La lista de inconvenientes y dificultades que debemos enfrentar quienes nos ocupamos del abuso sexual infantil es interminable.
En este post me voy a ocupar de un concepto erróneo (uno más) en el que muchos profesionales involucrados con el supuesto bienestar del menor incurren con demasiada frecuencia, y cuyo resultado, para variar, es nefasto.
Esta especie de síndrome que yo he titulado como "el niño está feliz" puede dividirse en dos aspectos fundamentales:
- El niño que ha sufrido abusos sexuales es necesariamente infeliz (presenta secuelas evidentes)
- El niño abusado quiere a su padre (suponiendo que este sea el abusador, obviamente)
Esta especie de síndrome que yo he titulado como "el niño está feliz" puede dividirse en dos aspectos fundamentales:
- El niño que ha sufrido abusos sexuales es necesariamente infeliz (presenta secuelas evidentes)
- El niño abusado quiere a su padre (suponiendo que este sea el abusador, obviamente)
Lo que para cualquier desconocedor del tema podría parecer lógico, en realidad no lo es tanto. Es cierto que un niño que sufrido abusos puede presentar secuelas visibles, tanto físicas como psicológicas. Y también lo es que pueda sentir rechazo por su abusador. Pero en muchos casos no sucede así.
Todas las personas tenemos los conocimientos que tenemos, y unos sabemos más de unas cosas y menos de otras, por lo que tampoco es exigible (aunque sí muy recomendable) que todo el mundo conozca a la perfección la lacerante realidad del abuso sexual infantil.
Hasta aquí bien. Pero lo que no alcanzo a comprender es ¿cómo es posible que las personas, supuestos especialistas, que tienen la responsabilidad de decidir sobre el futuro del menor, desconozcan esta realidad?
Los organismos encargados de detectar posibles abusos, ante el hecho de que el niño no parezca especialmente infeliz o no sienta animadversión hacia su abusador ya parece suficiente motivo para inclinar la balanza. En contra de los intereses del niño, por supuesto. A esto le añadimos unos dibujitos y unas cuantas preguntas intrascendentes que por lo general no suelen servir para nada, y listo. El niño está estupendo. Y gracias si la cosa queda ahí. Porque a día de hoy no cuesta mucho traspasar esa difusa línea de la falsa denuncia, asociada al síndrome de alienación parental. Entonces ya no tendrás un gran problema; tendrás dos.
¿Realmente interesa saber si el niño ha sufrido abusos? La respuesta es que no. Cualquier especialista en esta materia debería saber que en la gran mayoría de casos el menor no hablará de este asunto, y mucho menos con unos desconocidos que probablemente no le inspiren demasiada confianza.
Para casi todos el abuso sexual ha sido nuestro secreto; aquello que nadie debía saber. E intentábamos seguir siendo felices, o al menos aparentarlo. Unos lo conseguíamos y otros no tanto, pero el abuso siempre estaba ahí. No tiene sentido pretender que con unas breves entrevistas con el menor y progenitores todo saldrá a la luz como por arte de magia. Yo sufrí abusos por parte de mi padre durante unos diez años. Y nunca nadie supo nada. Y como yo, infinidad de casos. ¿Por qué no se toma más en serio? ¿Por qué quienes tienen esta responsabilidad no están preparados? ¿Por qué todo funciona mal?
El niño no habla. El niño parece feliz. El niño quiere a su padre. A partir de ahí ¿qué haces? Estás atrapado en un callejón sin salida. Si te rebelas contra esta situación corres el riesgo de que te tachen de neurótico, de histérico, de que tu único propósito no es otro que dañar al presunto abusador. Y si no haces nada la situación no es mucho mejor. El menor seguirá siendo objeto de abusos. Pero claro, es que el niño parece feliz... hasta que deje de serlo. Entonces, quizá dentro de unos cuantos años, tendrá que enfrentarse con la realidad. Y será entonces cuando caiga la máscara. Y ese padre (o quien sea el abusador) protegido por el oscuro secreto se convertirá en un ídolo de barro, será despreciado e incluso denunciado, porque los tiempos que para nosotros fueron demasiado largos espero que en un futuro próximo se reduzcan considerablemente.
Hoy la sociedad sabe de la existencia del abuso sexual; las noticias se hacen eco con relativa frecuencia. Cierto que sigue existiendo un gran desconocimiento sobre sus efectos y su incidencia, pero estamos en camino. Dicen que la verdad al final siempre triunfa.
Todas las personas tenemos los conocimientos que tenemos, y unos sabemos más de unas cosas y menos de otras, por lo que tampoco es exigible (aunque sí muy recomendable) que todo el mundo conozca a la perfección la lacerante realidad del abuso sexual infantil.
Hasta aquí bien. Pero lo que no alcanzo a comprender es ¿cómo es posible que las personas, supuestos especialistas, que tienen la responsabilidad de decidir sobre el futuro del menor, desconozcan esta realidad?
Los organismos encargados de detectar posibles abusos, ante el hecho de que el niño no parezca especialmente infeliz o no sienta animadversión hacia su abusador ya parece suficiente motivo para inclinar la balanza. En contra de los intereses del niño, por supuesto. A esto le añadimos unos dibujitos y unas cuantas preguntas intrascendentes que por lo general no suelen servir para nada, y listo. El niño está estupendo. Y gracias si la cosa queda ahí. Porque a día de hoy no cuesta mucho traspasar esa difusa línea de la falsa denuncia, asociada al síndrome de alienación parental. Entonces ya no tendrás un gran problema; tendrás dos.
¿Realmente interesa saber si el niño ha sufrido abusos? La respuesta es que no. Cualquier especialista en esta materia debería saber que en la gran mayoría de casos el menor no hablará de este asunto, y mucho menos con unos desconocidos que probablemente no le inspiren demasiada confianza.
Para casi todos el abuso sexual ha sido nuestro secreto; aquello que nadie debía saber. E intentábamos seguir siendo felices, o al menos aparentarlo. Unos lo conseguíamos y otros no tanto, pero el abuso siempre estaba ahí. No tiene sentido pretender que con unas breves entrevistas con el menor y progenitores todo saldrá a la luz como por arte de magia. Yo sufrí abusos por parte de mi padre durante unos diez años. Y nunca nadie supo nada. Y como yo, infinidad de casos. ¿Por qué no se toma más en serio? ¿Por qué quienes tienen esta responsabilidad no están preparados? ¿Por qué todo funciona mal?
El niño no habla. El niño parece feliz. El niño quiere a su padre. A partir de ahí ¿qué haces? Estás atrapado en un callejón sin salida. Si te rebelas contra esta situación corres el riesgo de que te tachen de neurótico, de histérico, de que tu único propósito no es otro que dañar al presunto abusador. Y si no haces nada la situación no es mucho mejor. El menor seguirá siendo objeto de abusos. Pero claro, es que el niño parece feliz... hasta que deje de serlo. Entonces, quizá dentro de unos cuantos años, tendrá que enfrentarse con la realidad. Y será entonces cuando caiga la máscara. Y ese padre (o quien sea el abusador) protegido por el oscuro secreto se convertirá en un ídolo de barro, será despreciado e incluso denunciado, porque los tiempos que para nosotros fueron demasiado largos espero que en un futuro próximo se reduzcan considerablemente.
Hoy la sociedad sabe de la existencia del abuso sexual; las noticias se hacen eco con relativa frecuencia. Cierto que sigue existiendo un gran desconocimiento sobre sus efectos y su incidencia, pero estamos en camino. Dicen que la verdad al final siempre triunfa.
Publicado por JoanMontane
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