He tardado cuarenta años en hablar con claridad de las violaciones a las que fui sometida de niña. Pero aún soy incapaz de hablar de mi vida posterior, cuando inicié la adolescencia.
Cuando estoy con mis amigos o mi familia y sale el tema de la nostalgia de aquellos tiempos de manera genérica, cuando se habla de la Movida Madrileña o de La Bola de Cristal y nos contamos las “batallitas” de aquella época, yo me limito a decir que son mis años oscuros y que no quiero hablar de ellos dando a entender, medio en serio medio en broma, que ha sido un período muy sombrío. Y lo cierto es que así fue.
A todos nos enseñan a ser responsables de nuestros actos. Desde nuestra infancia se nos enseña que toda acción tiene consecuencias. Si le quitas un juguete a tu hermano, mamá te castigará sin postre. Nos enseñan que es de buenas personas reconocer cuando hemos hecho algo mal, y que debemos arrepentirnos y reparar el daño.
Y las víctimas de abusos iniciamos el proceso de sanación reconociendo que no fuimos culpables de lo que nos ocurrió, que fuimos manipulados por nuestro agresor haciéndonos cómplices y partícipes de su degeneración. Pero yo aun no soy consciente de todas las consecuencias a posteriori de aquella agresión.
Estudios realizados con prostitutas han demostrado que cerca del 50% de ellas tenían a sus espaldas un historial de abusos sexuales. Entre los drogadictos graves a menudo hay personas víctimas de una experiencia anterior de incesto. Por no hablar de las mujeres maltratadas por sus parejas, que en muchas ocasiones tienen un pasado repleto de agresiones en su infancia.
En mi caso, hoy por hoy, siento más vergüenza de mi adolescencia que de mi infancia. Los recuerdos que tengo son desoladores. Recuerdo vejaciones de mis compañeros de clase, en el instituto; recuerdo salir yo sola a dar paseos larguísimos por la ciudad, con la sensación de estar desubicada, de no pertenecer a este mundo.
Una vez que mi Madrina me rescató del domicilio de mis padres de manera definitiva, cuando por fin un juez decidió darle a ella mi custodia, mi Monstruo se hizo el dueño del castillo. Porque en ese momento empezó mi proceso de autodestrucción.
Tras unos primeros meses de “convalecencia” (pues me sentía como si me recuperase de una grave enfermedad) empecé a sentir que no pertenecía a ese sitio. Que yo no me merecía a mi familia adoptiva , que yo no formaba parte de ese ambiente ni de ese nivel social.
Empecé a rechazar todo tipo de ayudas por parte de ellos. Me negué a estudiar, (en la casa de mis padres no hubiese tenido esa oportunidad), y en los trabajos en los que entraba por los meritos de mi educación con mis benefactores, nunca hice bien las cosas. No rendía, llegaba tarde o faltaba a mi puesto de trabajo, por pura irresponsabilidad. De manera inconsciente estaba dilapidando mi futuro. Y me estaba distanciando de mis padrinos de manera paulatina.
Y en las relaciones sociales fui cayendo cada vez más en ambientes poco recomendables.
He salido con chicos de todo tipo. Recuerdo a los “buenos” con cierta nostalgia, porque no sé como hubiese acabado la relación, pero sí recuerdo que siempre fui yo la que los abandonaba. Un tío tan majo no merecía a una estúpida como yo, no merecía a una pareja tan sucia.
De las “malas compañías” también guardo recuerdos. Eran tipos déspotas, maltratadores, egocéntricos, machistas, drogadictos, y por supuesto de vidas que rozaban la legalidad, incluso la traspasaban. Pequeños delincuentes, traficantes, estafadores… Mi Monstruo me animaba a seguir con ellos, pues eran lo más parecido a lo que me correspondía. Y cuando conseguía ser consciente de lo mal que me iban las cosas, me decía que era lo único que me merecía, y daba un paso más hacia el abismo.
Lo cierto es que solo quería salir, gritar, moverme, sentir… nada me llenaba. He hecho de todo, sin que nada me hiciera sentir plena, sentirme viva, era como si no tuviese suficiente adrenalina en el cuerpo para cubrir mis necesidades.
Me siento mal cuando rememoro esa época. Soy incapaz de hablar de esa etapa de mi vida, porque los recuerdos me revuelven y además me es imposible ubicarlos en un punto concreto de mi cronología. Tengo días enteros en blanco a causa de las sustancias que consumía. Y los momentos que recuerdo son poco alentadores: Buscando droga, o compañía; llorando en mi habitación, o caminando sola por la calle, como perdida.
