viernes, 4 de marzo de 2016

Todos los responsables de la pederastia clerical

Carlos Arturo Baños Lemoine.
Profesor UAM-Xochimilco y UPN-Ajusco
El mutis que, sobre la pederastia, hizo Jorge Bergoglio durante su reciente visita a México, se conectó con la pasada noche de los Óscares. De nuevo el tema de la pederastia clerical salió al escenario. La cinta Spotlight (“En primera plana”) ganó el Óscar a la mejor película del año 2015. Se trata de una película del género dramático, dirigida por Thomas McCarthy, que cuenta la historia de los esfuerzos desplegados por la unidad de investigación del periódico Boston Globe, en torno al ocultamiento sistemático que llevó a cabo la Iglesia Católica de Massachusetts en relación con los múltiples casos de abuso sexual infantil cometidos por algunos de sus sacerdotes.
El caso que detona la bomba es el de un sacerdote, John Geoghan, que violenta sexualmente a cerca de 80 menores. Al respecto, un par de hechos resultan asombrosos e ignominiosos: a) la inacción o dilaciones cómplices de varias autoridades civiles y eclesiásticas, y b) la voluntad de la Iglesia Católica de “solucionar” estos problemas mediante arreglos extrajudiciales con descaradas cláusulas de extrema confidencialidad.
Las víctimas lo fueron por partida doble: al abuso sexual se sumó la impunidad judicial; impunidad que caminó todo el tiempo tomada de la mano del enorme poder de la Iglesia Católica de EEUU.
La investigación periodística comienza a desenmascarar a propios y a extraños, hasta acumular algo así como 250 casos de sacerdotes abusadores, pertenecientes a la poderosa y millonaria Arquidiócesis de Boston, la cuarta en importancia del catolicismo estadounidense. Poco a poco van saliendo a la luz los nombres y las historias de los sacerdotes pederastas que fueron estratégicamente protegidos, durante décadas, por la jerarquía católica y no pocas autoridades civiles.
Por supuesto que la película de inmediato nos hizo recordar el silencio vergonzoso de Jorge Bergoglio, alias “Papa Francisco”, durante su visita a México, con respecto al tema de la pederastia clerical. Se trató de un silencio que le resultará sumamente costoso al Papa en turno, porque para nadie es desconocido que en México se han dado casos paradigmáticos de abuso, corrupción e impunidad, con Marcial Maciela la cabeza, y que en México siguen en pie las acusaciones de encubrimiento que las víctimas les han dirigido a altos jerarcas de la Iglesia Católica de nuestro país, comenzando por el Arzobispo Primado de MéxicoNorberto Rivera.
La crisis que actualmente sufre México en materia de derechos humanos, al menos en parte tiene olor a incienso.
Con respecto a la pederastia clerical, un fenómeno extendido a todo lo largo y ancho del mundo, la Iglesia Católica ha tomado una posición reprobable. Primero, intentó negarlo todo, taparlo todo, diluirlo todo. Y cuando las evidencias eran demasiadas como para poder taparse la cara, llena de lodo, claro está, la Iglesia optó por lavársela, pero a conveniencia.
La Iglesia salió a pedir perdón urbi et orbi. Inclusive, detrás de la renuncia del Papa Benedicto XVI se pudo ver, con mucha claridad, su desprestigio como “líder espiritual”, sobre todo porque, habiendo sido muchos años integrante de la Curia Romana, Joseph Ratzinger tuvo que saber muy bien qué cadáveres tenía la Iglesia dentro del clóset.
Pero ese rostro de arrepentimiento y expiación de la Iglesia Católica ha sido sólo una pose, porque el Vaticano no tuvo reparo alguno en canonizar (en el 2013) a Juan Pablo II, un pontífice sumamente pasivo y defensivo con respecto al tema de los curas pederastas, y, en tanto Iglesia, el Vaticano sigue obstaculizando, hasta donde puede, las indagaciones en contra de los sacerdotes acusados de pederastia. México es uno de los mejores ejemplos de ello.
Pero con respecto al problema de los sacerdotes pederastas no se suele ver a todos los responsables. Solemos ver la punta del iceberg.
Que este tipo de coyunturas nos sirva para hacer un mapa de todos los responsables de la pederastia clerical.
Claro, hay que colocar, en primer plano, a la Curia Romana, o sea, al cerebro de toda la Iglesia Católica en el mundo. A esos altos clérigos recluidos en el Vaticano que, siguiendo las enseñanzas de Nicolás Maquiavelo, han hecho de la defensa a ultranza de la Iglesia la única finalidad de sus vidas, apelando incluso a la “razón de Estado”. A estos prelados nada les ha importado ni la justicia de los mortales ni la “caridad evangélica”. Primero, y ante todo, está el poder de la Iglesia.
En segundo plano están las jerarquías de las iglesias locales, ésas que se la pasan cambiando de parroquia en parroquia a los curas que comenten abusos sexuales, especialmente contra los infantes. Ésas que esconden a los abusadores con sotana, que niegan información, que entorpecen las pesquisas judiciales, que ofenden aún más a las víctimas.
En tercer plano, debemos ubicar a las autoridades civiles que le dan un trato privilegiado a la Iglesia, especialmente a sus delincuentes sexuales, como si la separación Iglesia-Estado se aplicara de forma discrecional.
En cuarto plano, hemos de colocar a todas las familias (sobre todo a padres, madres y tutores) que cometen el gravísimo error de confiar estúpidamente en el “padrecito”, y les entregan a sus hijos en bandeja de plata para que hagan con ellos lo que quieran, a cambio de sentirse “especiales” o a cambio de algunos “apoyos económicos”.
Y, en quinto plano, debemos ubicar a toda la feligresía católica, absolutamente a toda, que cree de forma insensata en la viabilidad del “voto de castidad” y del “celibato sacerdotal”, negando de esta manera las fuerzas pasionales de la naturaleza humana.
Muchas culpas y responsabilidades personales e institucionales se hallan detrás del lesivo fenómeno de la pederastia clerical. Hagamos recuentos más exhaustivos, porque no todos los responsables visten sotana.

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