domingo, 9 de agosto de 2009

EL DELITO MENOS RESUELTO ES EL ABUSO SEXUAL INFANTIL



Mirar para otro lado. Aun cuando el horror del abuso sexual infantil es viejo como la humanidad, los expertos han empezado a estudiarlo recién en los últimos 40 años. También para la Justicia es un fenómeno difícil de encarar quizá porque es un delito que, como pocos, pone al hombre frente a lo más oscuro de su condición.

Para los pediatras y psicólogos, el tema del abuso sexual infantil es "nuevo", ya que lo describe recién Henry Kempe en la década del 60. Esa "novedad" complica, imagino, la comprensión del tema.

¿Es más sencillo para la Justicia?


No, sin duda. La Justicia lo enfrenta de una manera distinta que la medicina, la psicología y la asistencia social, porque no evolucionó de la misma manera que esas disciplinas. Pero igualmente el tratamiento del tema le resulta dificultoso.
¿Por qué?
Porque las razones que hicieron que un fenómeno tan antiguo recién ahora terminara siendo estudiado adecuadamente son las mismas que hacen que tarde tanto en entrar en el ámbito judicial y que las prácticas frente a él sean adecuadas. Dicho de otra manera: hace dos mil años el emperador Tiberio abusaba de bebés. Se hacía traer los bebés más fuertes que aún estaban siendo amamantados y los llevaba a una pileta con agua. Los llamaba "mis pececitos" y los obligaba a practicar sexo oral. Fíjese la antigüedad de este horror que continúa hasta el día de hoy sobre niños, niñas y adolescentes. Empezó a notarse alguna inquietud y censura frente a estas prácticas en el siglo XIX, pero la actitud histórica general fue mirar para otro lado, por razones poderosas. Las mismas que hacen que la Justicia tarde en aceptar que debe abocarse inmediatamente a este problema.

¿Cuáles son esas razones poderosas?
La más profunda es que a ninguno de nosotros nos gusta tomar contacto con el problema. Es algo muy fuerte, que nos hace daño, mayor o menor según sea la formación que tenga cada uno y según sea su historia personal y sexual. Si las personas que deben actuar sobre estos temas no tienen una preparación y una contención adecuadas, van a entrar en crisis graves. Pero lo cierto es que sabiendo que todo esto ocurre, hoy ya no hay excusas. Porque, de la misma manera que Kempe describió el abuso al que es sometido un chico y las marcas que le quedan, otro especialista, Ronald Summit, definió con exactitud todo lo que ocurre dentro de un proceso judicial con una criatura abusada. Y ya nadie puede hacerse el distraído.

¿A qué se refiere?
Hace poco menos de veinte años, Summit hizo una descripción del síndrome de acomodación. Pinta un modelo que se repite, como si él hubiera estado presente en cada uno de los expedientes de abuso, o como si las víctimas de abuso hubieran leído los libros de Summit. El síndrome de acomodación al abuso está conformado por aquellas etapas por las que atraviesa normalmente el niño o niña o adolescente abusado. Esas etapas recorren desde el secreto, pasando por las amenazas, las revelaciones tardías -poco convincentes- y la retractación del menor. Increíble pero puntualmente, esas etapas se repiten en cada caso judicial. El que no tiene en cuenta esto -porque no lo conoce o prefiere no conocerlo- va a tratar el abuso sexual infantil como cualquier otro delito y ahí va a empezar a equivocarse en contra de la víctima.

¿Los jueces no están preparados para reconocer la especificidad?
En lugar de adjetivar le voy a describir lo que realmente ocurre. Hasta el día de hoy se siguen tomando declaraciones y se investiga con la misma metodología que se usa para investigar un robo, sin tener en cuenta el tipo de trauma que cada delito desencadena. La víctima de un robo, por más violento que éste haya sido, nunca recibe los efectos devastadores en el aparato psíquico que causan, por ejemplo, años de abuso intrafamiliar. Esto hace que la víctima de uno y otro delito sean distintas. Mientras una está en condiciones de expresar más o menos fluidamente lo que le pasó, la otra no puede articular su drama.

