LOS CELOS IRRACIONALES:
«TÚ ME PERTENECES»
«TÚ ME PERTENECES»
El incesto establece entre la víctima y el agresor una fusión tan irracional e intensa, que con frecuencia, y particularmente en el incesto entre padre e hija, él se obsesiona con ella y siente unos celos insanos de los amigos y pretendientes. Es probable que llegue a golpearla o insultarla para hacerle entender el mensaje de que ella no pertenece más que a un hombre, y ese hombrees papá.
Esta obsesión obstaculiza ferozmente las etapas evolutivas normales de la niñez y la adolescencia. En vez de ir independizándose poco a poco del control parental, la víctima del incesto se ve cada vez más ligada al agresor.
En el caso de Tracy, la niña sabía que los celos de su padre eran desaforados, pero no comprendía hasta qué punto eran crueles y degradantes porque los confundía con el amor. Es común que las víctimas del incesto confundan obsesión con amor, y esto no sólo altera drásticamente su capacidad de entender que las están convirtiendo en víctimas, sino que puede ser catastrófico para sus expectativas de alcanzar el amor en el curso de su vida.
La mayoría de los padres sienten cierta ansiedad cuando sus hijos empiezan a salir en pareja y a relacionarse íntimamente con personas que no son de la familia, pero la vivencia que tiene el padre incestuoso enfrentado con esta etapa evolutiva normal es la de una traición, un rechazo, una deslealtad e incluso un abandono. La reacción del padre de Tracy era típica: rabia, acusaciones y castigo:
El me espetaba levantado cuando yo salía con alguien, y cuando volvía a casa me aplicaba el tercer grado. Eran interrogatorios interminables: con quién salía, qué hacía con él, si le dejaba que me tocara, si le permitía que me metiera la lengua en la boca. Si llegaba a sorprenderme despidiéndome de un chico con un beso, salía de casa insultándome y lo hacía huir espantado.
Cuando el padre de Tracy le gritaba y la insultaba, estaba haciendo lo mismo que muchos padres incestuosos: quitarse de encima la maldad, la vileza y la culpa y proyectándoselas a ella. Pero otros agresores esclavizan a su víctima con ternura, y eso hace que al niño le resulte aún más difícil resolver el conflicto entre emociones tan contradictorias como el amor y la culpa.
«TÚ LO ERES TODO EN MI VIDA»
Doug, un hombre delgado y tenso de cuarenta y seis años, que trabajaba como maquinista, vino a verme debido a todo un abanico de dificultades sexuales que incluían una impotencia recurrente. Desde los siete años hasta el final de su adolescencia, había sido una víctima sexual de su madre.
Me acariciaba los genitales hasta provocarme el orgasmo, pero yo siempre creía que, al no llegar al coito, aquello no tenía importancia. Además, me obligaba a hacerle lo mismo. Me decía que yo lo era todo en su vida, y que ésa era su manera especial de demostrarme su amor por mí. Pero ahora, cada vez que intimo con una mujer, siento como si estuviera engañando a mi madre.
El enorme secreto que Doug compartía con su madre lo ligaba estrechamente a ella. Tal vez su comportamiento enfermo confundiera al hijo, pero el mensaje era claro: ella era la única mujer en su vida, un mensaje en muchos sentidos tan dañino como el propio incesto. Como resultado, cuando Doug intentaba separarse y tener relaciones adultas con otras mujeres, sus sentimientos de deslealtad y de culpa se cobraban un tributo terrible en términos de su bienestar emocional y de su sexualidad.
EL INTENTO DE OCULTAR EL VOLCÁN
La única manera en que muchas víctimas pueden sobrevivir a los precoces traumas del incesto es el encubrimiento psicológico, hundiendo esos recuerdos tan por debajo de la captación consciente, que a veces tardan muchos años en aflorar, si es que afloran.
