martes, 21 de mayo de 2019

La percepción del abuso sexual infantil y la comunidad gualeguaychense

María Elisa Benetti*
Me siento a pensar y a escribir acerca de lo que hoy nos convoca como comunidad, a días de realizarse una sentencia histórica en relación a abuso sexual infantil.
Caigo en la cuenta de que las síntesis de las biografías pueden actualizarse, que la historia se escribe constantemente y que si como sociedad atendemos a nuestras partes dañadas otra historia puede contarse.
El teórico Hugo Bleichmar, en su trabajo “el Estudio de las perversiones” nos dice que “la desmentida es un mecanismo de defensa (psíquico) ante la angustia y apunta a la percepción de la realidad externa”.
Teniendo 39 años puedo recordar en una forma no del todo nítida: historias, anécdotas, comentarios susurrados por lo bajo y por lo no tan bajo, acerca de las practicas del supuesto abusador.
Ser parte de su “grupo elegido”, “tenía algo que daba estatus… porque era admirado, porque te abría puertas”. Se escucha en los grupos.
La presencia de la desmentida a nivel social no implica que se anule la percepción, sino que “se sabe lo que se sabe” y a la vez se realiza una acción que requiere de mucha energía para mantener renegada esa percepción de la realidad que resultaría traumática y dolorosa de ser reconocida.
Una de las vivencias más importantes cuando estamos en contacto con modos perversos es la confusión, los límites se pierden. La víctima se siente a merced, sin poder diferenciarse del abusador, no sabiendo si provoca o si sufre, si es o le parece, si es adecuado su malestar o “exagera”. Todos estos fenómenos psíquicos son esperables por parte de quien sufre estos procesos. En cambio, quien ejerce el abuso es consciente de sus actos, pero no tiene en cuenta las consecuencias para la victima porque lo importante es que su “necesidad” sea satisfecha, entonces, manipula. El perverso muestra una imagen de tanta completud y autosuficiencia que la tendencia general es la subyugación, el discurso de estas personas suele ser muy atractivo y seductor.
La función social siempre es utilizada para satisfacer las “necesidades especiales” del abusador. Buscarán ocupar posiciones de poder (en relación a los niños y sus familias) que le permitan acceder más fácilmente a su cometido.
Serán un objetivo los espacios donde transiten y habiten los niños, escuelas, clubes, instituciones culturales, iglesias. El lugar ocupado será siempre el de Poder-saber, esto acentuará la vulnerabilidad necesaria para el abuso, vulnerabilidad que es propia de niños, niñas y adolescentes.
“Por tanto, la definición de desmentida no pasa por el rechazo de una percepción del mundo exterior, sino por el rechazo de las consecuencias que dicha percepción provoca sobre una creencia previa que se quiere mantener”. En este caso la percepción podría ser “conocemos a esta persona, es un ciudadano ejemplar y siempre anda rodeado de gurises, los acompaña, los cuida”.
Esto tiene por resultado una paradoja conformada por la creencia antigua coexistiendo con el saber actual, lo cual genera mucha confusión y dificulta las acciones adecuadas.
Se afirma el saber “esta persona está delinquiendo” pero se desmienten las consecuencias. La desmentida es una defensa fallida, solo logra a medias su objetivo, su dinámica nunca permanece del todo inactiva. Generalmente suele expresarse en el lenguaje bajo la fórmula privilegiada del “ya lo sé, pero aun así”. (Bleichmar H Op. cit.)
Ha sido necesario que algo de ese mecanismo de desmentida deje de funcionar a nivel social. No será el último caso, hay otros esperando a que las victimas puedan habilitarse y vivir la experiencia de que tanto daño psíquico no quede impune.
La condena y la pena no borran lo sucedido, siempre serán marcas lacerantes, pero sí calman y reparan, posibilitando la construcción de una historia más coherente para esta ciudad y sus habitantes, donde lo que era “ilustre” hoy puede ser ubicado en lugares acordes a la realidad vivida, y hoy reconocida, por todos.

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