Veamos el escenario concreto. Durante diez años, usted juzgó en Bariloche muchos casos de abuso sexual infantil. ¿Hay rasgos que se repiten y sirven para caracterizar a la víctima y al victimario y predecir la conducta del juez?
Respecto de las víctimas, lo que percibí es que se dan características muy parecidas, sea la condición social que fuere, hayan estudiado en el colegio o no. También hay enorme similitud en la forma en que reaccionan ante cada instancia del juicio, tal como le dije que lo enuncia Summit y que tiene que ver con los efectos traumáticos que todas cargan.

¿Cuáles son esos rasgos repetidos?

Hay una enorme cantidad de niñas -la mayoría de los abusos se efectúan sobre niñas- que cambian, que se retractan y terminan diciendo lo que el que está juzgando quiere escuchar. Niñas que están quietas, con la mirada perdida en el infinito... en algunos casos brotan lágrimas y, a veces, ni siquiera pueden moverse para secarse esas lágrimas. Cuando uno se da cuenta de que esto pasa en eterna repetición necesita, como juez, plantearse algún cambio. Por ejemplo, en la manera de investigar. Porque la mejor forma de empezar a estudiar alguna solución para un problema social y cultural de esta envergadura es conocer. Y sobre todo, conocer aquellos aspectos en los cuales por razones muy profundas no se ha adentrado la Justicia. En una investigación diferenciada se detectan cosas muy impresionantes. Por ejemplo, lo que ocurre con aquel grupo de niñas que termina diciendo lo que el que le pregunta quiere escuchar.

¿Es tal la angustia frente al interrogatorio que se busca terminarlo cuanto antes?
Eso, por una parte. Pero, por otra, lo que está en la raíz es que se le está pidiendo a alguien que haga algo que no puede hacer. Si aceptamos que una criatura que ha pasado por ese nivel de herida tiene efectos devastadores para su aparato psíquico, debemos aceptar también que esos daños han modificado su estado de conciencia, por lo que se le han generado mecanismos defensivos profundos, con trastornos disociativos que le permiten sobrevivir. Porque, digamos, para poder recibir a su abusador todas las noches en la cama y a la mañana levantarse e ir al colegio, necesita disociar. Si aceptamos todo esto, no podemos decidir, entonces, sentar a la niña en una sala con gente extraña para que cuente lo que le pasó. Eso es perverso y es lógico que la criatura dude, se retracte y diga lo que los demás quieren oír para terminar pronto con ese drama.

En realidad, parece que la juzgada es la criatura.

Usted puso el dedo en la llaga. Hace años, en un juicio que se llevaba a cabo en El Bolsón, había una criatura retrasada mental que había sido abusada. Tenía diecisiete años. El tribunal le había puesto en la sala a la asesora de menores para que la asistiera. La chica era interrogada por parte del tribunal de una manera tremenda, hasta grosera. Al oído, la adolescente le dijo a la asesora algo y ésta lo repitió al tribunal: "Fulana cree que está siendo juzgada". Por otras razones, la audiencia fue suspendida. Días después, la psiquiatra que había atendido a la joven en el hospital de El Bolsón fue a declarar sobre el caso. Entonces, yo le pregunto: "Usted sabe que Fulana dijo que ella entendía que la estaban juzgando. ¿Usted qué piensa?". La profesional contesta: "Si yo me siento juzgada, ¿qué puede pensar ella?". Los jueces debieran ver esto. Hay una vieja canción de Piero que dice: "Las cosas se cuentan solas, sólo hay que saber mirar". Yo agregaría que hay que querer mirar.

En la oscuridad

Cuando miramos hacia el abusador, ¿qué vemos?

Alguien que se abusa de una relación siempre y naturalmente asimétrica. Por razones de etapas evolutivas, una criatura siempre es más vulnerable que un adulto. Esa vulnerabilidad natural se acrecienta a partir de que en la mayor parte de los casos el abusador es una persona que tiene ascendiente sobre esa criatura, porque es el padre biológico, o la madre biológica, o el compañero de la madre, o el maestro de escuela. Toda esa gente establece vínculos con la criatura que le facilitan llegar al abuso, sin que la víctima pueda reaccionar por mucho tiempo. Piense, por ejemplo, que una intelectual como Virginia Woolf logró verbalizar su drama recién a los cincuenta y cuatro años.