He hecho cosas horribles. Me he aprovechado de la gente, he estafado, he robado; incluso de alguna manera me he prostituido por un poco de coca, vendiéndome a los demás de manera indigna.
Me he escapado varias veces de casa, la última fue toda una huida hacia delante: regresé a la vivienda de mis padres. Creía que era hora de volver al sitio que me pertenecía.
Creo que fue ahí donde cerré el círculo, y donde, por fin, pude rehacer mi vida, o lo que aún quedaba de ella. Y no precisamente porque en la casa de mis padres hubiese encontrado la paz, sino todo lo contrario.
Allí fue donde los acontecimientos se precipitaron, y después de una bronca monumental, una paliza y algo parecido a una agresión sexual, acabé sentada en una pomarada, a las dos de la madrugada, con dos mil pesetas en el bolsillo, y sin tener ni idea de donde iba a pasar el resto de mi vida ni de su duración, porque había roto con todo. Había tocado fondo.
Fui como un vehículo lanzado a toda velocidad, y cuya inercia fluyera sin control de ningún tipo, siempre a punto de descarrilar, de estrellarme contra un muro y sin manera de detenerme. Y sin tener muy claro si el arranque lo provocó los abusos o yo misma encendí el motor.
Y esa zona oscura de mi vida me ha marcado, casi tanto como mis abusos, porque salvo algunos momentos en que el sol salía entre las nubes, el resto es una tormenta negra y perturbadora de la que guardo un recuerdo horrible. Tengo imágenes muy feas que quisiera que no hubiesen ocurrido. Y tengo una vergüenza enorme a que se sepa nada de lo que hice.
Porque aún no sé si tengo derecho a excusarme en mis abusos para quitarme la responsabilidad de mis actos.
Porque me siento culpable.
Me siento culpable de no haber hablado más a menudo con mi Madrina de mis abusos. A pesar de su apoyo incondicional. Cuando volví con ella después de que todo lo de mi padre pasara.
Y me siento culpable de todo lo que hice en esa etapa que viví desde los trece hasta los veintiuno o veintidós años.
De haber estado con tíos con los que yo creía que merecía estar, solo porque sabía cómo satisfacer sus instintos más bajos.
Y de haber abandonado mi cuerpo, y dejado que hicieran de él lo que quisieran. Y de haberlo castigado consumiendo todo tipo de sustancias y con acciones de altísimo riesgo para mi vida.
Y de volver a la casa de mis padres, el lugar de mis abusos, y con mi abusador, a pesar de los consejos de mi Madrina. Me siento culpable de no escucharla, y por lo tanto soy culpable del intento de violación de mi hermano, cuando tenía ya veintiún años.
Y sobre todo, por este último error, me siento culpable de haber roto de alguna manera la confianza que mi Madrina había depositado en mí, después de todos sus sacrificios con una niña que no era nadie en su vida, y que una vez más ha defraudado a alguien.
Ahora, después de tanto tiempo, he vuelto a hablar con mi Madrina de lo que ocurrió cuando volví a la vivienda de mis padres tras años sin tocar el tema, pero siento que se ha roto algo, y no sé cómo recuperarlo. Sigo siendo culpable.
Cuando, por casualidad, encuentro a alguien de aquella época que se acuerda de mí, me bloqueo. De repente todo se derrumba, y tengo la sensación de que toda la gente que ahora me arropa, si supiera todo lo que hice, me dejaría en la estacada. Sólo pensar que alguien pueda reconocerme, me hunde.
De hecho, colgar esta entrada me supone un salto de fe. Mi Monstruo me grita en estos momentos el error que estoy cometiendo al confesar todo esto, a pesar de que apenas cuento nada, solo pinceladas. Pero es hora de espiar mis culpas. Es la hora de reconocer mi propio pasado. Abrí el blog con ese propósito, y no quiero dejar nada en el tintero.
Asumiré lo que venga con deportividad, pero reconozco que tengo miedo. Y ese miedo me ha hecho plantearme una pregunta: si ya puedo hablar de mis abusos en cierta manera, ¿Por qué no puedo hablar de los años oscuros?
Creo que la repuesta es obvia: Creo que todos los temores de mis abusos, la culpa, la vergüenza, el miedo a hablar, a que se sepa, a que me descubran, a que me rechacen, los he trasladado a los años oscuros.
Empiezo a admitir, después de cuarenta años, que yo no he sido la responsable de los abusos. Pero creo que aún no soy capaz de saber si lo que hice después, tal vez también haya sido de alguna manera responsabilidad de mi agresor. Mi Monstruo aún me acusa de los desastres de mi vida. Y creo que yo, también.
"Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir."
José Saramago (1922 – 2010) Escritor, periodista y dramaturgo portugués.
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