viernes, 22 de marzo de 2013

Abuso infantil: carta a un juez


Foto La Revuelta


Estimado Juez Marcelo Muñoz:
Mi nombre es Gisel Barrionuevo y quiero contarle una historia…. Mi historia.
Tengo 24 años de edad actualmente y muchos años más de vida como soñadora.
Lamentablemente, debo comenzar esta carta contándole la parte más difícil de la historia. Durante muchos años de mi vida fui abusada sexualmente por el hermano de mi madre. Supongo que cuando termine de leer mi carta se dará cuenta que usted ya está enterado del caso, porque la profesión que usted eligió y la función que hoy ocupa es la que lleva adelante mi historia personal, envuelta en hojas foliadas y guardadas en carpetas entre otros tantos archivos judiciales.
Cuando era niña comenzaron a robarme parte de mi libertad, mucha más parte de mi inocencia y algo más de mi felicidad. ¿Cómo es que le roban a alguien todo eso? Bueno de forma compleja para mí, intentaré brevemente explicárselo.
Cuando una niña durante muchos años y en repetidas y diversas situaciones es obligada por un familiar (es decir alguien del propio entorno) sea por la fuerza física o psicológica (en mi caso ambas) a realizarle prácticas sexuales, que desconoce, que descalifica como tales, pero que en fin ocurren, comienza una etapa de formación mental y física distinta al normal desarrollo de las etapas conocidas como crecimiento.
Cuando esa niña es condicionada de tal manera que su cuerpo y su mente se corrompen por la fuerza, esa niña ya no será una más, ya no se sentirá una más ni vivirá como tal. ¿Por qué? La vida ultrajada, anulada, robada y abusada desde niña es muy dolorosa y queda marcada para siempre. El silencio mental y verbal al que uno lo obligan durante años por la fuerza, se incorpora en la persona, se oculta por la fuerza. Por eso es que en muchos casos es difícil decir lo que pasa, por eso es que en muchos casos es difícil detectar lo que sucede.
Cuando a uno lo amenazan y le inventan historias horribles de lo que pasaría si uno hablara y esas historias entran como verdades en la cabeza de un niño, es cuando uno se convence de que lo que le está pasando nunca se sabrá.
Cuando uno es abusado en un ámbito intrafamiliar y por ende la vida familiar continúa, a uno lo obligan de forma coercitiva a disfrazar el abuso dentro de las prácticas familiares comunes, almuerzos familiares, viajes, cumpleaños, fiestas navideñas, etc.

