El infierno de las niñas de las que abusó el pederasta puede no haber terminado. Cabe decir incluso que, en algunos casos, acaba de empezar. Aunque la presencia física del criminal se haya diluido para siempre de sus vidas, los efectos de sus abusos sexuales pueden perdurar años sus mentes y cuerpos. En los casos más extremos, es posible que no termine nunca o incluso conducirles al suicidio o a adoptar conductas delictivas.
El caso de Marcos Ortiz, presunto pederasta de Ciudad Lineal, no corresponde al más habitual en los casos de pedofilia. La mayoría de los abusos sexuales infantiles se producen en el entorno familiar, por lo que resulta aún más difíciles su descubrimiento y persecución. Denunciar a un familiar por abuso sexual acarrea también una ruptura difícilmente asumible para nadie, mucho menos para los más dependientes de la familia, como los niños.
Los psicólogos han detectado una amplia variedad de trastornos en edades posteriores al abusos sexual, descritos por la psicóloga clínica Isabel Carrasco:
- Pesadillas y trastornos del sueño y de los hábitos alimenticios
- Pérdida del control de esfínteres a edades avanzadas
- Huidas de casa
- Descenso pronunciado en el rendimiento académico
- Miedo exagerado y generalizado
- Agresividad o conductas autolesivas
- Sentimientos de culpa, vergüenza
- Cuadros de depresión, baja autoestima ansiedad
- Actitud desconfiada hacia los adultos y a los gestos de cariño
- Rechazo al propio cuerpo
- Conocimiento sexual precoz
- Conductas exhibicionistas
- Retraimiento social y conductas antisociales
Descubrir en niños o jóvenes algún signo de abuso sexual no es fácil, pues estos síntomas también puede responder a otro tipo de patología. De ahí que los expertos presten especial atención a las señales en la zona genital de los niños, como dolor, golpes, cicatrices, heridas o abrasiones. Las dificultades para andar, sentarse, orinar o defecar son signos más evidentes de abusos.
Recuperación psicológica de niños abusados
No todos los intantes que han sido víctimas de abusos requieren de tratamiento psicológico. “En algunos casos, incluso, no conviene ni siquiera comenzarlo aunque los padres o tutores hayan detectado el problema”, explica la psicóloga Irene López-Assor.
Los niños que atraviesan estas experiencias traumáticas, especialmente los de menor edad, no son conscientes de la magnitud de la agresión. A medida que crecen, se dan cuenta de lo que ha sufrido y lo que significa. “Entonces es cuando ponen nombre y apellidos a lo que les había pasado con ese profesor, ese tío o ese padre”, explica Assor.
¿Hacia dónde se derivan los sentimientos de hostilidad o culpa? Sorprendentemente, muchas veces apunta a dirección equivocada. Los padres suelen ser objetivos de reproches por parte de un niño que ha sido abusado, cuando éste llega a la edad adulta. Aunque sus padres no hayan participado en los abusos, piensan que podían haberlo evitado, o creen que han cometido una especie de pecado de omisión, y que los padres debían haber evitado la agresión antes de que ocurriera, o incluso les culpan por no haberlo sabido.
Este dinámica de culpabilidades sucede con especial frecuencia cuando es el padre o el padrasto quien ha abusado del hijo. López Assor lo ha vivido en su experiencia clínica: “He tratado a chicas abusadas por su padre que, paradójicamente, guardaban más rencor a su madre. Su razonamiento era más o menos así: ‘Ya sé que él era un canalla, pero esperaba que tú no lo fueras’. La psicoterapia debe trabajar ahí por racionalizar y reconducir esta distribución equivocada de culpas".
Cuando el abuso procede de fuera del entorno familiar, (un extraño, un profesor, un amigo, un canguro), resulta más importante la compañía de los padres. “No es cuestión de hablar constantemente del suceso, sino de compartir tiempo, de prestar atención y de jugar juntos, padres, hijos y hermanos. Esa terapia familiar puede resultar a veces más eficaz que varias sesiones con el psicólogo”. Un peligro frecuente, sobre todo en edades tempranas, consiste en sobrevalorar el problema o colocarlo en el centro de la vida. Una actitud vigilante en exceso de estos chicos, por parte de padres y tutores, puede empeorar los efectos de los abusos.
Sacar el niño interior
Por la naturaleza del problema, existen abusos sexuales que permanecen ocultos y sólo afloran en edad adulta. ¿Son casos más difíciles de tratar, al haberse enquistado con el paso del tiempo? “No tiene por qué”, contesta López-Assor, “a veces resultan más fáciles, porque con un adulto todo se pueden racionalizar, y llamar a las cosas por su nombre. Con un niño hay que valerse de un lenguaje más complicado, para conseguir que nos entiendan”.
Pese a todo, los adultos también necesitan "sacar el niño abusado que hay en ello" y poner sobre la mesa del psicólogo “el niño interior”. Un niño que ha sido abusado ha guardado un secreto incómodo del que debe desprenderse. En muchos casos, la culpabilización equivocada (hacia el padre, madre, o familiares que no evitaron los abusos) surge en edad adulta. “También hay que quitar las culpas equivocadas o mal repartidas”. Los adultos pueden estar convencidos de que tal o cual persona tuvo la culpa de sus abusos, por no haberlos prevenido, pero en ocasiones no deja de ser un juicio temerario, formulado con la mentalidad de un niño y que ha permanecido inalterable hasta llegar a la edad adulta.
Conmoción y alivio por la detención del supuesto pederasta
Todo tipo de diversiones... hasta comer 'chuches'
Ese cúmulo de sensaciones, por tantos años inconfesas, suscita en el adulto sentimientos de profunda rabia. El psicólogo intenta que esa frustración, que es humanamente muy comprensible, aflore en la psicoterapia para que sea reconducida. Los psicólogos explican que “hay que completar el niño”, esto es: permitirle disfrutar lo que en su momento impidió timidez o introspección causada por los abusos.
“He llegado a recomendar a pacientes míos todo tipo de diversiones... ¡hasta comer chucherías!”, concluye López-Assor. Los abusos roban una parte consustancial a la niñez y la adolescencia: la pasión por disfrutar. Recuperar esa dimensión lúdica y placentera de la vida ayuda a cicatrizar las peores heridas.
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