Es frecuente que los recuerdos del incesto inunden inesperadamente la conciencia por obra de algún acontecimiento concreto. Algunos clientes me han hablado de recuerdos que se desencadenaron en virtud de sucesos tales como el nacimiento de un hijo, el matrimonio, la muerte de un miembro de la familia, el hecho de haber visto algo referente al incesto en publicaciones o en programas de televisión, e incluso porque un sueño les hizo revivir el trauma.
Es frecuente que los recuerdos del incesto inunden inesperadamente la conciencia por obra de algún acontecimiento concreto. Algunos clientes me han hablado de recuerdos que se desencadenaron en virtud de sucesos tales como el nacimiento de un hijo, el matrimonio, la muerte de un miembro de la familia, el hecho de haber visto algo referente al incesto en publicaciones o en programas de televisión, e incluso porque un sueño les hizo revivir el trauma.
También es común que estos recuerdos afloren si la víctima sigue una terapia para superar otros problemas, pero aun así son muchos los que no quieren mencionar el incesto si no los mueve a ello el terapeuta.
Incluso cuando los recuerdos emergen, muchas víctimas sienten pánico e intentan volver a rechazarlos, negándose a darles crédito.
Una de las experiencias emocionales más dramáticas que he tenido como terapeuta fue con Julio, una doctora en bioquímica que formaba parte del personal de un importante centro de investigación en Los Ángeles. Julio vino a mi consulta tras haberme oído hablar del incesto en uno de mis programas de radio, y me contó que su hermano la había agredido sexual-mente desde los ocho hasta los quince años.
Siempre he tenido fantasías terribles: que me muero o me vuelvo loca y me internan. Últimamente he pasado la mayor parte del tiempo en cama, con la cabeza cubierta por las mantas Jamás salgo de casa si no es para ir al trabajo, y allí apenas rindo. Todos están sumamente preocupados por mí. Yo sé que mi comportamiento se relaciona con mi hermano, pero no puedo hablar de este tema, y siento como si me estuviera ahogando.
De aspecto muy frágil, Julio parecía al borde de I derrumbe. Tan pronto se reía histéricamente como estallaba en sollozos convulsivos. Casi no tenía control sobre las emociones que estaban abrumándola.
Mi hermano me violó por primera vez cuando yo tenía ocho años. Él contaba catorce, y era realmente fuerte para su edad. Después de aquello me forzaba por lo menos tres o cuatro veces por semana. El dolor era tan insoportable que yo casi perdía el conocimiento. Ahora me doy cuenta de que debe de haber estado bastante loco, porque me ataba y me torturaba con cuchillos, tijeras, hojas de afeitar, destornilladores o cualquier cosa que encontrara. La única manera que yo tenía de sobrevivir era imaginar que aquello le pasaba a otra persona.
Le pregunté dónde estaban sus padres mientras a ella la sometían a esos horrores.
Jamás les dije nada a mis padres de lo que me hacía Tommy, porque él me amenazó con matarme si lo hacía, y yo le creía. Papá era abogado y trabajaba dieciséis horas diarias, incluso los fines de semana, y mi madre, una adicta a las píldoras. Ninguno de los dos me protegió jamás. Las pocas horas que pasaba en casa, papá quería paz y tranquilidad, y esperaba que fuese yo quien me ocupara de mamá. Me parece como si toda mi niñez no hubiera sido más que un enorme dolor.
A Julio, gravemente dañada como estaba, la asustaba muchísimo la terapia, pero se armó de coraje para unirse a uno de mis grupos de víctimas del incesto. Durante varios meses trabajó con empeño para sanar de los sádicos abusos sexuales de su hermano. Su salud emocional mejoró notablemente durante ese tiempo, y ya no se sentía como si estuviera manteniendo un difícil equilibrio entre histeria y depresión. Sin embargo, pese a la mejoría, mi instinto me decía que aún faltaba algo, que todavía quedaba dentro de ella un foco de infección, algo oculto y oscuro.
