Mi vida cambió un 20 de octubre cuando un amigo me invitó a un
parque de la ciudad de México, todo parecía indicar que
sería un día común.
Estando ahí se acercó un hombre que nos alertó sobre
una pandilla, “amablemente” nos indicó el camino a seguir para no correr
peligro. Después de andar un rato con él, abrió su mochila, sacó una pistola y un
machete y dijo que él dirigía la banda.
Nos quitó nuestras cosas y me ordenó atar a
mi amigo a un árbol pero a mí no me amarró, lo que me hizo pensar que este
episodio estaba muy lejos de terminar. Nos hizo preguntas personales y de trabajo, mi
amigo llevaba toda clase de información y tarjetas de crédito que pudiera uno imaginar,
yo solamente llevaba mi credencial de elector con la dirección donde vivía en aquel
entonces. Vinieron las amenazas, gritos y groserías, nos apuntaba en la cabeza con el
arma y mencionaba que aún no decidía si matarnos o esperar a que llegaran sus
compañeros.
En esos momentos mi única preocupación era que nuestros cuerpos no se
perdieran en el bosque, que nuestras familias pudieran encontrarnos.
Después de un rato el hombre me pidió que lo
acompañara, quería verificar que su pandilla estuviera lejos porque había
cambiado de opinión y había decidido dejarnos libres, le dijo a mi amigo que si
intentaba irse me mataría. Debí seguirlo como si creyera su cuento, pero en esos
momentos yo ya sabía qué iba hacer, me preguntaba muy dentro de mí: tratar de huir y
morir en el intento o cooperar con la ligera esperanza de mantenerme con vida. ¿Fui
cobarde?, hasta el día de hoy no lo sé, pero quería vivir y elegí la segunda opción.
Me llevó adentro del bosque y cubrió mis ojos con cinta canela, me amarró las
manos, trataba de descifrar qué era lo que hacía y como el sol dejaba entre ver las
sombras, pude ver que levantaba el machete sobre mí; convencida de que era un psicópata
que me iba a despedazar, comencé a hablar para distraer su atención, logré que
bajara el machete… todo sucedió muy rápido… únicamente recuerdo repetirme a mí
misma que si salía con vida buscaría la manera de superarlo…
Cuando terminó de vestirse, volvió a ponerme
la pistola en la cara diciendo que si comentaba algo me entregaría a su pandilla
y después me mataría; francamente no sabía si mi amigo estaba aún con vida pero
yo quería regresar con la esperanza de que estuviera donde lo dejamos. Al llegar vi
que seguía ahí, me alegré y pensé que tal vez nos soltaría, ya nos había quitado todo,
incluso la dignidad. Pero no fue así, me ordenó que me sentara y nos amenazó durante
dos o tres horas más, no sé cuánto estuvimos así pero me daba cuenta que pasaba
el tiempo porque el sol disminuía y el frío aumentaba. No sabía si estaba
haciendo tiempo para que llegaran sus amigos o si simplemente gozaba con nuestro
sufrimiento.
De repente sucedió, decidió soltarnos, dijo
que iba a sacar el dinero de los cajeros pero que se quedaba con nuestras direcciones
por si mi amigo había dado mal los números de acceso de las tarjetas o por si decidíamos
denunciarlo, cualquier cosa nos iría a buscar a nuestras casas y nos haría daño
–también a nuestras familias–. Me hizo soltar a mi amigo y nos dijo que corriéramos hacia
el río, nos metimos en el agua helada, la ropa mojada nos dificultaba caminar, las
rocas nos golpeaban los brazos y piernas, pero nada importaba con tal de salir antes de
que oscureciera; imagino que fue la adrenalina lo que nos ayudó a trepar una
colina, subimos y encontramos la carretera, en ese momento mis emociones regresaron a mí
y como si despertara o reaccionara comencé a gritar: ¡Me violó! ¡Me violó! ¡Me violó! Es todo lo que recuerdo hasta llegar al carro. Mi amigo me dijo que llevaba tiempo
pidiendo auxilio, pero la ropa llena de sangre –por los golpes de las rocas– no
ayudaban mucho, así tuvimos que esperar hasta que una buena persona se detuviera a
recogernos, sí, aún existe gente compasiva.
Llegando a casa pensé, ilusamente, que mi
pesadilla había terminado, cuando en realidad estaba por comenzar… Mi miedo era
tan grande por las amenazas que me negué a hacer cualquier tipo de denuncia, Va venir por mí, sabe dónde vivo,
va venir por mí, era lo único que me repetía, el miedo me
paralizaba al pensar en él. Los días siguientes fueron muy confusos, sólo
recordaba silencio en casa, sabía que mis padres y hermanos lloraban en silencio, y yo con
ellos por la vida que se me acaba de arrebatar; se había llevado mi fe en Dios, mi
esperanza en un mañana, mi cuerpo, mi seguridad… ¿Qué me quedaba ya? La única
palabra que me definía era: “violada”.
Casi no dormía, pero cuando lo hacía de
inmediato despertaba sobresaltada pensando en armas, en muerte, no sabía qué me había
impactado más: la violación, la cantidad de horas que nos tuvo secuestrados y
amenazándonos, o el inmenso tiempo que estuvimos perdidos en el bosque y en el
río. De repente sentía como si fuera un hecho externo a mí, una película de terror
mal hecha que terminaba sin final y por si fuera poco me odiaba a mí misma,
odiaba el hecho de haber ido ese día, me odiaba por no haberme dado cuenta que ése
era el hombre, me odiaba por no haber luchado más a costa de mi vida, me
sentía una cobarde por no haber ido de inmediato a levantar la denuncia, en fin, fui
mi peor juez.
