miércoles, 10 de julio de 2019

La inolvidable Liliana Pauluzzi

Gentileza Mariel Bianco.

Cómo despedir a Liliana Pauluzzi si es una presencia palpable. Aunque no pudiera estar en los últimos años en las calles, como lo hizo siempre, la tenemos con nosotras quienes aprendimos junto a ella -y a otras- que los feminismos son una forma de vida. Y seguirá estando. Cuántas veces, en una manifestación multitudinaria, la invocamos. Sí, nos hubiera gustado que Liliana pudiera disfrutar de la marea verde. Y sabemos que habría puesto algo distinto, una mirada crítica que nos abriera nuevos sentidos. Sin dudas, su palabra habría enriquecido estos momentos. Liliana Pauluzzi murió el lunes, a los 66 años. Demasiado joven, sobre todo si se tiene en cuenta que desde hacía mucho tiempo su salud la había alejado de todo aquello que construyó.


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Hay una forma convencional de recordarla: decir que era psicóloga, que era pionera en la educación sexual integral tal como la conocemos, que era feminista, que integró desde 1980 el Grupo de Reflexión Rosario, que fue una de las fundadoras de la Casa de la Mujer, en 1986. Ese mismo año, la escuela de sus hijes la convocó a hacer un taller de educación sexual. Ella preparó un audiovisual que se llamó La aventura de crecer, que utilizó durante años como disparador. Nunca más paró esa tarea educativa. En base a esa experiencia, en 1992 publicó el libro ¿Qué preguntan los chicos sobre sexo, editado por Homo Sapiens. Años después, escribió un título insoslayable: Educación sexual y prevención de la violencia, publicado por Hipólita en 2006. Más tarde, con ley de educación sexual integral ya vigente, hizo una colección para niñes de 9 a 12 años que llamó "Mi sexualidad", pequeños volúmenes entrañables con lenguaje amoroso para una niñez sin estereotipos. Brindó talleres en cuanta escuela o institución de la sociedad civil se lo requiriera, se basó en las preguntas para encontrar respuestas colectivas, plantó una bandera para combatir y prevenir el abuso sexual infantil cuando (casi) nadie hablaba siquiera de eso. Creó el grupo Mujercitas, a principios de este siglo, para trabajar con adolescentes su sexualidad desde la afectividad. Ese recuerdo, estas líneas de su vastísimo currículum, sólo pueden dar cuenta de una dimensión de su vida. Es muchísimo, pero se queda muy corto para hablar de Liliana.

También se puede volver a sus propias palabras. "La infancia es nuestro camino. Sus preguntas, material fundamental de nuestro trabajo. Las preguntas que formulan las niñas y los niños -con sus requerimientos de información-, sus conductas, sus apremios, sus confusiones, sus urgencias, son las guías para intentar enderezar lo que la adultez ha torcido", decía en una entrevista, en 2005. Y desafiaba: "¿Somos capaces de sacudirnos de encima el autoritarismo?".

Traer a Liliana, ahora que definitivamente ya no está, es pensarla siempre en su voluntad de tejer una trama colectiva. Recordarla en cada marcha, siempre poniendo el cuerpo, pero no solo, también una palabra nueva, una idea por conquistar. Es rememorar cómo habló sobre sexualidad y poder sin eufemismos. Bastaba una frase para dejar al descubierto aquello que no habías pensado nunca. Recomendaba libros, te los prestaba en fotocopias anilladas. Y eso, sin hacer alarde de su sabiduría. Era generosa en el más amplio sentido de la palabra. Te hacía partícipe de sus búsquedas, sin poner de relieve que llegabas tarde. Ella había abierto esos caminos más temprano y convidaba amablemente a transitarlos.

En las aulas, en su consultorio, en las luchas callejeras y en cada conferencia, las acciones de Liliana ampliaban, creaban círculos concéntricos para atraer cada vez a más personas, a más mujeres, a una posibilidad transformadora, liberadora.

Liliana Pauluzzi deberían llamarse aulas, escuelas, plazas. Será el nombre que llevará en nuestros corazones la posibilidad de pensar la sexualidad como una forma de ejercicio del poder, que se puede resignificar en ejercicio de la libertad.

Liliana se empeñó en difundir que el 19 de noviembre era el día de la prevención del abuso sexual infantil y en ese tesón de hacer visible lo impensable marcó un camino: combatir esas violencias era tirar la flecha en el corazón del patriarcado.

Dejó sus esfuerzos por amplificar debates en ese momento silenciados: la autonomía corporal, el respeto a las infancias, la libertad sexual, eran los motores de su acción feminista. Trajo a Carlos Rozanski, con su libro "Abuso sexual infantil, denunciar o silenciar", y se encargó de amplificar ese trabajo para que nadie pudiera decir que no sabía.

Cada vez que invitaba a alguien a la ciudad, comentaba con entusiasmo quién era esa persona y por qué era la más adecuada para difundir, ya sea la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito, la anticoncepción de emergencia, o para desenmascarar a grupos pedófilos. Y lo hacía con una voz suave, casi ronca, que parecía susurrar sus sólidas convicciones.

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Se enojaba con la justicia patriarcal, se indignaba cada vez que se utilizaba un síndrome falso para descreer de la voz de una niña o un niño, o para denostar a una madre. Ofrecía documentos internacionales, estadísticas y libros para argumentar por qué ésos eran artilugios del poder machista.

La foto la muestra en la marcha del Encuentro Nacional de Mujeres en 2003, con su pañuelo verde, desafiante. Era la primera vez que se usaba ese ícono hoy presente en miles de mochilas en todo el país, y también en el mundo. Allá estaba Liliana, llevando su pañuelo al cuello, inmensa en su bajísima estatura. No se amilanaba ante las representantes de la jerarquía eclesiática que llegaban con el cometido de romper los talleres. Y tampoco los subestimaba. Ahora, seguramente, estaría preocupadísima por el avance de los antiderechos, esa sería una razón de sus desvelos. Yo, que aprendí tanto de ella hace demasiado tiempo, deseo hacerla presente en toda su dimensión humana. En el amor por su compañero Daniel y sus dos hijos, Mariel y Mauro. En su mano siempre tendida a cualquier mujer, adolescente o niña que hubiera sufrido abuso o maltrato. En sus dificultades económicas producto de haber ejercido la psicología para ayudar a quien lo necesitara. Y desearía haber llegado a decirle cuánto la admiraba. Su feminismo era un marco teórico, una ética en acción, una forma de vida.

Ahora que somos tantas en las calles, ahora que nadie puede ignorar cómo el patriarcado se mete en nuestras camas -"Qué hace el poder en tu cama", de Josep Vicent Marqués, fue uno de los tantos libros que me recomendó-, ahora que sí nos ven, duele todavía más despedirla.

La única forma de hacerlo es con un compromiso: recordarla, hacerla presente para que les más jóvenes puedan ver el momento actual como un acumulado, como un camino que vamos transitando con ecos de discursos y experiencias anteriores. Sí, sería mejor seguir contando con su palabra lúcida, con su voluntad educativa incansable, con su mirada siempre puesta un poco más allá. Como su muerte es irremediable, nos queda honrar su memoria.


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