Una noche. Julio llegó al grupo con aspecto muy alterado. Había tenido repentinamente un recuerdo que la asustó:
Hace un par de noches tuve un claro recuerdo de que mi madre me forzaba a mantener contactos sexuales orales con ella. Realmente, debo de estar volviéndome loca. Es probable que también haya imaginado todas aquellas cosas con mi hermano. Está claro que mi madre estaba todo el tiempo dopada, pero no es posible que me haya hecho una cosa así. Realmente estoy perdiendo el juicio, Susan. Tendrás que ingresarme en el hospital.
_—Tesoro —le dije—, si tú imaginaste las experiencias con tu hermano, ¿cómo es que has mejorado tanto trabajando sobre ellas? —Como eso le pareció coherente, continué—: Fíjate que, generalmente, estas cosas no provienen de la imaginación de las personas. Si recuerdas ahora este incidente con tu madre, es porque eres más fuerte que antes, más capaz de enfrentarte con él ahora.
Le expliqué que su inconsciente se había mostrado muy protector con ella. Si hubiera recordado ese episodio mientras era tan frágil como cuando la conocí, podría haber sufrido un derrumbe emocional total. Pero gracias a su trabajo en el grupo, su mundo emocional' se estaba estabilizando. Ahora su inconsciente había dejado aflorar ese recuerdo reprimido porque Julie estaba en condiciones de enfrentarse con él.
Pocas son las personas que hablan del incesto entre madre e hija, pero yo he tratado por lo menos a una docena de víctimas de él. La motivación parece ser una deformación grotesca de la necesidad de ternura, contacto físico y afecto. Las madres capaces de violar de esa manera el vínculo normal de la maternidad suelen estar sumamente perturbadas, y con frecuencia son psicóticas.
El esfuerzo de Julie por reprimir sus recuerdos lucio que la llevó al borde de una crisis nerviosa. Sin embargo, por dolorosos y perturbadores que fueran aquellos recuerdos, para Julie su liberación fue la clave de una recuperación progresiva.
UNA DOBLE VIDA
Es frecuente que los niños víctimas del incesto lleguen a ser habilísimos actores. Es tanto el terror, la confusión, la tristeza, la soledad y el aislamiento de su mundo interior, que muchos de ellos cultivan un falso «sí mismo», que les sirve para relacionarse con el mundo exterior y actuar como si las cosas fueran estupendas y normales. Tracy hablaba con notable penetración de ese «ser como si»;
Yo me sentía como si fuera dos personas dentro de un solo cuerpo. Frente a mis amigos era muy abierta y amistosa, pero tan pronto como estaba en nuestro apartamento, me convertía en una reclusa total. Solía tener unos accesos de llanto totalmente imparables. Me ponía enfermo todo contacto social con mi familia, porque tenía que fingir que todo era estupendo. No te haces una idea de lo difícil que resulta interpretar todo el tiempo esos dos papeles. A veces sentía que agotaba mis fuerzas.
También Dan se merecía un Oscar. He aquí su descripción:
¡Yo me sentía tan culpable por lo que me hacía mi padre por las noches! Me sentía realmente como un objeto; me aborrecía a mí mismo, pero representaba el papel de niño feliz y nadie en la familia se enteró. Después, repentinamente, dejé de soñar, e incluso dejé de llorar. Fingía ser un niño feliz. Era el payaso de la clase, y además tocaba bien el piano. Me encantaba recibir y atender a las visitas...; hacía cualquier cosa para gustar a la gente, pero por dentro sufría. Cuando llegué a los trece años ya me emborrachaba en secreto.
Al atender a otras personas, Dan podía alcanzar cierta sensación de aceptación y de logro. Pero como su verdadero ser interior estaba tan angustiado, apenas experimentaba auténtico placer. Éste es el coste de estar viviendo una mentira.
EL SOCIO SILENCIOSO
El agresor y la víctima se montan una buena actuación teatral para que su secreto no salga de la casa, pero cabe preguntarse qué pasa con el otro miembro de la pareja parental.
