miércoles, 10 de julio de 2013

Habla. Yo te creo. Yo te escucho.

Por: Alfredo González Reyes

Pero hoy usted y yo vamos a hablar de otra cosa. Porque hay muchos que no tienen voz.

Hay muchos que ni siquiera tienen boca.Hay quienes hablan, pero no son escuchados.
¿Quién los apoya? ¿Quién los defiende? ¿Quién los oye y les cree?Quiero hablarle de eso.
¿Están listos? Entonces comenzaré.



Yo soy sobreviviente de una experiencia de abuso sexual infantil.No me avergüenzo de decirlo. No es un “sucio secretito”. Tampoco se lo digo para que usted me tenga lástima y diga “ay, ¡pobrecitoooo!” o para apelar a su humanidad, recordándole de manera pedante y condescendiente, que (según algunos) este mundo es un abattoire (siempre he encontrado chocante la palabra “Matadero”).  Se lo digo por que es la verdad.

Es un hecho irrefutable que ocurrió decenas de veces, entre los 10 y los 13 años, perpetrado por un pariente cercano – usted lo sabe. A esa edad, nunca es un extraño.

Note usted que digo siempre sobreviviente, no víctima.

No me estoy exhibiendo. Esto no lo he ocultado nunca. Mis amigos y allegados lo saben.
Mi familia siempre lo supo.
Sólo soy uno, entre millones y millones que se suman todos los días.

Eso es lo que me da pánico y horror. Son millones. Y cada uno de esos niños o niñas, se siente solo en el mundo, aunque sea parte de una estadística que crece cada semana. Cada día. Cada año.

“Si dices algo, nadie te va a creer. Nadie te va a querer.”

Esto es lo que me decía mi violador todas las veces que me tocó. Nadie te va a creer. Y tenía razón. Nadie te va a querer. Cierto, así me sentía. Hace más de veinte años que terminó físicamente de hacerlo, pero las cicatrices que dejó siguen aquí. A veces no las veo. Otras, repentinamente se abren y supuran. Él era alguien en quien yo confiaba, alguien de mi familia, alguien a quien mis padres me enseñaron a querer.
Y resultó ser que tenía razón: cuando hablé, nadie me creyó. Y sentí que nadie me quería.

Todavía hoy hay quienes, aún en mi círculo familiar, no me creen.
Pero hoy ya no me importa que no me crean, o que no me quieran, tampoco.

Yo no vivo para ser querido. Me tiene sin cuidado. Ya no me importa.

Conforme te vuelves adulto, te vas fortaleciendo.
Es una mentira eso de que “lo superas y lo olvidas”. Eso no sucede.

No se te olvida nunca. Pero aprendes a vivir con ello. Es parte de tí.

Cuando te hacen esto, ya sea una sola vez o como fue mi caso en manos de ese sujeto, de manera repetitiva y sistemática, es algo que causa daño permanente, pero si tienes suerte y voluntad (¿ambas?) puedes crecer, hacer que tu horror se vuelva parte de tu fuerza: es parte de ti igual que tu lado luminoso. Te hace pensar no sólo en ti, sino en otros, otros muchos, que están expuestos.

¿Me entienden?

Por eso mismo, ahora pregunto: ¿Qué podemos hacer para ayudar a los niños? ¿Para prevenir esto? ¿Para detener a esta escoria?

Señalarlos. Hablarlo. Prevenir. No tener consideración ni piedad ni medias tintas.

El pedófilo no es un “enfermito”.
El pedófilo, el pederasta, es la peor clase de criminal alevoso que hay.

La imagen del agresor sexual que acecha a sus pequeñas presas en centros comerciales, parques de diversiones, o alrededores de colegios, es sólo una parte del cuadro. Hay mucho, mucho más. El violador no sólo está en la calle; como dije, en 9 de cada 10 casos, es alguien cercano, de casa. Alguien en quien el niño o niña confía: puede ser, por monstruoso que parezca, el padre, el padrastro, un tío, un primo o un amigo de la familia.

Lo que es peor; en el caso de familiares, muchas veces las madres y los padres lo saben y optan por ignorar la situación (en algunos casos está documentado que a veces son también víctimas del mismo agresor), por “guardarlo en el olvido”, de este modo voluntariamente colaborando con su mutismo a la destrucción del espíritu y de la mente de sus hijos.

Algunas veces pienso que mis padres no quisieron encarar esto, no por crueldad o mezquindad, sino porque es más fácil hacer como que “no sucede” para no tener que enfrentar su propio horror ante el fracaso de su responsabilidad. El silencio manda. La ignorancia es dicha. Es lo único que no está a mi alcance perdonarles. No porque no quiera. Es porque una cosa como estas está más allá del perdón (También está más allá del amor que les podamos tener a nuestros padres. Es complicado. Tal vez no lo entiendan, pero solo así me ha funcionado. Solo así puedo seguir siendo su hijo y queriéndolos, aunque nunca los perdone).

