LAS HUELLAS QUE MARCARON EL TERCIOPELO.
Estos acontecimientos comienzan un lunes de la segunda semana de agosto del año 2007. Ese día me esperaba una jornada de trabajo ardua y es por eso que traté de llegar más temprano de lo acostumbrado.
Laboro en una institución educativa desde hace ocho años y cada año, en el mes de agosto, celebro la “Semana de la Salud Mental”. Nunca imaginé que esta semana marcaría mi vida más que todos los años anteriores y tal vez los años venideros.
El viernes mientras impartía la última capacitación a un grupo de estudiantes me llamaron para resolver un problema en una de las oficinas administrativas. Fui a ver qué era lo que sucedía y mi sorpresa fue encontrar al Sub-Director del Instituto anotando el nombre de tres alumnas y dos alumnos para darles expulsión inmediata ya que, según él, estaba denigrando a un profesor al acusarlo de enamorar a las alumnas involucradas. Recuerdo manifestarle mi molestia por no atender las acusaciones de las y los estudiantes y solo proteger la dignidad del docente cuestionado. En ese mismo instante tomé una decisión y le dije: “déjeme que yo haré una entrevista individual de cada alumna y alumno”… Él accedió…
Durante las entrevistas salieron a relucir frases como: “el profesor Toribio enamora a una de las alumnas que está afuera esperando para que usted la entreviste”… “el profesor Toribio le da licor y la lleva a un hotel”… “el profesor Toribio me manda mensajes por el celular después de estar con esa alumna y me enamora y también me invita a salir fuera del colegio”…. “el profesor enamora a otra alumna que está también afuera, esperando para que usted la entreviste”…. “es mentira, sólo somos amigos con el profesor”…… “es mentira, el profesor Toribio me ha invitado a bailar y hemos ido, pero nunca ha pasado algo”… y así fui tomando nota de todo lo que los y las cinco estudiantes dijeron.
Hice un reporte de las denuncias recibidas, para pasarlo a la Dirección del plantel y le dije a mi superior que no se trataba de simples acusaciones, que eran denuncias graves en contra de un docente, por lo que ameritaba una investigación exhaustiva.
El día miércoles de la siguiente semana llegué al colegio a la hora de costumbre y en la entrada de mi oficina se encontraban doña María y don Paco. Ambos eran los padres de Carmelita.
Carmelita, es una alumna de la institución que ingresó a los doce años al séptimo grado. Desde que la entrevisté para abrirle su expediente de Orientación, descubrí en ella muchos talentos, por lo que siempre ella estaba presente en todas mis actividades con mis alumnas y alumnos. Recuerdo cuando llegaba los sábados como asistente mía para ayudarme a atender la Escuela para Padres. Recuerdo cuando la miraba ensayando danzas folclóricas, su nombre escrito en el cuadro de honor por excelencia académica, que ganaba los primeros lugares en los “Festivales de la canción fono mímica”; y que siempre fue miembro del Tribunal Electoral Estudiantil para elegir las autoridades estudiantiles, etc.
Ese día atendí a sus padres con la misma amabilidad de siempre. Sin embargo, noté cierta confusión en sus rostros. Les pregunte por Carmelita que ya para ese entonces contaba con 16 años y me respondieron: de eso precisamente venimos a hablar con usted.
El padre de la alumna, me preguntó si yo conocía muy bien a todos y todas las docentes, le respondí que, hablando en términos profesionales, podría decirse que sí. Pero don Paco mencionó al profesor Toribio e inmediatamente pasaron por mi mente todas las acusaciones que había recibido la semana anterior de parte de dos alumnos y tres alumnas acerca de ese profesor.
¿Qué pasa don Paco?, le pregunté. ¿Tiene algo que contarme? Y me dijo: “Si… Ese profesor abusó sexualmente de Carmelita y mi hija ahora se encuentra en estado de embarazo”.
Sentí un escalofrío en mi cuerpo, no supe por unos segundos qué responder, ni me imaginé la odisea que Carmelita y yo viviríamos a partir de allí dentro de la institución educativa. Don Paco y doña María me comentaron que ya habían puesto la denuncia en la fiscalía del menor, pero que ellos querían informarnos de lo que el profesor había hecho con la alumna. Inmediatamente me reuní con los padres de Carmelita y con el Director del Instituto. Ellos narraron todo lo que su hija les confesó. El director tomaba nota de lo ocurrido y de repente don Paco se levantó y dijo: “Quiero ver a ese profesor porque mi sangre hierve cada vez que hablo de lo que me le hizo a mi hija”. Don Paco es un señor de aproximadamente 1.80 m de estatura, de contextura gruesa y yo, con mis apenas 1.48 m tuve que redoblar esfuerzos y lograr que tomara asiento y que su dolor se consumiera en esa silla. No sé como lo logré ya que, al mismo tiempo, entendía la furia e impotencia que puede desencadenar en un padre y una madre el hecho que le toquen lo más preciado de sus vidas: un hijo o una hija.
