que las averiguaciones previas descienden, “en realidad desconocemos la cifra real, ya que el delito se comete intramuros”, admite la fiscal Rosas Rubí. Además, la mayoría de las denuncias no prospera porque ya no se aportan elementos para continuarlas “o los niños ya no quieren declarar, o los inducen a cambiar la versión. Pasan meses y ya no se encuentran evidencias”, lamenta la fiscal.
Rosa María Álvarez, especialista en derechos de la niñez, asegura que la violencia sexual y su ocultamiento han sido socialmente aceptados en esta cultura patriarcal y machista: “suele haber denuncia cuando el agresor es ajeno a la familia, por eso no sabemos los casos que quedan escondidos”.
El Estado, añade la experta de la UNAM, falla en la protección y procuración de justicia: “Falta trabajo multidisciplinario, que todos hagan equipo: procuradurías, sistema de salud, de educación, DIF”.
Por su parte, Verónica Juárez, presidenta de la Comisión de Derechos de la Niñez en la Cámara de Diputados sostiene que a nivel nacional, seis de cada diez niños ha vivido alguna forma de violencia.
No hay coordinación interinstitucional, dice la legisladora: “falta una ley general de garantía de los derechos para la niñez y urge un órgano rector para discutir la política”.
La adhesión de México al Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño y el Pacto de los Derechos Civiles y Políticos obliga al Estado a cumplir. “Pero está pendiente la firma del Tercer Protocolo Facultativo” —agrega—, pues con ello, los niños podrían denunciar sin la intermediación de un adulto.
Violencia sofisticada
El tamaño de la violación sexual infantil es difícil de calcular. La falta de castigo refuerza la conducta del agresor que sofistica sus mañas: sabe a qué hora, cómo y en qué lugar atacar: “no deja evidencias. Amenaza al niño, le dice que si cuenta lo matará o dañará a sus papás. Hay quienes lo revelan siendo adultos”, dice Laura Martínez, directora de la Asociación para el Desarrollo Integral de Personas Violadas (Adivac). Ella asegura que nueve de cada 10 casos no se denuncian.
Psicóloga de profesión, Martínez, considera que a mujeres y niños se les educa para aguantar, por eso, “son valientes los que lo hablan. Es muy difícil desmenuzar lo que les hicieron. Hay familias que dicen: ‘ya pasó’, ‘se olvidará’”.
Corina García, coordinadora de la Clínica de Atención Integral al Niño Maltratado, constata que 60% de acompañantes de sus pacientes víctimas de maltrato sexual tiene el antecedente de agresión. Mamás, tías o abuelas padecieron igual abuso sexual. “Guardar silencio perpetúa el abuso”, indica.
Martirio interminable
Ante la indecisión de Libertad, las autoridades iniciaron la denuncia. Vinieron declaraciones, ratificaciones, pruebas médicas.
A los psicólogos les parecía incongruente que el niño manifestara amor por su agresor. “¿Qué prueba quieren? ¿que diga que lo odia? No voy a envenenar a mi hijo contra su padre”, exclama la madre.
No sabe cómo explicar al pequeño que debe hablar para meter a su papá a la cárcel: “¿cómo le digo que lo lastimó? Sería más fácil admitir cuando alguien se te muere, tiene un lugar, todo mundo sabrá lo que es. Esto no tiene acomodo”. El padre declaró, se dijo inocente y ha pedido la guardia custodia del niño.
Libertad lamenta la situación legal: “Hemos dejado de ser él víctima y yo su compañera y nos hemos convertido en mentirosos para las instituciones”. Pese a todo confía que su expediente no vaya a la reserva. Aún tiene esperanza.
Seducción o forzamiento
Abuso y violación son formas de violencia sexual. En el primero hay engaño o seducción. En el otro, forzamiento. Se agrava si hay vínculo familiar, explica la fiscal de la Procuraduría del DF, Rosas Rubí.
Conforme se tipifique la violencia, hay acusados que siguen el proceso en libertad. “Esto es injusto” dice Chahuis. Es padre de gemelos, y uno de ellos fue agredido por el hijo de su ex esposa. Cada sábado iba a casa de ella a recogerlos.
Hace dos años, el niño le señaló su ano y le dijo que le dolía. Al preguntarle el motivo dijo que su medio hermano, de 20 años, lo había lastimado. La revisión médica lo confirmó. El doctor quiso llamar al Ministerio Público pero Chahuis le avisó que irían a la agencia.
Informó a la mamá, quien rehusó asistir. “No podía pasar por alto que mi hijito, con tres años de edad… Es algo increíble, no daba crédito… (son) niños indefensos, que lo único que inspiran es ternura, cariño, amor”, relata. Revivir el trance lo conmueve, llora.
Pensó confrontar al agresor del niño, pero le recomendaron no hacer tonterías: “yo era la única persona que estaba defendiendo a mis hijos”. Eso lo motivó a presentar la denuncia ante el MP, “todo un calvario”, según califica.
El proceso es lento, los niños tardan en confiar. “Pueden pasar horas para que empiecen a hablar. A lo mejor no saben que se trata de una agresión sexual pero sí expresan bien qué fue lo que pasó”, explica la fiscal. Chahuis llegó con sus hijos a mediodía y salieron a las dos de la mañana. La sentencia fue abuso sexual. El agresor estuvo preso un año. “Es injusto que alguien pueda lastimar de esa forma la integridad de un niño… creo que no hay castigo para esa gente”, dice.
La violencia sexual no se borra. Chahuis no desearía esta experiencia a nadie, “es feo, triste, te rebasa… Lo recuerdo con tal vehemencia que se vuelve a abrir la herida, vuelve a doler y mucho”.
Palabra vs. palabra
El trecho es largo y Sofía recién lo inicia. Con su mamá y hermana viven de lo que da la venta de utensilios plásticos. A finales de 2013, se cayó y se lastimó el brazo. La madre decidió llevarla a un lugar que le habían recomendado. La consulta se ajustaba a lo estrecho del bolsillo.
Un señor cuarentón pidió a la niña, de 12 años, pasar sola al “consultorio”. Cuando salió nadie percibió su semblante pálido. Pasaron días. No se quejaba pero estaba como ida. Iba seguido al baño, contrajo una infección urinaria.
“¿Qué pasa?”, le preguntó la mamá, Sofía seguía silenciosa. Imposible narrar la violación sufrida. Poco a poco confió esa pesadilla. El hombre le puso algo irritante en los ojos, no podía abrirlos. La amenazó para que no gritara, luego la sometió con brutalidad.
La descripción fue desquiciante. Al oír, la madre entró en shock: “¿Qué hago?”, se repetía. Unos dijeron: “Corran al médico”, otros: “Vayan al Ministerio Público”. Terminaron en una agencia de delitos sexuales. Vendría el martirio de los trámites, harían cuanto pudieran para que el culpable pagara.
Sofía perdió días de escuela. Tampoco había ánimo de asistir, había sentido mareos e inapetencia. La escasez de dinero empeoró con los traslados imprevistos.
En la agencia no encontraron personal especializado para atenderlas. Les pidieron regresar después de diciembre. Un inconcluso ir y venir. Corrían contra el tiempo. Esperaron angustiadas el reporte médico. El documento estaba alterado, adjudicaron dos años más a Sofía. No reclamaron, pues había alivio al descartar un embarazo.
No sobró quién les dijera: “Ya déjenlo. Será la palabra de él contra la niña”. Pero no se rinden.
El ‘doctor’ ha sido llamado a declarar y niega todo.
Las evidencias físicas han desaparecido ya, pero el martirio no termina para Sofía y muchos niños más , atrapados en el silencio.

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