Cuando empecé a trabajar con adultos que habían sido víctimas de abusos sexuales en su niñez, me encontré con que muchas víctimas del incesto entre padre e hija parecían estar más furiosas con la madre que con el padre. Muchas de ellas se torturaban con la pregunta, con frecuencia imposible de responder, de si su madre sabía algo del incesto. Muchas estaban convencidas de que la madre debía de haber sabido algo, porque en algunos casos los signos de la agresión sexual clamaban por sí mismos. Otras estaban convencidas de que su madre tendría que haberlo sabido, tendría que haber descubierto los cambios en la conducta de su hija, tendría que haber percibido que algo anclaba mal, y tendría que haber manifestado mayor sensibilidad para lo que estaba pasando en la familia.
Tracy, que parecía imperturbable cuando describió cómo su padre, el vendedor de seguro, pasó de mirarla mientras ella se desvestía a acariciarle los genitales, lloró en varias ocasiones mientras hablaba de su madre:
Es como si yo estuviera siempre enojada con mi madre. Podía amarla y odiarla al mismo tiempo. Ahí está esa mujer que me veía siempre deprimida, llorando histéricamente en mi habitación, sin decir jamás una condenada palabra. ¿Podéis creer que a una madre en su sano juicio no le llame la atención ver que su hija se pasa todo el tiempo llorando? Yo no podía ir a decirle sin más lo que pasaba, pero tal vez si ella me hubiera preguntado... No lo sé. Quizá de todas maneras no hubiera podido decírselo. ¡Dios, cómo quisiera que ella hubiera descubierto lo que él me hacía!
Tracy expresaba un deseo que he oído formular miles de víctimas del incesto: que de alguna manera alguien, especialmente su madre, descubriese el incesto sin que la víctima tuviera que pasar por la angustia de contarlo.
Yo estaba de acuerdo con Tracy en que su madre era de una insensibilidad increíble ante la desdicha de su hija, pero eso no significaba necesariamente que tuviera conocimiento alguno de lo que estaba pasando.
Hay tres tipos de madres en las familias incestuosas: las que auténticamente no lo saben, las que quizá lo sepan, y las que efectivamente lo saben.
¿Es posible que una madre viva en una familia incestuosa y no lo sepa? Varias teorías sostienen que no, que cualquier madre percibiría de alguna manera el incesto en su familia. Yo no estoy de acuerdo; tengo la convicción de que algunas madres verdaderamente lo ignoran.
El segundo tipo de madre es la clásica «socia» silenciosa, que lleva anteojeras. Los indicios del incesto están ahí, pero ella prefiere no hacer caso de ellos, en un intento erróneo de protegerse y de proteger a su familia.
El tercer tipo es el más reprensible: la madre a quien sus hijos cuentan lo que les están haciendo, pero no intervienen para impedirlo. Cuando esto sucede, la víctima es doblemente traicionada.
(Cuando Liz tenía trece años, hizo un intento desesperado de hablar con su madre de las agresiones sexuales, cada vez más graves, de su padrastro:
El tercer tipo es el más reprensible: la madre a quien sus hijos cuentan lo que les están haciendo, pero no intervienen para impedirlo. Cuando esto sucede, la víctima es doblemente traicionada.
(Cuando Liz tenía trece años, hizo un intento desesperado de hablar con su madre de las agresiones sexuales, cada vez más graves, de su padrastro:
Yo me sentía realmente atrapada. Pensé que si se lo decía a mi madre, por lo menos ella hablaría con él. ¡Qué va! Casi se deshizo en lágrimas, y me dijo... jamás olvidaré sus palabras: « ¿Porqué me cuentas eso, qué intentas hacerme? Llevo nueve años viviendo con tu padrastro, y me consta que sería incapaz de algo así. Es ministro del culto. Todo el mundo nos respeta. Tú debes de haber estado soñando. ¿Por qué te empeñas en arruinar mi vida? Dios te castigará». Yo no me lo podía creer. ¡Tanto que me había costado a mí decírselo, y ella se ponía en mi contra! Terminé consolándola.
