lunes, 30 de noviembre de 2009

Me pongo en sus zapatos


Lorna Norori Gutiérrez

En mi experiencia con personas que han vivido abuso sexual he visto las diferencias con que son tratadas las niñas y las adolescentes, cuando el abuso se revela. Este tratamiento es muy similar en la casa, la comunidad, las instituciones y organizaciones, los medios de comunicación. Trataré de abordar mejor esto, expresando primero algunos aspectos comunes a partir la visión y el tratamiento que se les da a las niñas y adolescentes.
Ambas son vistas desde la estigmatización, que además está impregnada de mitos, de tal forma que, se trate de niña o adolescente será nombrada “la violada”, igualmente ambas ya son “mujeres”, a partir de la pérdida del himen. Ese hecho las hace diferentes a las niñas y adolescentes “porque ya conocieron hombre”.
De esta forma he visto cómo en un colegio religioso se retira a una niña de 12 años, luego que la madre ha buscado apoyo en la dirección de dicho colegio, para llevar adelante el proceso judicial por la violación vivida por la niña. El argumento de la directora fue que la niña “podía contaminar a las otras”.
Una madre me dice con tristeza que ahora su niña de siete años “está desgraciada”, porque ya no tiene un himen intacto, es decir “porque ya es mujer”. Otra adolescente de 14 años me dice llorando que su sueño de celebrar sus 15, algo que su familia ha promovido por varios años; ahora no será posible porque si lo hacen “yo voy a ser la burla de la gente, porque ya no soy señorita”.
Una mujer de 40 años me refiere que, siendo una niña de 13 la golpearon y corrieron de su casa, cuando se enteraron que estaba embarazada. Nadie le preguntó qué había ocurrido. Ella ahora ante el abuso que identificó en sus hijas, me dice por primera vez, que ella vivió abuso sexual por parte de un hombre de 40 años que era su vecino, que ocurrió durante tres años y que él era quien la cuidaba mientras su mamá y papá trabajaban.
Cada una de estas expresiones está determinada por mitos, que conllevan al castigo para las niñas y adolescentes, un trato revictimizante, a partir del desconocimiento que hay sobre el tema.
De forma contradictoria, a las niñas se les da un tratamiento basado en el sentimiento de pesar, de lástima. “Pobrecita”, es la expresión más común cuando se ha identificado el abuso sexual en una niña.
En las investigaciones policiales es muy frecuente escuchar estas expresiones, aunque también es posible observar que hay mayor dedicación de las investigadoras, considerando particularmente que son niñas.
Esto cambia cuando se trata de adolescentes, porque a partir de los mitos que se han establecido, se considera que la adolescente “ya sabe”, es decir ella pudo evitar el abuso, hablar sobre el abuso, denunciar al abusador, y si no lo hizo probablemente es porque “le gustó”, porque “estaba de acuerdo”. Entonces se plantea la duda, la desconfianza hacia la chavala.
En algunas ocasiones he observado en los medios de comunicación un titular que refiere “Hija huye con el padrastro” y se señala a la adolescente como alguien que le “robó el amor” a la madre. En ningún momento se aborda la situación desde la condición de abuso sexual que tuvo que vivir esa adolescente para verse sometida a la pareja de su mamá.
Cuando se trata del proceso judicial, algunas adolescentes me han referido que la médica forense le ha hecho expresiones como: “Vamos, decime la verdad; vos ya tenías algo con él”. Algo similar se produjo la semana pasada en Managua, en el juicio por violación hacia una adolescente y la jueza Ana Justina Molina objetó una pregunta realizada por la defensa, por resultar revictimizante.
Desde mi punto de vista, no se trata de culpabilizar a nadie por estas actitudes y expresiones; sobre todo se trata de llamar la atención sobre una situación que se está produciendo y que en última instancia a quien afecta es a las niñas y adolescentes que han vivido abuso sexual, revictimizándolas, estigmatizándolas, desvalorizándolas.
Nadie en la sociedad se puede sentir exenta/o de generar una situación, sobre todo por el desconocimiento que tenemos hacia el tema y porque prevalecen muchos mitos alrededor de este.
Una alternativa más adecuada será que tratemos de ponernos en los zapatos de niñas y adolescentes, antes de mostrar una actitud ó de tener una expresión que puede ser inadecuada y por supuesto, hacer mucho daño.
Debemos preguntarnos cómo lo viviría yo si fuera esta niña o adolescente, cómo sería si se tratara de mi hija. La prevención del abuso sexual, también considera esto, como parte de la sensibilidad humana que podemos desarrollar desde cualquier espacio, hacia las personas que han vivido abuso sexual.
Al escuchar por años, a tantas niñas y adolescentes que han vivido abuso sexual, pienso que es importante poder llevar un poco de la voz que ellas tienen y decir que cuando se atreven a hablar, están esperando que se produzca un cambio que les haga recuperar un poco la confianza que el abuso sexual les ha hecho perder.
Podemos hacerlo. Les invito a ponernos en sus zapatos

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