Ahora Klaus está llevando a cabo un pioneroprograma de prevención de abusos a menores llamado No convertirse en criminal y parte de la base de que «la pedofilia no es curable, pero sí es susceptible de ser controlada en terapia». Su objetivo es ayudarles a mantener la propia conducta bajo control.
Para entender a Klaus, el cazador de niños pre-pedófilos, quizás haya que afrontar sin tapujos qué pasa realmente en Alemania. Las autoridades calculan que unos 250.000 pedófilos andan sueltos en el país. Según la Clínica Universitaria de Schleswig Holstein, el 1% de la población alemana masculina adulta se siente sexualmente atraída hacia los niños y ese porcentaje se traduce en crímenes sin que nadie hasta ahora haya sido capaz de evitarlo.
La policía registra cada año más de 20.000 agresiones sexuales a menores, 15,4 niños por cada 100.000 habitantes, aunque la cifra real posiblemente sea superior. «A los dos niños por año que, como media, son asesinados en este país a causa de brutales agresiones sexuales de pederastas, habría que sumar el promedio de otros 100 que fallecen anualmente víctimas de la violencia ejercida por adultos y que en muchos casos está indirectamente relacionada con la pedofilia», confirma Tatgeneigte, iniciativa de apoyo a las víctimas con sede en Karlsruhe que, a base de testimonios infantiles, está dibujando el perfil de un monstruo que se alimenta de clics de ratón.
La visualización de fotos de desnudos, que desde otra óptica pueden ser consideradas inofensivas, es a menudo el principio de una especie de adicción que lleva a la búsqueda de imágenes más duras en internet. La red tiene una ingente cantidad de material de pornografía infantil que incluye abusos y violaciones. Su consumo contribuye a expandir e intensificar las pulsiones propias de la pedofilia, las imágenes crean necesidades que llevan a pasar a los hechos.
Para tratar de bloquear esta espiral, hay ya ocho hospitales en Alemania que ofrecen programas preventivos a quienes hayan detectado esa tendencia en sí mismos y deseen de forma voluntaria controlarla. Una de ellas, la prestigiosa clínica Charité, acaba de dar otra vuelta de tuerca en la ofensiva de prevención y lleva a cabo, por primera vez este verano, un programa de detección precoz con el que trata de identificar a los pedófilos antes de que ellos mismos sean conscientes de su trastorno. Su población objetivo son menores de entre 12 y 18 años. En definitiva, busca adolescentes que se sientan sexualmente atraídos por niños más pequeños. El responsable del experimento es Klaus Michael Beier y cree poder domesticar al monstruo.
No improvisa. Beier ha dedicado toda su carrera a la pederastia y habla de ella con la asepsia y frialdad de un bisturí. «La pedofilia aparece clasificada en el sistema internacional como un trastorno de las preferencias sexuales», recita, entornando sus gélidos ojos azules. «El trastorno consiste básicamente en que hay una respuesta sexual ante el esquema corporal del niño». Y dice más: «El impulso sexual que cada uno siente no es punible ni moralmente enjuiciable... Los hechos, los abusos, sí lo son y nuestro objetivo es evitarlos».
El objetivo del ensayo es evitar futuros abusos y violaciones. La novedad es que ahora trabaja con menores
La década de experiencia con sus programas preventivos, que se han ido expandiendo al resto de Alemania y por los que se han interesado sistemas sanitarios extranjeros, le ha llevado a la conclusión de que el pedófilo comienza a sentir manifestaciones de esa preferencia sexual, en ocasiones de forma exclusiva y a veces junto a otras pulsiones sexuales, en la adolescencia. Y a partir de ese momento, afirma, permanece inalterable durante toda la vida. Una vez traspasada la edad juvenil, de no haber prevención, las cartas parecen estar echadas. El esquema de conducta tiende a repetirse: «Cuanto más cerca esté la víctima del agresor, antes se producirá la agresión; cuanto más tiempo duren las agresiones, más masivos se volverán los ataques; cuanto más graves sean los ataques, más duraderas serán las consecuencias psicológicas a largo plazo». De ahí la necesidad de actuar temprano.
«Queremos diagnosticar a cerca de tres adolescentes por semana y detectar si tienen estas perturbaciones», calcula, y para ello cuenta con la financiación del Ministerio alemán de la Familia, que aportará 750.000 euros durante tres años.
Los adultos que acuden al programa llegan desde los tribunales o voluntariamente, atraídos en su mayoría por la campaña elaborada sin coste alguno por la agencia Scholz & Friends, en cuyos spots se pregunta al espectador: «¿Te gustan los niños como a ellos les gusta?».
Sobre la procedencia o la identidad de los menores que se someten al programa preventivo, el equipo de Beier guarda un absoluto secreto para preservar su anonimato. «Llegan porque el propio adolescente descubre sus pulsiones o en el momento en que éstas comienzan a preocupar a su entorno familiar o educativo».
En el caso de los menores, los padres participan en la terapia y se ha diseñado un programa de tres años. «Es importante identificar estas afecciones y ofrecer ayuda lo antes posible para que sus fantasías no se lleven a cabo», dice Beier, quien insiste en que es determinante «para los más jóvenes, ya que debido a la pequeña diferencia de edad tienen más fácil acceso [a sus víctimas]».