Liz comenzó a llorar. La mantuve abrazada unos minutos mientras ella revivía el dolor y la pena provocados por la respuesta —demasiado típica— de su madre ante la verdad. La madre de Liz era la clásica «socia» silenciosa, pasiva, dependiente e infantil. Estaba intensamente preocupada por su propia supervivencia y por mantener intacta la familia. El resultado era que necesitaba negar cualquier cosa que amenazara la estabilidad familiar.
Muchas «socias» silenciosas también fueron víctimas cuando niñas, y como consecuencia de ello tienen una autoestima sumamente baja y es probable que estén volviendo a representar las luchas de su propia niñez. Por lo general, se sienten abrumadas ante cualquier conflicto que ponga en peligro el estatus quo, porque no quieren confrontar sus propios miedos y su dependencia. Como con frecuencia sucede, Liz terminó respaldando emocionalmente a su madre, aunque era ella quien más apoyo necesitaba.
Hay unas pocas madres que, efectivamente, empujan a sus hijas al incesto. Deberá, que era miembro del mismo grupo que Liz, contó una historia horrible:
La gente me dice que soy bonita, y yo sé que los hombres siempre me miran, pero me he pasado la mayor parte de mi vida creyendo que parezco el personaje de Alíen. Siempre me sentí como una babosa, como algo repugnante. Lo que me hacía mi padre ya era bastante malo, pero lo que realmente me dolía era lo de mi madre, que actuaba de intermediaria. Ella fijaba el momento y el lugar, y a veces hasta me sostenía la cabeza apoyada en la falda mientras él me violaba.
Yo le suplicaba continuamente que no me obligara a hacer eso, pero ella me decía: «por favor, tesoro, hazlo por mí. A él no le basta conmigo, y si tú no le das lo que quiere, se irá en busca de otra mujer, y entonces nos quedaremos en la calle».
Yo intento entender por qué hacía lo que hacía, pero también tengo dos hijos y aquello me parece la cosa más inconcebible que pueda hacer una madre.
Muchos psicólogos creen que las «socias» silenciosas transfieren a sus hijas su papel de esposa y madre. Ciertamente, esto era válido en el caso de la madre de Deberá, aunque resulta excepcional que la transferencia se haga tan abiertamente.
Según mi experiencia, la mayoría de las «socias» silenciosas no transfieren tanto el papel como abdican de su poder personal. Generalmente no empujan a sus hijas a reemplazarlas, sino que se dejan dominar por el agresor y permiten que éste domine a las hijas. Su miedo y su necesidad de dependencia son más poderosos que sus instintos maternales, de manera que las hijas quedan desprotegidas.
EL LEGADO DEL INCESTO
Cualquier adulto que haya sido agredido sexualmente de niño, arrastra desde entonces profundos sentimientos de una inadaptación irremediable y se considera indigno y perverso. Por más diferentes que puedan parecer sus vidas a una mirada superficial, ludas las víctimas adultas del incesto comparten un legado de sentimientos trágicos: se sienten sucias, dañadas y diferentes. Estos tres sentimientos pesaban gravemente sobre la vida de Connie, que me explicó:
Yo solía tener la sensación de que iba a la escuela con un signo en la frente, que decía que era víctima del incesto. Y todavía pienso muchas veces que la gente puede mirarme por dentro, y que ve lo repugnante que soy. Yo no soy como otras personas, no soy normal.
Con los años, he escuchado descripciones de otras víctimas que se sentían «como el Hombre Elefante», «un ser del espacio exterior», «una fugada del manicomio» o «la hez de las heces del mundo».
El incesto es como una forma de cáncer psicológico. No es terminal, pero se impone el tratamiento, y a veces resulta doloroso. Connie estuvo durante más de veinte años sin tratarlo, y eso significó un tributo terrible en su vida, especialmente en el ámbito de las relaciones.