Una vez que los padres de Carmelita abandonaron la institución educativa me reuní a solas con el Director y él me prometió que llevaría el caso a las instancias superiores de educación, o sea, a la Dirección Distrital para que tomaran una decisión con el docente. A todo esto, confiando en lo que el Director me prometió, seguí mis actividades educativas y comprendí la importancia de brindar esas capacitaciones en la “Semana de la Salud Mental” sobre la violencia y sus tipos, ya que eso puso al desnudo, lo que estaba ocurriendo en la institución. Carmelita siguió con sus estudios porque era su último año de secundaria.
Hay un dicho que dice “en pueblo chico infierno grande” y lo mismo podría decir de las instituciones educativas pequeñas. Sin que yo hiciera ningún comentario de lo acontecido, como por arte de magia, todas las profesoras y profesores, incluso el maestro Toribio ya lo sabían. Bueno, por un momento pensé que era mejor así, ya que de esa forma las y los docentes apoyaríamos a Carmelita en su dolor, una niña que a sus cortos dieciséis años de edad, con un futuro prometedor, debía llevar en sus entrañas un ser que ella no decidió tener, ni se le dio la oportunidad de planificar.
El torbellino comenzó cuando las y los profesores me acusaron de mala compañera de trabajo e hicieron comentarios, como que yo tenía que proteger al docente acusado. La mayoría no me dirigía la palabra. Cuando entraba a la institución, la mayoría de ellos y ellas se reunían en grupo, incluyendo al profesor Toribio y cuchicheaban y me miraban con desprecio. Podría decir que me quedé sólo con un profesor y una profesora a mi favor. El profesor Toribio me llamaba por teléfono y me pedía que no le hiciera caso a los comentarios de esa alumna que todo era mentira, que no olvidara lo bien que nos llevábamos como compañeros de trabajo, me citaba para que nos viéramos a solas y habláramos del caso, a lo que nunca accedí respondiéndole que sí quería conversar conmigo lo hiciera en horas de oficina en la institución educativa. La verdad no podría decir que con el profesor Toribio nos lleváramos mal antes de lo sucedido. Compartía con él todo tipo de lectura, poemas de Neruda, críticas de libros, etc.
Era tanta la presión psicológica que un día me senté a llorar y me reclamé a mí misma de que tal vez era la culpable de lo acontecido y que, con el afán de involucrar a Carmelita en actividades extracurriculares, le había abierto el camino para ser admirada por unos y deseada por otros. ¿Será posible que haya que ser invisible o pasar desapercibida como mujer, para que no se nos violenten nuestros derechos sexuales? Algo me decía en mis adentros: recuerda el juramento que hiciste el día de tu graduación que te comprometía a honrar y desempeñar tu profesión con todo el civismo y compromiso que caracteriza a todas y todos los docentes, ya que así lo espera la patria; recuerda que la violencia sexual es un delito y hay que denunciarla y detenerla.
Carmelita me comentaba lo mal que la trataban sus profesoras. No le querían recibir sus tareas e incluso después de ser la mejor estudiante, sus calificaciones eran cuestionadas. Me llegó a comunicar que escuchó comentarios de sus profesoras de ser una “ofrecida”, de que ella era la que había “orillado” al profesor para que la embarazara, incluso que era una marginada social y lo que quería era un nombre y apellido que la sacara de su pobreza. Igualmente me comentó que alumnas y alumnos la miraban con desprecio y hacían los mismos comentarios. Esa violencia psicológica que ella estaba sufriendo en el aula de clases la documenté en su expediente de Orientación.
A un mes después de vivir ese infierno en el colegio, justamente me llega la notificación de la Fiscalía del Menor para brindar declaraciones como Orientadora de la Institución Educativa, ya que soy la encargada de velar por el estado físico, emocional y social de las y los educandos. La guerra psicológica se recrudeció en contra de mi persona y Carmelita, ya que las y los docentes decían que me sacarían de la institución por mala compañera de trabajo y que se quitaban el nombre si no lo lograban. Ese día, las y los docentes que iban de parte del profesor Toribio solicitaron una reunión de consejo de profesores/as. En esa reunión me dejaron entrever que yo estaba manipulando a los/las estudiantes para desprestigiar a los profesores, que yo inducía a las/los educandos para que acusaran a los docentes y que ellos habían tomado la decisión que no iban a permitir mi presencia en la Institución Educativa si seguía con la terquedad, de atender las denuncias de las/los adolescentes.
Ante esa advertencia me dirigí con voz firme al consejo de docentes de la jornada nocturna que se encontraba presente en ese momento y dejé clara mi posición: les manifesté, que si bien es cierto que yo debo mantener buenas relaciones interpersonales en mi trabajo, también es cierto que mi función es la de cuidar la salud mental de mis estudiantes. Así dejaba bien claro ante el consejo que no aceptaría chantajes de ningún tipo, que yo brindaría mi declaración ante las autoridades judiciales de la Fiscalía de la Niñez y diría todo lo que sabía, lo que había anotado del testimonio de los padres de Carmelita, incluyendo las denuncias de los dos alumnos y tres alumnas en contra del profesor Toribio, y el maltrato psicológico que Carmelita estaba sufriendo dentro del aula de clases de parte de algunas profesoras y que me tenía sin cuidado lo que ellos y ellas pensaran hacer hacia mi persona. Eso sí, les advertí, tengan mucho cuidado de lo que me acusan, porque yo sí tengo pruebas de las denuncias de los/las alumnas en contra de este profesor. Ustedes deben tener pruebas convincentes en contra de mi persona y, si me van a acusar por el hecho de no proteger a mi compañero de trabajo pues, adelante, los espero en los tribunales de justicia. Quedaron perplejos ante mi decisión.