Cuando a uno lo abusan repetidamente durante tantos años lo convencen de que no existen otras opciones, otras escapatorias, otra vida.
Cuando a uno lo abusan en soledad y bajo violencia, esa soledad dura mucho más que el momento del abuso, dura horas, días, meses… años. Esos años están hoy dentro de mi cabeza adulta, esos años de infancia y principio de la adolescencia se transformaron en recuerdos imborrables. Se transformaron en pesadillas, en temores, en miedos, en fobias, en desprecio de los recuerdos infantiles.
¿Por qué desprecio de los recuerdos infantiles? Bueno en mi caso, los recuerdos infantiles no son los de cualquier adulto que recuerda sonriente las experiencias de la niñez. No, no lo son. Son recuerdos que están entrelazados con flashes del abuso, es ver fotos, sentir olores, recordar momentos que linealmente se unen a momentos abusivos y que mi mente los regenera de forma oscura, triste y desgarradora.
Piense usted, deténgase un segundo y trate de imaginar que un recuerdo lindo de su infancia se pone negro y gris, que ya no tiene colores, que los olores son feos, a ver cuánto tiempo querrá tenerlos . Así son los míos todo el tiempo y por desgracia yo no los puedo borrar de mi memoria. Pero por suerte (si se puede decir así) tuve la oportunidad, ya siendo adulta, de estar acompañada por profesionales que me ayudaron a entender que por más que mis recuerdos sean así, en algún lugar de mi mente existen muy guardados recuerdos normales y lindos como los suyos y los de la mayoría y que algún día podré (espero) recuperarlos como he logrado recuperar tantas cosas agradables como la dignidad y la fuerza interior que hoy me ayudan a estar escribiéndole.
Por medio de esa fuerza fue también que pude irme de mi ciudad a los 17 años, con mucho dolor y añoranza al principio, para intentar luego elegir mi propia vida. Así fué que comencé a estudiar lo que hoy es una de las herramientas más hermosas y apasionantes que nutren mi vida, la Sociología. Esa disciplina que me ha ayudado a entender el funcionamiento de la sociedad, pero sobre todo a aprender que dentro de todo sistema social hay funcionamientos enfermos, desviados, anormales, injustos. A cada uno de ellos les corresponde un remedio, una corrección, una norma, una JUSTICIA.
He notado y leído que la persona a la que denuncié por haberme robado mi infancia y la mitad de los años de vida producto de los abusos se excusa de mi “natural” trato con él para negar los hechos que yo denuncio. He notado que describe un normal funcionamiento familiar, que afirma haber tenido una excelente relación conmigo y con mi familia y hasta menciona por ejemplo mi presencia en uno de sus cumpleaños como reflejo de la sana y normal relación que nosotros manteníamos.
Bueno, esa lectura de esa declaración de carácter judicial y luego de más de un año de realizada mi denuncia penal, es uno de los motivos por los que me sentí movilizada a escribirle de forma directa a usted y de forma indirecta a la ciudadanía que creo debe saber una vez más lo que nos pasa a quienes sufrimos y somos víctimas del ABUSO SEXUAL INFANTIL.
Déjeme decirle, aunque seguramente usted ya lo sabe, que detrás de ese “normal” funcionamiento que este sujeto describe en el vínculo familiar se esconde una construcción, perversa por cierto, que comienza con el abuso sexual donde el abusador prepara a la víctima asegurándose el silencio de ésta para lograr su dominación. Hay acá y es a propósito dos palabras que para mi tienen mucho significado, “construcción” y “dominación”.
Esa lógica perversa en la construcción de dominación del abusador hacia la víctima es lo que muchos desconocen, es lo que muchos no investigan y por lo que es factible caer en el muchas veces trágico pensamiento de sentido común que permite negar los hechos. “No es verdad lo que ella denuncia, no es posible que haya abuso sexual si ellos tenían una buena relación, si ella participaba de reuniones familiares, si ellos se hablaban y mostraban normalmente.”
Tantas veces y de tan distintas maneras tuve que escuchar comentarios similares y afortunadamente mi formación me ha permitido entender y perdonar (sin ánimos de ofender) la ignorancia ajena.
Es por esto también que le escribo y le pido que no olvide esas dos palabras que le mencione, que no deje de preguntarse e indagar sobre el funcionamiento de dominación que padece la víctima.
Que no deje de tener en cuenta mi sufrimiento, mis tantos años de vergüenza y miedo que llevaron al silencio.
Que me permita y perdone por no haberle podido ganar a ese silencio antes. Seguramente, de haber podido, le hubiese facilitado su tarea: la tarea de encontrar la VERDAD y actuar con JUSTICIA.
Déjeme decirle para finalizar que aún está a tiempo, que mi cabeza y memoria siguen existiendo, que mi apuesta a creer en el sistema judicial sigue estando firme y por eso sigo a su disposición.
Por favor no se olvide de nosotros las víctimas, por lo menos en mi caso me rehúso a ser un número más en las estadísticas de denuncias sobre abuso sexual infantil.
Me rehúso a seguir dándole ventaja a la injusticia con cada día que pasa sin que se resuelva mi caso.
Tengo mucho para sanar y muchas ganas de hacerlo y parte de quienes integran el Poder Judicial de la Provincia de Neuquén pueden ayudar en parte de este proceso con el cumplimiento de su deber.
Lo saludo respetuosamente,
Le agradezco su tiempo de lectura.
Gisel Barrionuevo.


http://www.8300.com.ar/2013/03/20/abuso-infantil-carta-a-un-juez/

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