Hace algunos años, en Mayo de 2007, acudi como oyente al Primer Congreso Iberoamericano contra el Maltrato Infantil, bajo el lema: El Abuso Sexual Infantil, Un Problema Global.

Con este tema, se impartieron conferencias y se distribuyó material para alertar a la población, mas específicamente a los padres, a los maestros, a los amigos de menores en grave riesgo o inclusive, ya víctimas de abuso. Uno de los listados que UNICEF ha distribuido es el siguiente, que reproduzco ahora:

“Algunas señales que debemos aprender a ‘leer’ el abuso sexual en menores de edad”.

En la apariencia física:

- Dificultades para caminar o sentarse.

- Ropa rota, especialmente la interior o presencia de sangre en ella

- El niño empieza a tocarse mucho, jalarse el pantalón o la falda, repetitivamente.

- Trauma en los senos, nalgas, parte baja del abdomen, en los muslos.

- Embarazo.

- Durante juegos, clases de educación física, práctica deportiva, etc., hay movimientos que se le dificultan al niño o niña.

- Infecciones venéreas. La más común es el condiloma que se presenta como una verruga dolorosa que se deben tratar con cremas o cauterizaciones. Cuando el niño es portador lo acompañarán siempre, especialmente cuando se le bajen sus defensas.

En el estado emocional:

- El niño puede volverse muy retraído y silencioso, algunos desarrollan mutismo. O por el contrario, su comportamiento es agresivo y rebelde en exceso.

- Repentina caída en el rendimiento académico.

- Alucinaciones visuales, táctiles o sensoriales en general.

- Depresión permanente.

- Ponerse ropa sobre ropa, necesidad de utilizar muchas prendas de vestir para dificultar el abuso.

- Después de que el niño ya aprendió a ir al baño vuelve a la etapa de no poder controlar esfínteres. En algunos casos puede retener las heces para que el abusador sienta incomodidad y no lo intente nuevamente.

- Aversión al acto de acostarse, sueños alterados o con pesadillas, no quiere dormir solo, ni que lo dejen solo en su habitación.

- En relación con otros niños, sus relaciones son pobres: no participan en sus juegos .

- Son “muy buenos niños” porque se acostumbraron a complacer.

- No les gusta ir a visitar la casa de algún familiar o amigo. Quiere evitar los viajes familiares o las reuniones. Manifiestan angustia en presencia de algunas personas.

- Comportamientos y comentarios de adulto con referencias abiertamente sexuales.

Si conocen o sospechan de algún caso de abuso, investiguen, pregunten, confronten, denuncien.

La denuncia es el primer paso.

Si un niño les dice que algo sucede, créanle. Podrá parecer imposible, pero recuerden; la vida futura del niño depende de la confianza demostrada por parte de ustedes, los padres. Una vez perdida la confianza del niño, no podrán recuperarla del todo jamás. Lo digo por experiencia.

El abuso sexual es un crimen que se queda impune casi siempre por el silencio que lo rodea y el silencio es el peor de los cómplices, porque es el silencio avergonzado de quienes se suponen deben defender al niño. Es el fallo de los padres, que deberían de ser los protectores principales.

Consulten con organismos como UNICEF o www.pedofilia-no.org para saber de qué manera pueden ayudar.

Si conocen de un pedófilo, adviertan a los padres y mantengan una cercana atención a los niños. No importa que parezca alguien inofensivo, o incluso contrito, que alegue “enfermedad”. Advertir es un paso importante para proteger. No importa si es un familiar. O un amigo.

Enseñen a sus hijos a hablar claro. A no temer a decir la verdad.

Un espíritu roto puede volver a pegarse, me consta. Pero toma mucho tiempo y no siempre queda igual.

Hay algunos, más vulnerables, que no lo consiguen nunca. Muchos, muchos son los que se mueren en silencio, siguiendo sus muertes-en-vida sólo para no mortificar, tachados de mentirosos, señalados como criminales, mientras el verdadero predador es recibido por las familias incluso con genuino afecto. “Cosas de niños, ¿cómo creer algo semejante?” Lo digo por experiencia. Mi violador sigue suelto. Sus hijos se rehúsan a aceptar que les hizo lo mismo que a mí durante sus infancias. El que yo hable de esto abiertamente siempre que tengo oportunidad de hacerlo, ha provocado que mucha gente de mi familia me vea con incomodidad y pongan cara de “este cabrón, otra vez con lo mismo.”

No me importa. No voy a callarme por nada. No voy a olvidar nunca.

No sólo es por el niño finalmente indefenso que fui. Es por todos los demás que vienen detrás. Esto es algo que no puede seguir.

No debe.

No va a seguir.

No si abrimos los ojos y la boca y sacamos la verdad a la luz, más allá del pudor impuesto, la vergüenza o incluso el dolor oxidado, del rencor, del secreto familiar.

Si tu experiencia sirve para salvar a otro, entonces acaso el que nadie te creyera y nadie te quisiera, no fue en vano.

No te calles.

Y no te avergüences nunca. No es culpa tuya.


Habla. Yo te creo. Yo te escucho.



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