Al día siguiente me presenté al citatorio y brindé mi declaración tal y como la tenía documentada. No dije más, no dije menos. Sólo lo que tenía que decir. Actualmente el profesor sigue en su proceso judicial y fue obligado, a pesar de la oposición de los profesores/as que lo protegían, a que pusiera una licencia de trabajo en la institución educativa sin goce de sueldo. La Sociedad de Padres y Madres de familia del instituto hicieron un comunicado, firmado por ellos/as, planteando su decisión de no permitir que el profesor Toribio regrese a la institución educativa aunque las y los docentes que lo protegen se opongan, ya que los padres y madres quieren seguridad para sus hijos e hijas.
En cuanto a Carmelita ya tuvo una bebe tan preciosa como lo es su madre. Ella está queriendo reconstruir su vida al lado de sus padres, su hermano, hermana y su hija. Me dice que su graduación en la institución fue tormentosa, que las docentes querían ponerle calificaciones mínimas pero, con su valentía y dignidad, luchó por pasar todas sus asignaturas. Ahora me dice que está esperando que su hija crezca un poco más para ingresar a la universidad y cumplir sus sueños de ser Administradora de Empresas, lo cual tengo la seguridad que lo logrará, a pesar que doña María llega a visitarme al colegio y me comenta con mucho dolor que su hija ya no es la misma, que está yendo al hospital para ser atendida por el psiquiatra, ya que últimamente está de mal humor y a veces muy triste, obviamente por las secuelas que deja la violencia sexual en las víctimas.
Doña María y don Paco apoyan en lo que pueden a su hija y a su nieta, con muchas dificultades económicas sí, ya que ellos tienen que sufragar todos los gastos de manutención. A pesar de las llamadas y amenazas que recibieron de personas desconocidas para que se retirara la denuncia, se mantienen firmes esperando el veredicto de los tribunales competentes, que por cierto ha tardado mucho en resolverse.
Los padres de Carmelita dejaron una gran lección de dignidad en la institución educativa ya que al romper el silencio pusieron claro ante las y los docentes que, si bien cierto son de escasos recursos económicos, eso no les quita el coraje para evitar que el caso de su hija quede en la impunidad.
De los profesores y profesoras que me condenaron por tomar la decisión de brindar una declaración transparente sin vicios ni chantajes, no me queda más que comprender que son el producto de un sistema patriarcal hegemónico, donde la violencia sexual entra sigilosamente a las aulas de clases a la vista y paciencia de muchos y sale con toda la impunidad de otros y otras.
En cuanto a mi persona, todavía tengo en mi subconsciente el impacto psicológico que dejó el acoso laboral que recibí de parte de las y los compañeros de trabajo. Pero cada vez que atravieso el portón de entrada hacia el Instituto, levanto la frente y pienso que nunca me avergonzaré de mi misma, de mi profesión, que senté un precedente en el colegio y que, mientras siga laborando allí, denunciaré cualquier tipo de abuso que se cometa, sea este físico, psicológico o sexual, en contra de las y los alumnos. Después de un año, he dejado de recibir el acoso laboral que recibía, aunque de vez en cuando, encuentro “recordatorios” sobre mi escritorio como un afiche roto, que yo tenía pegado en la pared y que decía: “Alto al comercio y explotación sexual de las adolescentes”. Ya no me asusté porque ese fantasma siempre me perseguirá y estoy plenamente convencida que es el precio que pagaré por hacer la diferencia de tener dignidad y perder el miedo de decir la verdad.
Quiero invitar a todas y todos los docentes y encargados de la salud mental de las instituciones educativas, a que hagamos labor de hormiga para que la violencia sexual no siga destruyendo la vida de nuestras alumnas y alumnos; para que no legitimemos el comportamiento de muchos docentes que, con su jerarquía de poder, logran intimidar, engañar y persuadir, incluso a sus mismas compañeras de trabajo; para que detengamos la explotación sexual, el tráfico de menores de edad y el abuso sexual que sabemos que existe en las instituciones educativas. Pero muchas veces por miedo o por indiferencia no lo denunciamos. Sin embargo a pesar de que cuesta romper con ese silencio, estamos en la obligación de hacer la denuncia.
NOLVIA VERÓNICA LÓPEZ RECINOS
País: HONDURAS
Colaborador de la Red Hispanoamericana Contra el Abuso Sexual Infantil
Miembro de Asi nunca mas Centroamérica.
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