martes, 26 de julio de 2011

Consideraciones sobre el Abuso sexual infantil y el silencio del otro

En la actualidad a nadie se le torna ajeno el concepto abuso sexual infantil, tenemos noticia de aquello a través de medios de comunicación, conversaciones del diario vivir, hasta hemos sido testigos de cómo las diversas iglesias del país se han visto envueltas en ésta problemática. Un tema del cual, hace algunos años atrás, sólo discutían unos pocos y sin posibilidad de un debate público. Hoy hace ruido y trae consigo diversas interrogantes, como ¿Qué se debe hacer? ¿Cómo prevenir? ¿Quién responde por el daño ocasionado?, entre otras. A mi parecer creo que ante esta temática se presenta un fenómeno aún más esencial y que es la cuestión del silencio en el abuso sexual infantil, el cual se práctica ya sea desde poner en duda el relato del niño hasta callar creyendo que esto traerá consigo el olvido del acto.

Nos encontramos con que un porcentaje importante de los casos de abuso sexual ocurridos durante la infancia, no son develados sino hasta la adultez, lo que ha permito estimar a nivel mundial que entre el 7 y 36% de las mujeres y entre el 3 y 29% de los hombres han reconocido haber sufrido abuso sexual en su infancia (Finkelhor, 1994). Sumado a lo anterior, según estadísticas de Carabineros y de la Policía de Investigaciones de Chile, muestran que en nuestro país se denuncian aproximadamente 4.500 delitos sexuales al año. Los delitos de victimización señalan que por cada delito sexual que se denuncia, existen alrededor de 7 casos que se mantienen en silencio (ACHNU, 2006). De este modo nos encontramos con un porcentaje significativo de casos que quedan en silencio, sin posibilidad de tratamiento y menos aún de reconocimiento.

Ante tales cifras y dentro de mi experiencia clínica con menores que han sido víctimas de aquellas agresiones es que me sumo a esa pregunta psicoanalítica ¿Dónde se instaura el trauma, es en el abuso mismo o en un tiempo posterior en el cual no ha existido un otro significativo que reconozca el sufrimiento del niño? 

Parece una pregunta en la cual pocas veces padres y adultos se han detenido, se cree comúnmente que guardar silencio e invitar al olvido es la mejor receta para aquel contenido siniestro. Lo más probable es que aquello exacerbe el dolor en el niño o adolescente. Hacer como que no existe es una utopía, ya que cada participante de ésta escena recuerda una y otra vez pero en silencio, ya sea a nivel consciente o inconsciente (como son los sueños, flashback, fragmentos de recuerdos, etc). El peligro reside en esa no – inscripción en la historia del sujeto abusado. Si callamos no significa que desaparezca, al contrario, pareciera ser que puede adquirir mayor fuerza el hecho. Por lo tanto, quiero dejar claro que no resto importancia a la agresión sexual en sí misma, sino más bien pongo el énfasis en ese segundo momento del trauma: la desmentida del otro, donde sabe que existe pero nada puede ver ni decir de aquello. Da la impresión que se presentara un congelamiento en ese llamado a cumplir una función, función de escucha, recipiente del dolor infantil y actor en pro de una defensa justa. Muchos adultos se ven envueltos en esa imposibilidad de metabolizar la experiencia del niño.

A su vez, al hacer referencia a esa desmentida del otro, el peso no recae solamente en los padres o figuras significativas, también hay que pensar cómo un equipo médico y  muchas veces el poder judicial, invalidan el discurso de muchos de niños y adolescentes, al decir “existe falta de pruebas” o “el discurso del niño es inconsistente”. Por lo tanto, habría una organización social con leyes y protocolos que pueden decidir si un hecho abusivo es real o no. Entonces ¿Qué ocurre con la realidad psíquica de cada niño? ¿Quién se hace cargo del dolor inconsciente de estos sujetos? Debemos pensar que cuando se dicta una sentencia al abusador y éste debe pegar por el delito cometido, esto no es un simple acto de romanticismo justiciero, sino más bien se valida el relato y la experiencia del niño, lo que trae consigo el desprendimiento de la fantasía: “quizás yo sólo lo imaginé”. Y así se podría dar paso a la inscripción histórica del sujeto, porque de lo contrario es muy difícil – no imposible -  hablar, comprender y simbolizar algo que nunca existió para los otros.