¿Cómo puede ser que el ambiente familiar no registre que una situación de abuso ocurre durante años?

Vuelvo a lo que le dije al principio: la gente no quiere ver algo tan oscuro. Pero, por otra parte, si pienso en los hechos que yo juzgué, he visto gran cantidad de abusadores que, aun sin instrucción alguna, sabían cómo actuar sin dejar huellas de ningún tipo. Abusaban sin dejar lesiones físicas, con una precisión en la mecánica del abuso que uno ni puede imaginar. Por otra parte, he juzgado casos de gente de saco y corbata por cuya "honradez" los vecinos y compañeros de trabajo venían a testimoniar. Casi nadie puede creer que un abusador ha hecho lo que ha hecho. Y sin embargo lo hizo.

No se tolera saber la verdad...
Hay casos en los cuales no se tolera porque nos duele y porque es muy fuerte llegar a aceptar que alguien que conocemos comete esos actos respecto de una criatura. A veces hay una especie de "comodidad emocional", una economía emocional que hace mirar para otro lado, porque hace mucho daño asumir la verdad. Y en otros casos, lo que ocurre es que se está más identificado con el abusador que con la víctima, por profundísimas razones, y sobre todo por una cuestión de fe. Es frecuente ver que hay gente que responde de una manera irracional cuando se le pregunta: "Bueno, está bien, es vecino suyo y usted cree que no. Pero si mañana se comprobara que sí, ¿usted qué diría?" "¡Que no!". No hay que seguir preguntando, porque esa persona no va a dar otra respuesta. Es más, si mañana se comprobara que sí, si el propio imputado reconociera que sí y diera detalles inequívocos de cómo fue el abuso, esa misma persona seguiría diciendo que fue un complot, en el que cada día se va agregando gente. Ese es un mecanismo también defensivo para no aceptar la verdad.

En definitiva, nadie puede mirar nada sin su escala de valores ni sin su ideología.
La ideología juega no sólo en los casos de abuso sexual sino en absolutamente todos los actos del ser humano. Pero hay que reconocer que en algunos temas, como éste, el peso de la ideología es decisivo. Hoy no nos podemos quejar de nuestro cuerpo legal. La Constitución y los tratados internacionales en materia de derechos humanos ofrecen un sistema protectivo inmejorable. Sin embargo, el abismo que se ve en la práctica, no sólo en los casos de abuso sexual de niños, es muy grande. Ahí es donde la ideología corroe. En el caso concreto de los delitos sexuales, como la mayor parte de las víctimas son mujeres, actúan prejuicios y estereotipos de género que conspiran contra la buena resolución de los casos. La Argentina firmó tratados y convenciones que, entre otras cosas, exigen eliminar la violencia contra las mujeres y modificar los patrones socioculturales que la hacen posible. Ahora, ¿cómo hacemos para modificarlos? Porque si creemos que una ley o una convención va a modificar patrones socioculturales, estamos muy equivocados. En segundo lugar, tendríamos que ver si estamos dispuestos a pagar el costo que significa modificar esos patrones, cuando en realidad los estamos reproduciendo. O sea, a la hora de juzgar, muchos no pueden despojarse de todos esos estereotipos negativos.


Con semejante panorama, ¿qué pronóstico de resolución tienen las denuncias por abuso?
Es delicado, porque en Argentina no hay estadísticas sobre resultados respecto de abuso sexual infantil. En realidad, no hay delito en el mundo entero que tenga una cifra negra mayor: no se lo denuncia ni se lo resuelve. Lo que hay en nuestro país son datos sobre la relación existente entre denuncias y condenas respecto de casos penales, pero sin discriminar por delitos. Tomando las denuncias y la relación con las condenas, en general, salvo alguna provincia -Río Negro por ejemplo-, la mayoría restante no llega al 3% de resolución. Si tomamos en cuenta la cifra negra del abuso, que es enorme, insisto, entonces la cifra de resolución va a ser infinitamente más baja y refleja la impunidad que acompañó el abuso sexual desde la historia.


Fuente: Diario Clarín (Argentina), 15-XII-2002
(Enviado por Elena Durón del proyecto PETISOS)

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