lunes, 29 de julio de 2019

Apología y comercialización de la crueldad



Hace un par de décadas, el psicoanalista argentino Fernando Ulloa sentenciaba: “Convivimos con la crueldad y estamos en connivencia con ella. La crueldad es el fracaso de la ternura. En la sociedad actual es un producto de consumo. Hay una estética de la crueldad en la televisión, en el cine, en los cómics. Y como producto del consumo, está banalizada”.

En el México actual la crueldad no solo se pulsa y palpa en cada hueco de nuestra geografía nacional, ensangrentando -fiel a su origen etimológico- hasta el último confín de nuestra Nación: nos sale al encuentro, a la cita puntual de cada noche, en el horario estelar del principal canal televisivo mexicano, como protagonista fatal de la segunda temporada de la serie “Sin miedo a la verdad”, que más bien debería llamarse “Sin miedo a la crueldad”, porque a sus productores y directivos -por lo visto- les tiene sin cuidado la crítica a su manejo de la violencia y a la apología del delito que realizan.

La pregunta es ¿son los únicos responsables? Trágicamente no. La sociedad mexicana está al límite en muchos sentidos y, ante la hecatómbica crisis del Estado de Derecho que padece, festina cuando al delicuente ella misma castiga, ejerciendo su “derecho a la crueldad”, saciando su coraje y frustración, hasta lograr su muerte. Por eso es tan delicado y reprobable que en los medios de comunicación se distorsionen los valores y se exalten, en cambio, los anti valores. Lejos de fomentar con ello una cultura de respeto y solidaridad, se impulsa una justicia por propia mano, lo que nos regresa a los tiempos primitivos de la venganza privada, solo que remasterizados, porque la sociedad contemporánea está ávida de sangre, gota a gota, sin importarle de quién proceda.

Llegar a la verdad y que se imponga el Ius puniendi del Estado no es ya el fin: solo importa que alguien sea el culpable y pague el daño con crueldad. De ahí lo irresponsable y criminal de que a la sociedad se le envíen mensajes que fomentan, instruyen y encauzan hacia la realización de conductas antisociales. Con tal de ofrecer un producto “original”, la escalada de violencia en los niveles de crudeza con que se desarrollan tramas y muestran imágenes es cada vez mayor y, lo que pretendería ser una denuncia, se convierte en mecanismo potencializador de los índices de agresividad y rencor sociales que hoy asfixian a nuestra sociedad. Lo más grave es que, en vez de lograr sensibilizar a la ciudadanía de los horrores del devenir cotidiano, terminan por “normalizar” una realidad abyecta e insensibilizar a la conciencia social. Por eso mismo, no podemos permitir que se banalice la crueldad ni que se convierta en una moda o modo de vida. Menos aún que se haga una apología o se comercialice con ella, así como tampoco que se pretenda erradicarla presentándola bajo crecientes dosis de crueldad. Esto solo propicia e incita la búsqueda de nuevos umbrales de sadismo y hace que la sociedad se permita no tenerle miedo. 

En el pasado inmediato se cuestionó cómo en países asiáticos y Estados Unidos se bombardeaba a la juventud con una cultura de la violencia. ¿Por qué lo está permitiendo ahora México? La respuesta no es fácil: nos desnuda y confronta.

Está visto que el germen de la crueldad despierta en determinadas condiciones y México es un caldo de cultivo perfecto para ella y, en consecuencia, de la psicopatía. Un elemento clave lo confirma: si algo priva en nuestra Nación, es la impunidad, y de ello se vale el victimario. Los números lo confirman: ocupamos el primer lugar a nivel mundial de abuso sexual infantil y bullying escolar, de mobbing y bossing. Somos líderes igualmente en la tasa de feminicidios, cuya crueldad es cada vez mayor, pero también de crueldad hacia los animales y recordemos que a mayor crueldad hacia dichos seres, mayor crueldad hacia nuestros semejantes. Qué más ejemplos que las peleas de gallos y perros, salvajes torneos de lazo o dantesca fiesta del Kots Kaal Pato. “Festividades” a las que diversos sectores sociales adentran a sus niños desde la más tierna infancia, confirmando la teoría de F. Nietzsche: “sin crueldad no hay fiesta: así lo enseña la más antigua historia de la humanidad”: entre mayor crueldad, mayor alegría.

¿Por qué? Porque la crueldad es control y poder que se ejerce sobre el otro al que se objetiviza y porque su naturaleza es dual: lo mismo produce gozo -como el sexo freudianamente en su fase primitiva- que indiferencia e insensibilidad. De ahí que su antagónico sea, más que la disminución de la compasión en términos de E. Fromm, la piedad, tal y como lo puntualizó H. Arendt, pero de ella estamos siempre más alejados.

Sí, si alguna vez pensamos que la humanidad había escarmentado la crueldad sufrida por las dos guerras mundiales, erramos. Nos hemos sumido en la elementalidad, extraviando el rumbo. ¡Cuánto nos tenemos que educar y sensibilizar para poder alcanzar la verdadera esencia de la humanidad!

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