¿Cómo iba a seguir viviendo? ¿Cómo me iba a
casar algún día? ¿Cómo iba volver a salir a la calle sin miedo? ¿Porqué yo? ¿Por
qué, si no era mala persona, si no le hacía daño a nadie? ¿Y si había contraído Sida?
¿Cómo seguir viviendo sin estar segura de querer hacerlo? En fin, todas estas preguntas
y más se agolpaban en mi mente cada instante. Pero a pesar de todo esto, había
algo dentro de mí que me animaba a salir adelante, que tenía vida para hacerlo, que
podía hacerlo.
Así es que, de manera paralela a todo este
mar de sentimientos, al día siguiente me levanté, me bañé y me fui a terapia, mi
papá había conseguido algunos lugares donde podía recibir ayuda. Me encaminé a
ellos sin saber que esa era la primera puerta que abriría un sin número de
terapeutas y años de trabajo.
Descubrí que estaba enojada con la vida, con
Dios, conmigo, con el destino, con el universo, en fin, con casi todo, tenía
terror a que el hombre me encontrara, a salir de casa, a morir. Caí en cuenta que mis
sueños habían desaparecido, que mi persona y mi vida giraban en torno a eso.
Durante este periodo sucedió algo que terminó
por quebrantarme el alma, acudí a un centro especializado que brinda apoyo a
personas violadas y para mi sorpresa todas las mujeres que se encontraban ahí
habían sido de niñas violadas por algún familiar, por un tío, un abuelo, hermanos, un
padre o un primo… Cerré los ojos y equivocadamente agradecí por no haber sido
yo, después lloré en silencio por todas y cada una de ellas cuando contaban sus
historias en las terapias de grupo, pensé que lo mejor que podía hacer era poner en alerta
a la sociedad, en especial a la niñez que es el grupo más vulnerable a sufrir abuso
sexual.
Destino o simplemente casualidad pero tiempo
después me llamó mi amigo para decirme que el hombre había sido detenido,
que había salido en las noticias y en los periódicos, se trataba de un violador serial
y hacían un llamado a todas las víctimas para denunciarlo. En ese momento supe que
valía la pena hablar, enfrentar mi propio miedo y el de mis padres –que me recomendaron
no denunciar por miedo a que el hombre o su familia nos encontrara y
tomara represalias en contra mía o de mis sobrinos pequeños–, pero qué mejor regalo
podría darles yo a todos que contribuir para separar de la sociedad a una persona de
tales características.
Ejercí mi derecho, levanté la denuncia y
concluí el proceso judicial, fue doloroso pues implicó revivir lo sucedido una y otra
vez, debí reconocerlo en el Reclusorio; tener tan cerca de mí a la persona que me
había arrancado el alma me llevaba a replantear la importancia y significado de mi
persona. Al final, y hasta donde quise saber, sólo por mi caso le dictaron una
sentencia de 70 años en prisión.
Entre la confusión de sentimientos y los
fragmentos de una existencia que intentaba reconstruirse, descubrí que siempre hay la
opción de encontrar apoyo si realmente lo buscas, a pesar de no tener el dinero para
sufragarlo, encontré asociaciones que me ayudaron, en especial mi corazón está
en deuda con ADIVAC (Asociación de Integración para Personas Violadas, A.C.), y el Consejo Estatal de la Mujer, quienes me han extendido la mano hasta el día de hoy sin
exigir ninguna aportación económica, así como otras instituciones y terapeutas
privados que esperaron pacientemente hasta que pudiera solventar sus honorarios,
este apoyo desinteresado y solidario lo recibí de un par de abogadas que acogieron mi
caso.
Me sorprendí al saber que las agresiones
sexuales no se ejercen únicamente hacia las mujeres, que existen en igual medida
hombres que pasaron por algún tipo de abuso y que por cuestiones de género se
han enfrentado a mayores obstáculos, lo que les ha llevado a sufrir en silencio.
Conocí personas maravillosas y fuertes que
han sobrevivido a cualquier tipo de abuso que pudiera imaginar, ellos y ellas han
creado movimientos, páginas web, instituciones y centros de ayuda para resurgir de sus
tragedias. Gente valiente que promueven los derechos humanos para todos y todas y que
nos explican que éstos no deben ser quebrantados bajo ninguna
circunstancia. Ahora vivo inspirada por estas personas que tienen el coraje de hacer algo
más allá que ser cómplices de su silencio.
El sistema legal y penitenciario de México
contempla la re-inserción social de éstas personas, en casos como éste yo tengo
mis dudas, a pesar de que el Estado mexicano debe garantizar los derechos humanos
para todos aún existen muchos vacíos que deben ser cubiertos para que casos
como el mío no se repitan. En todo caso es conveniente que se ponga el acento en
la prevención.
No está por demás decir que no contraje Sida,
mi familia me acompañó en todo momento y me casé con un hombre maravilloso
que me ayudó a entender que eso no me determina como persona porque me
encuentro en una reconstrucción diaria, y aunque aún no me he perdonado del todo,
sigo trabajando en ello.
Ahora he dejado de ver en los ojos de los
otros la palabra “violada” como sinónimo de mí. ¿Que si me arrepiento de no hacer
valer antes mis derechos humanos? Claro que sí, pero ahora levanto la voz por
los niños y niñas que han sufrido de abuso sexual, por los hombres y mujeres que
han sido violentados, levanto la voz para exigir la prevención de éstos delitos
llevados a cabo principalmente dentro de las familias, levanto la voz para que todas y
todos los individuos ejerzamos siempre nuestros derechos y la responsabilidad que
esto conlleva, porque con una sola persona dispuesta a ayudar mi experiencia habrá
valido la pena.
Ollin1
REVISTA RAYUELA
MAYO NOVIEMBRE DE 2013.
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