En 2013, confirma, ya realizó un estudio piloto con 20 adolescentes con disfunciones sexuales, en el que se detectó que más de la mitad sufría inclinaciones a la pederastia. Esta primera y exitosa toma de contacto con el diagnóstico precoz ha justificado que vuelque todas sus fuerzas en la detección a edades más tempranas con el diseño de un proyecto en el que se confronta a los niños con imágenes explícitas de un trastorno de la conducta sexual. El proyecto piloto sirvió para encontrar a 10 pederastas en potencia, pero ¿qué pasó con los otros 10? ¿Qué efectos puede tener en un chico de 12 años la confrontación con hipotéticos abusos sexuales a menores en el papel de agresor? En la criba del diagnóstico, ¿no se incurre en la perversión de menores?, ¿no se paga el precio de matar la inocencia?
Sin alterarse, Beier insinúa hasta qué punto las nuevas tecnologías han cambiado las reglas del juego de la inocencia. «El 30% de los niños de entre ocho y 13 años ya han tenido sus primeros contactos con la pornografía a través de internet y el 15% ha visto incluso imágenes que están castigadas penalmente», responde, dibujando el nuevo y triste mapa de la candidez infantil.
«Yo sabía que me atraían los niños desde que recuerdo. Alrededor de los 14 años ya era consciente de lo que eso significaba», dice un joven de 27 años tras haber participado en el programa y que por motivos evidentes desea mantener el anonimato. «Es lo que más miedo me da en el mundo, que alguien lo sepa. Sería mi aniquilación social. Creo que por ahora he logrado controlarlo y sin ayuda de medicamentos, pero no sé qué va a ser de mí en el futuro».
El paso por la terapia no significa el acceso a una vida normal para los pacientes, incluso en los casos que se consideran exitosos como este. «No, no creo que pueda llegar a mantener una auténtica relación normal con un adulto. Los hombres me son absolutamente indiferentes y las mujeres no me dicen mucho. Me he esforzado, he tenido algunas relaciones que son estupendas a nivel de amigos, pero en la intimidad me aburren, no es lo mismo. Y a veces he llegado a pensar... ¿qué pasaría si me casara y tuviese un hijo? Quizá me obsesionaría con ese niño y aparcaría a mi mujer...», confiesa.
Este joven alemán pertenece a lo que Beier denomina el «campo oscuro de perpetradores potenciales», personas no han cometido abusos pero sospechan que pueden llegar a cometerlos. «Tenemos pacientes que toman un avión una vez a la semana para venir a terapia, haciendo un gran esfuerzo, pero ellos mismos ven los resultados y entienden la necesidad de la perseverancia», continúa el experto. Pero la terapia no termina nunca. La asistencia del programa es permanente.
«La presión de seguir adelante con las fantasías se reduce. Hoy no me siento completamente seguro de mí mismo, de lo que puedo llegar a hacer, pero al menos sí me siento más seguro que antes», admite otro de los participantes adultos en el programa. La estadística judicial señala que alrededor del 40% de los condenados por este tipo de delitostermina siendo reincidente, pero desde el punto de vista clínico el porcentaje es mucho más alto.
Este último caso es uno de los que ha alcanzado los niveles más avanzados de la terapia y ha llegado incluso a informar a familiares y amigos de su condición de pedófilo. Tras dar el paso, su padre ha decidido romper su relación con él pero asume las consecuencias. «Aun así no me arrepiento porque el hecho de que los que están cerca lo sepan, si llego a un momento de debilidad, me haría mucho más difícil caer en la comisión de abusos», explica. «Como el resto de enfermedades crónicas, no tiene cura. Pero sí es posible para el individuo lograr un control de su propia conducta. El enjuiciamiento moral está de más, lo que hace falta es ayuda efectiva para evitar abusos», concluye.
Sus detractores critican, sin embargo, que este trato a la pedofilia como una enfermedad incurable puede acarrear indeseables consecuencias de impunidad de los delitos pederastas ante los tribunales. Beier, bastante ajeno al aspecto criminal y judicial, se limita a recordar: «Los legisladores incluyen la denominada anomalía mental grave como una causa de responsabilidad disminuida, pero para eso es necesario demostrar que, en el momento de los hechos, la enfermedad impide de manera significativa al individuo controlar su conducta y ese no es el caso de los pederastas, al menos no por lo general».
Los datos que su equipo ha ido acumulando desde 2005 señalan que el 40% de los diagnosticados como pedófilos tienen ese impulso de forma espontánea. En el 60% restante de los casos se trata de conductas sustitutivas, personas que sufren trastornos de personalidad y, en su mayoría, víctimas a su vez de pederastas cuando eran niños. «Es fundamental que acudan a estas terapias antes del momento en el que eligen sus estudios. Es especialmente importante para jóvenes que estén pensando profesiones como profesorado o pediatría», sugiere, justificando la necesidad de adelantar la edad de acceso a los tratamientos.
La edad promedio de los adultos que han acudido a la Charité en busca de ayuda es de 37 años. Una tercera parte de ellos, por motivos laborales, está en contacto constante con niños. Estos datos han llevado al ministro alemán de Justicia, Heiko Maas, cuya oficina ha aportado algo más de medio millón de euros en el último año al proyecto, a declarar que «la mejor protección a las víctimas es la prevención».
Beier defiende que la medicina sexual tiene mucho que decir en la pederastia, pero insta a la policía y a los jueces a seguir haciendo su trabajo. «La culpa tiene una función psíquica y pedagógica muy importante. Por eso es muy necesario designar a los criminales y hacerles rendir cuentas». E insiste: «Nadie es responsable de su orientación sexual, pero todos somos responsables de nuestros actos».
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