No olvidemos algo fundamental, para el niño es muy confuso y ambivalente que una figura que supuestamente brinda protección, cuidados físicos y emocionales; de un momento a otro también es quien daña e interpone violentamente su sexualidad adulta sobre la de él. Para Ferenzci - Psicoanalista Húngaro – esto sería la “confusión de lenguas entre los adultos y el niño”, ya que un adulto y un niño se aman, el niño tiene fantasías lúdicas,  donde el juego puede formar una parte erótica, pero permanece en el ámbito de la ternura – propia de un niño - . El problema arraiga cuando el adulto tiene predisposiciones psicopatológicas, o sea entendámoslo del siguiente modo: cuando confunden los juegos de los niños con los deseos de una persona madura sexualmente.

Sintomatología y Verdad en el Niño

Muchas veces – sino en las mayorías – niños y adolescentes no encuentran el modo de comunicar a otro lo que sucede, el peligro que lo acecha continuamente; la experiencia abusiva queda en silencio en cuanto no hay palabras que lo nombren, ya sea por miedo o la misma confusión del menor. Pero que quede claro que no porque el niño no hable va a significar que deja de inscribirse una experiencia como dolorosa en su psiquismo, y es así como en algunos casos - luego de un tiempo - pueden aparecer los síntomas como: irritabilidad, labilidad afectiva, conductas hipersexualizadas para la edad, conductas de riesgo, pesadillas, entre otros; donde lo más interesante es que ninguno de ellos es garante de abuso sexual, o sea no basta con algunos de esos síntomas para tener la certeza diagnostica de ello. Por otro lado, nos encontramos con otros casos donde la victima cruza sin sintomatología alguna. Lo que intento aclarar es que no existe ninguna categoría nosológica que de la certeza real y concreta de que un abuso sexual ocurrió como tal. Entonces, a mi parecer sólo nos queda prestar atención y creer en el discurso directo e indirecto de nuestros niños y adolescentes, el mensaje puede aparecer reiteradas veces de modo claro o desfigurado – como es la sintomatología, ya que ésta siempre busca transmitir otra cosa, remitirnos a una escena anterior -  frente a los ojos de los cuidadores, en ese momento es dónde son llamados a cumplir su función: escuchar y re-significar el dolor. Cuando se dice: “este niño miente”, creo que es esencial detenerse y preguntarse ¿Cuál es la función de aquello? ¿Por qué un menor tendría que comunicarse y así aparecer subjetivamente frente a los ojos de otro a través de una mentira? Se debe ser más crítico, en tanto nadie elige por que sí aquel decir, preguntarse y reflexionar por la ganancia psíquica de la apropiación de aquel discurso catalogado como encubridor de verdad.

Finalmente, re – significar es prestar mente para un otro en cuanto atañe a ese volver a pensar lo doloroso, es ayudar a unir fragmentos de un hecho que parecen ser incoherentes para el niño en desarrollo. El silencio y el olvido son su opuesto, deja un trozo de la historia del propio sujeto en blanco, no le permite reparar y así develar un hecho que en un primer momento resulta confuso y dañino. El trauma se instalaría en la medida en que figuras significativas no actúan como protectores, el niño no logra simbolizar el abuso y sólo queda esa repetición en espera de alguien que pueda decir: yo te creo, yo te escucho.

Fernanda Ojeda Harding
Psicóloga Infanto – Juvenil.
Magister Piscología Clínica (UNAB)
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