Los niños experimentan la confusión, el temor y cuantas sensaciones pueda causar el maltrato mucho más de lo que piensa la mayor parte de la sociedad. Esta es una de las conclusiones a las que se puede llegar tras comprobar los datos que la Fundación Vicki Bernadet ha presentado respecto a su intervención terapéutica a víctimas de abuso sexual infantil en 2010.
La mayoría de las personas a las que atendieron eran adultas (hablando de maltratos de sus infancias), de sexo femenino y habían sido víctimas de alguien de su entorno familiar. Pero, si bien este es el perfil que más atienden, sólo se considera extrapolable al resto de la sociedad si se tienen en cuenta muchos matices. Puntualizaciones inevitables en un problema social en el que siempre entran en juego tabúes y emociones.
La sexualidad de la persona abusada es uno de los puntos más difíciles de averiguar. Si bien la mayoría de las personas que denuncian son mujeres (un 73%), lo estudios que se tienen hasta el momento no señalan diferencias significativas entre ambos géneros. Los hombres que han sufrido abusos mantienen una dificultad añadida al pedir ayuda, por denotar falta de hombría en medio de una sociedad que todavía se evidencia machista, entre otras muchas razones. Sin duda, los hombres tienen más tendencia a callarse un maltrato.
Aceptarlo y luchar por la causa
Joan Montané es uno de estos hombres que tardó en aceptar lo que había sufrido y se atrevió a contarlo. Tenía 38 años y, desde entonces, se ha erigido como uno de los mayores activistas contra el abuso sexual infantil. “La sociedad sigue atrasada, sobre todo por la gran desinformación que hay”, denuncia. Y no será porque él no se haya movilizado. Sin su ímpetu no habrían surgido iniciativas como Forogam, la web que recoge testimonios, vivencias y denuncias para poner a las víctimas en contacto con los asesores oportunos. O el blog de la misma web, llamado No se lo digas a nadie, que coincide con el título del libro que él mismo publicó explicando su dura experiencia.
Montané asumió sus miedos cuando había pasado mucho tiempo, una característica muy común en las víctimas. La Fundación Vicki Bernadet destaca dos periodos de edad de los denunciantes. La adolescencia, ya que coincide con en el momento en que entienden la sexualidad adulta y toman consciencia del abuso sufrido. Y el periodo que va entre los 26 y 35 años, cuando el sujeto suele eliminar la negación de los abusos. Maria José Gimenez, coordinadora del equipo terapéutico de la Fundación, advierte que “hay personas que ni siquiera recuerdan los daños sufridos, pero el trauma, desde el subconsciente, se manifiesta en su modo de vida”.
La falta de concienciación se subraya en la poca cantidad de denuncias que se realizan de casos cercanos. Los ciudadanos saben perfectamente que no prestar ayuda a un accidentado en carretera es un delito (además de inmoral y cruel). Pero poca gente sabe que, según la Policía, la notificación de un caso de abuso es la única forma de atajar el problema y que, además, es una obligación establecida por la ley Orgánica de Protección Jurídica del Menor (LO 1/1996, artículo 13).
Pero surge el dilema de hasta qué punto es bueno denunciar, porque el sistema de denuncias no ha demostrado ser del todo eficaz hasta el momento. Según Gimenez, “los organismos dependientes del Estado deberían hacer más por considerar las consecuencias para el denunciante y su familia”. Cuando la víctima es un menor, se trata de algo muy traumático, por cuánto pueda afectar a la unidad de la familia. Además, “la única prueba es a menudo la declaración del niño”, sentencia la coordinadora de la Fundación Vicki Bernadet.
El abusador en casa
El problema es mucho mayor si se tiene en cuenta que el 82% de las personas afectadas tienen en su propio círculo familiar al abusador. Joan Montané denuncia que “muy pocos de los culpables son juzgados en el momento del delito, y si las víctimas lo explican durante su adultez, el delito ya ha prescrito”.
Los abusos, que en la mayor parte suponen un contacto físico, son comunmente enterrados por los propios afectados en sus mentes. Si salen a la luz durante la misma infancia es, en la mayoría de los casos, gracias a las madres (28%) o, todavía más, a profesionales dedicados a detectar abusos (54%).
Y que el sistema judicial no hace todo lo que podría, tampoco. ¿Y los medios de comunicación? Todos vemos y oímos casos de violencia de género, pero poco de abuso sexual infantil. Y Joan Montané, que es una de las personas que más entiende hasta donde llega el problema, dice “sentirse frustrado”. Ha luchado con valentía para superar su frustración personal y, ahora, se frustra por ver que no hay muchas mejoras para los que hoy en día sufren abusos.
1 comentario:
"hay personas que ni siquiera recuerdan los daños sufridos, pero el trauma, desde el subconsciente, se manifiesta en su modo de vida" - eso, más o menos me ocurrió a mi.
Siempre mantuve un recuerdo, pero desconectado de los sentimientos, de tal forma que era como si no recordara (de hecho, a nivel emocional NO recordaba, solo sufría). Por mi recuerdo de los tamaños del cuerpo, etc., debía de ser muy pequeño cuando comenzó (4 años?). Y lo recuerdo violento, porque me resistía pero era muy pequeño y era imposible, la sensación de impotencia y abandono y soledad se me clavó en el alma y en el cuerpo.
En la adolescencia me puse bastante enfermo (mental/emocional/afectivamente) y buscaba la causa y no la encontraba por más que lo intentaba, acabando en una seria depresión que casi me tiro por la ventana. Alguna vez comenté mi recuerdo a alguien, pero como anécdota, normalmente con la coletilla "pero no me pasa nada, soy normal", y no me hacían realmente caso, decían, "a, vale." Hasta dónde llega lo absurdo que me compadecía de víctimas de abuso que veía en noticias ¡¡¡y me preguntaba cómo debía de ser eso!!! Comencé a ver un psicólogo hará unos cinco años, se lo conté e imagino que sí vio qué pasaba, pero no lo trató, lo dejó estar (increíble, no?) - y seguí con mi visión de "no me ha pasado nada, soy normal, solo tengo algo de depresión".
Hace solo unos meses que alquien tuvo la genial idea de replicarme, "perdona, pero no es posible que hayas vivido eso y 'no te haya pasado nada'" - y de repente vi mi vida entera y entendí que lo que ocultaba (el sentimiento de ser una vergüenza, un monstruo, culpable, etc.) no era ese yo del que me avergüenzo y siento culpa: era el abuso y todas sus consecuencias, desde muy muy pequeño. Fue una experiencia extraña: como si fueran los primeros ojos que me vieran en medio siglo de vida, como si alguien abriese la puerta de la celda donde estaba encerrado desde siempre. Ahora tengo 49, o sea, me di cuenta con 48. Si no hubiese mantenido tan claro el recuerdo o no me llegase a decir eso esa persona, quién sabe, a lo mejor ni me hubiese enterado nunca. Creo que hay muchísima gente con ese lastre y ni lo saben. Solo sufren, son percibidos como raros en muchas cosas, se ven a sí mism@s como rar@s, y no saben que son víctimas de un crimen atroz. Lo peor es que si no recuerdan, es fácil que insistan interiormente en que ellos son así, que tienen la culpa de algo. Además es veneno en el alma e imagino que habrán casos en que ese veneno sale por la peor vía: abusando a otros (la persona que me abusó, sospecho, casi seguro, fue también abusado...). En el silencio y la oscuridad se siente el diablo a sus anchas. Y nadie mira. Nadie escucha.
Publicar un comentario