«YO NO SÉ QUÉ SE SIENTE EN UNA RELACIÓN DE AMOR»
Sus sentimientos de autor rechazo llevaron a Connie a una serie de relaciones degradantes con hombres. Como las características de su primera relación con un hombre (su padre) eran la traición y la explotación, en su mente el amor y el agravio estaban íntimamente unidos. Ya adulta, se sintió atraída por hombres que le permitían repetir el guión familiar. Una relación sana, en la que estuvieran en juego el amor y el respeto, le habría parecido anormal, no habría podido encajar con la visión que ella tenía de sí misma.
Cuando la mayoría de las víctimas del incesto llegan a adultas, tienen especiales dificultades en sus relaciones amorosas. Si por azar una víctima llega a encontrar una relación de amor, lo más habitual los fantasmas del pasado la contaminen, con frecuencia en el ámbito de la sexualidad.
DESPOJADA DE LA SEXUALIDAD
En el caso de Tracy, el trauma del incesto afectó gravemente a su matrimonio con un hombre cariñoso y bueno. He aquí lo que me contó:
Mi relación con David se está desmoronando. Es un hombre estupendo, pero no sé cuánto tiempo podrá soportar esto. Los contactos sexuales son terribles, como lo fueron siempre, y ya no quiero seguir pasando por todo eso. Me pone enferma que él me toque. Ojalá no existiera el sexo.
Es muy común que la víctima sienta repulsión ante la idea del contacto sexual; se trata de una reacción normal' ante el incesto. Todo lo sexual se convierte en un recordatorio indeleble del dolor y de la traición. La grabación interior comienza a repetirse mentalmente: «Esto es Mido, es malo... Cuando yo era pequeña hice cosas horribles... y si las repito ahora, volveré a sentirme mala».
Muchas víctimas cuentan que no son capaces de mantener un contacto sexual sin que les asalten los recuerdos. Cuando tratan de llegar a la intimidad con alguien a quien aman, reviven mentalmente, con cruel claridad, los traumas incestuosos originarios. Es frecuente que las adultas que han sido víctimas del incesto sientan la presencia de su agresor en la misma habitación. Estas imágenes retrospectivas hacen aflorar todos los sentimientos negativos que abrigan hacia sí mismas, y su sexualidad se extingue como un fuego bajo el agua.
Otras, como Connie, se valen de su sexualidad para auto denigrarse, porque han crecido creyendo que no son buenas para nada más que para eso. Aunque puedan haberse acostado con cientos de hombres en busca un poco de afecto, muchas siguen sintiendo repulsión hacia todo lo sexual.
« ¿POR QUÉ LAS SENSACIONES AGRADABLES ME HACEN SENTIR MAL?»
Aunque, de adulta, una víctima del incesto se las haya arreglado para tener una buena respuesta sexual y orgasmos normales (como les sucede a muchas), todavía puede seguir sintiéndose culpable por sus sensaciones sexuales, y que el placer se le haga difícil, cuando no imposible. La culpa puede hacer que las sensaciones agradables nos hagan sentir mal.
A diferencia de Tracy, Liz tenía una excelente respuesta sexual, pero no por eso la perseguían menos los fantasmas del pasado:
Yo tengo montones de orgasmos, y me encantan todas las formas de actividad sexual, pero cuando me siento realmente mal es después. Me deprimo muchísimo, y cuando todo acaba no quiero que me abracen ni que me toquen... Lo único que quiero es que el tío se aparte de mí, y, claro, él no lo entiende. Un par de veces, después de haber disfrutado especialmente, he tenido fantasías de suicidio.
Aunque experimentaba placer sexual, Liz seguid teniendo intensos sentimientos de rechazo de sí misma. Como consecuencia, necesitaba pagar el precio aquel placer, hasta el punto de visualizar el suicidio. Era como si al tener esos sentimientos y fantasías autodestrucción pudiera compensar un poco lo «pecaminoso» y «vergonzoso» de la excitación sexual.
Tomado de Padres que Odian [Toxica Parents] de Susan Forward y Craig Buck.
TRADUCCIÓN: CONY DIAZ.
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