Cada que se cuestiona a una víctima de violencia sexual, cada que se justifica al agresor responsabilizando a las mujeres de provocar o de no defenderse lo suficiente, nuevamente el patriarcado hace su aparición triunfal para susurrar en el oído: “ella se lo merecía”.
Sin importar la edad, las mujeres somos responsables de la agresión: si porque somos niñas y nuestras madres no nos cuidan, si porque somos adolescentes emocionadas por conocer a nuestro artista favorito y colocarnos en riesgo, si porque somos adultas que salen a divertirse, etc. Cualquier razón hace que la sospecha caiga sobre nosotras, dando por sentado que los hombres son inocentes.
Nada justifica que una mujer sea violentada en su intimidad, en su cuerpo, en su sexualidad.
Sin importar las historias que documentan la violencia sexual, cuando se habla de ella no falta quien justifique de inmediato, ya sea porque “una víctima de violación” no hace lo que ella hizo, ya sea porque alguien vio algún día que ella saludó a su agresor con cariño, ya sea porque era su padre, su novio, su tío, su esposo, su artista, su jefe, la autoridad, etc.
Bajo esta lógica, qué fácil es ser violador, acosador, agresor sexual, mientras alguien te justifique o crea que no lo hiciste o que si lo hiciste es porque ella quería.
Qué difícil es ser víctima cuando tendrás que demostrar que no querías, que te defendiste lo suficiente o que eras tan niña que no sabías exactamente qué estaba pasando.
Por ello es fundamental que desde las autoridades se proteja a las víctimas que se han atrevido a denunciar y eviten montar espectáculos que vuelven a violentarlas. De ahí la secrecía de su nombre, su rostro, su identidad. ¿Se imaginan vivir siendo la violada?
La violencia sexual en las mujeres es más común de lo que las estadísticas demuestran. Cuando las mujeres nos encontramos en la confianza y la intimidad nunca falta que alguien reconozca que fue víctima de violación o abuso sexual en la infancia, la adolescencia o la edad adulta.
Más aún, tras la primera confesión vendrán otras más y otras más y otras más…
Y no en pocas ocasiones no lo dijimos por miedo a que no nos creyeran o por vergüenza. Sólo cuando nos sentimos protegidas podemos reconocerlo.
Muchas nunca denunciamos o porque no quisimos ser parte del escarnio público, o porque creímos que era normal, o porque como un mecanismo de sobrevivencia ocultamos el episodio en lo más recóndito de nuestro inconciente hasta que tuvimos las herramientas necesarias para elaborarlo y volvernos sobrevivientes de violencia.
Cada que se hace escarnio público de una víctima de violencia sexual se vacuna a las mujeres a no querer denunciar y se alienta a que se violente a otras mujeres, al fin y al cabo ella tendrá que demostrar su inocencia y él será la víctima hasta que se demuestre lo contrario.
No nos convirtamos en jueces o verdugos de la víctima, no caigamos en la trampa que ha permitido que por siglos las mujeres sigamos siendo las víctimas dudosas.
Digamos NO en nuestro cuerpo ni en el cuerpo de otras, pues al defender mi cuerpo defiendo el de las otras y al defender el de las otras defiendo el mío, porque entonces no habrá resquicios para la justificación y con ello abonaremos para hacer realidad que las mujeres vivamos sin violencia.
* Directora general de CIMAC A.C.
Lucía Lagunes Huerta*
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